La lana de don Severo: artesanía, borregos y un secreto
Don Severo prepara la lana de sus propias ovejas para su taller de tejido (Foto: Daniel Rosendo).

Como casi todas las tardes desde hace décadas, don Severo se embarca en la tarea de sentarse ante su herramienta de trabajo: un telar de cintura que le ayuda a tejer la lana de borrego con la que hará vestimentas artesanales. Desde su residencia en la localidad de Dongu, municipio de Chapa de Mota, Estado de México, la paciencia y el pleno convencimiento de la calidad de su trabajo, contrarrestan los tres o cuatro meses que dedica a cada prenda. 

El olor a lana y los diseños creados por él mismo, que se encuentran alrededor de toda su casa, dan cuenta de una vida entregada a la tradición de la cultura con la que se identifica: la otomí. 

Mi presencia irrumpe con la casi sagrada secuencia de tareas que don Severo practica. Abandona un momento su telar, y sale a recibirme al patio de su casa, una vivienda que, aun teniendo la dirección, fue difícil localizar. 

“Buenas tardes, joven. Ya me habían dicho que iba a venir para que le enseñara todo y dije que sí, pues qué me quita”, dice don Severo. 

Estoy en este rincón escondido de Dongu gracias a que mi familia, que pertenece a la misma comunidad otomí, conoce a don Severo desde hace décadas. Me dijeron que este maestro tejedor es el único referente en la confección de este tipo de ropa artesanal en toda la zona. Esta conexión familiar me ofrece la oportunidad única de explorar una tradición que es parte de mis raíces y que, hasta ahora, me es completamente desconocida. 

Me presenta a su esposa Gloria, que atiende a ratos la tortillería de su hija. Don Severo disfruta mostrar a las personas visitantes las creaciones que lleva confeccionando desde hace más de 30 años. 

Su cuarto de costura, ubicado en la parte trasera de su casa, es el epicentro de todas sus creaciones. En este espacio de tres por tres metros con techo de lámina, guarda los materiales para crear sus prendas tradicionales. Estas incluyen desde los clásicos rebozos, que cubren la parte superior del cuerpo de la mujer de pecho a rostro, hasta camisas de manta, de textura similar a las cobijas y conocidas como jorongos, que se cuelgan de los hombros. También confecciona quechquemitls, prendas femeninas que se llevan colgadas de los hombros y tienen el cuello abierto.

En este espacio, la quietud y el silencio solo se ven interrumpidos por el balido de las ovejas de Severo, ubicadas en un criadero al costado del taller. Precisamente, estas ovejas son la fuente de la lana que utiliza en sus prendas.

En su estancia, los borregos esperan a que su lana sea cortada. Su lana suele volver a crecer cada tres meses (Foto: Daniel Rosendo).

El proceso

Severo explica que el primer paso en la producción de tejidos de lana es seleccionar la borrega que será esquilada. Debe considerar tanto la frondosidad como el color de la lana. Para prendas oscuras, opta por borregas con lana morena. En cambio, para prendas claras, prefiere borregos con lana blanca o casi blanca.

“Está la borrega o el borrego, se pone a secar la lana, luego se ponen a lavar.- Lo ponemos a orear con una vara para que se caiga el polvo y las espinas para que quede ya limpio”, detalla. 

Además, lava la lana con tequesquite, una especie de sal mineral, para eliminar impurezas. Luego, la extiende en el techo de su casa para secarla al sol. Con la lana lista, inicia el proceso de teñido, utilizando comúnmente añil. Finalmente, con una herramienta llamada malacate, enrolla la lana producida en una especie de bola.

Con suma paciencia, afronta la parte más exhaustiva del proceso: el tejido de la prenda. Utiliza un telar de madera, donde mezcla los hilados de lana para crear la prenda deseada.

“La lana la hacemos bola para que la podamos hilar y la podamos ir metiendo entre las estacas del telar”.

Rebozos de metro y medio de longitud, jorongos que cubren la mitad del cuerpo y cobijas con característicos diseños comienzan a tomar forma. Don Severo aclara que aún falta la última etapa del proceso, cuando se hace el arreglo de las puntas de cada prenda o la adición de detalles decorativos, como las grecas en forma de rombos que está añadiendo a un jorongo que finaliza en estos momentos.

“Con este jorongo me tardo un mes en terminarlo y el otro mes para poder hacerle bien las puntas”.

“Con este jorongo me tardo un mes en terminarlo y el otro mes para poder hacerle bien las puntas”.

El trabajo de puntas suele ser el más detallado de todos los procesos (Foto: Daniel Rosendo).

El tiempo y los precios siempre son una limitante

Don Severo confiesa que sus piezas son difíciles de vender: “Uno va vendiendo más o menos cuatro, cinco o seis veces al año. Así va llegando la gente”.

La elaboración es un proceso largo, que abarca desde la extracción de la lana hasta el diseño final de las puntas. Preparar un jorongo o un quechquémitl puede tomar más de un mes: “Si me dedico solo a hacer esa prenda y si ya tengo la lana arreglada, si no es así me puedo tardar hasta mes y medio”, relata.

En cambio, tejer una cobija puede tomarle cuatro o cinco meses.

Severo relata otra razón por la que sus ventas son limitadas: el costo de las prendas. Un jorongo para niño lo ofrece a 2,500 pesos; para adulto, 3,500, y una cobija ronda los 4,000 pesos.

“La gente luego pregunta. Pero no lo quieren pagar ‘están bien caros’ me dicen. Pero no saben el trabajo que cuesta hacerlos”.

A pesar de estos desafíos, no se desanima. Aclara que, aunque los clientes son escasos, sus hijos y nietos se esfuerzan en promocionar su trabajo a través de Facebook y el boca a boca. “Casi no le saco a los productos, pero luego la gente viene y se lleva hasta más de uno”.

Identificar la artesanía 

Le pregunto a don Severo sobre los jorongos, rebozos y otras vestimentas que se ofrecen a precios más bajos en Santiago Acutzilapan, una comunidad cercana a Dongu. Aunque los vendedores de allí afirman que sus productos son confeccionados en telares, al compararlos con las piezas de don Severo, es evidente que no utilizan el mismo tipo de lana.

Debido a su bajo costo, muchas personas prefieren comprar en Santiago Acutzilapan, aún sin tener certeza de estar comprando un producto artesanal o uno industrial

Don Severo lo confirma: “En efecto, esas no son prendas originales y en realidad son fabricadas por textileras industriales de la región”, y añade que la textura de estas prendas se siente diferente porque están hechas de algodón, un material más fácil de manejar en maquinarias industriales.

Cuando le pregunto cómo podemos distinguir una prenda artesanal de una industrial, explica que el trabajo en las puntas es la principal característica de una prenda auténtica. “El industrial está hecho de algodón y no de lana. Es menos pesado y más delgado que el artesanal y además no tiene puntas que son las que hacemos con el hilo trenzado”.

Para que quede más clara la distinción, le muestro un jorongo de Santiago Acutzilapan. Él identifica rápidamente las diferencias con los atuendos hechos en telares con lana. La textura acolchada, suave y uniforme de sus jorongos contrasta con la aspereza del jorongo industrial. Este último, además, tiene signos de encogimiento y pequeñas pelotillas de algodón, resultado del uso frecuente y los lavados.

Otro indicativo son las grafías del jorongo industrial, que imitan símbolos precolombinos con una tipografía mucho más delgada que la habitual en los jorongos artesanales.

Diferencia entre una prenda artesanal de don Severo, con grecas y puntas elaboradas (a la derecha), y la prenda industrial que carece de ellas (Foto: Daniel Rosendo).

Dedicación y materiales de lana: sinónimo de excelencia

Los familiares de Severo a menudo le preguntan por qué continúa dedicándose a sus creaciones, una actividad que rara vez le genera beneficios económicos significativos y demanda muchas horas de trabajo.

Sin embargo, durante el invierno, la misma familia experimenta de primera mano cómo las prendas de Severo son esenciales para protegerse del frío en las montañas del noroeste del Estado de México, donde las temperaturas pueden descender hasta los 0 grados Celsius. La densidad de hilos en los jorongos y cobijas artesanales que usan proporciona una barrera térmica eficaz, permitiéndoles soportar las condiciones climáticas adversas sin problemas.

Los productos artesanales duran más si son realizados en un telar, en lugar de alguna máquina de costura industrial (Foto: Daniel Rosendo).

Pervivencia

Don Severo tiene 76 años. Dice que a su edad, realizar todo el proceso de manufactura se ha vuelto complicado. Aunque conoce el oficio, su esposa está ocupada con otras responsabilidades domésticas y de cuidado, por lo que no puede asistirlo.

“No les gusta hacer nuestro trabajo. Ya vienen más estudiados, con otro proyecto, con otra visión, como mi hijo que se fue a los Estados Unidos. Así, si les digo ‘aprendan’ me dicen que ‘eso no les interesa’”, relata.

“No les gusta hacer nuestro trabajo. Ya vienen más estudiados, con otro proyecto, con otra visión, como mi hijo que se fue a los Estados Unidos. Así, si les digo ‘aprendan’ me dicen que ‘eso no les interesa’”.

Don Severo

Reflexiona sobre la posibilidad de ser el último en su familia en practicar este arte.

Además, destaca la ausencia de jóvenes en su comunidad interesados en este tipo de manufactura, lo que lo posiciona como el posible último productor de ropa de telar local.

En su juventud, recuerda combinaba el tejido con la agricultura. Hoy, dedica todo su tiempo a su taller con la esperanza de atraer nuevos compradores y desea que ellos aprecien genuinamente sus creaciones. Sin embargo, expresa su frustración por aquellos que solo buscan beneficio propio de estas visitas: “Luego los políticos vienen y nada más se toman fotos conmigo y se van. Mi familia me dice que ‘no me deje’ que son ellos precisamente quienes deberían de ayudar”.

Gloria, la esposa de don Severo, le ayuda en ocasiones con las labores, sobre todo para la producción de rebozos (Foto: Daniel Rosendo).

Actualidad de la tradición

Horas de trabajo y meticulosidad han definido durante siglos la tradición otomí en la fabricación de ropa con telares. Tradicionalmente, todos los atuendos de estos pueblos se elaboraban a mano, lo que implicaba que las personas artesanas dedicaran sus días a tejer la lana de sus propias borregas como medio de sustento y para cubrir las necesidades de vestimenta de su comunidad.

Pero el interés en estas prendas ha disminuido en los últimos años, dice don Severo. Una tradición que se pasaba de generación en generación y que era conocimiento común entre las familias, especialmente entre las mujeres, ahora es casi desconocida para muchos de los actuales habitantes otomíes.

Don Severo portando una de sus creaciones (Foto: Daniel Rosendo).

Mientras en el Centro Ceremonial Otomí y en pueblos como Santiago Mexquititlán se benefician de la afluencia turística para comercializar esta clase de productos y colaboran para mantener viva esta práctica, don Severo enfrenta una realidad diferente. Su aislamiento de redes más amplias o que instituciones como el Instituto de Fomento de las Artesanías del Estado de México (FEMART) lo pueda apoyar pone en riesgo la continuidad de esta tradición en su región.

Esta situación no implica que prendas como los quechquemitls o jorongos desaparezcan, pues hay otras comunidades otomíes dedicadas a la misma labor. Sin embargo, sí podría significar la pérdida de técnicas y habilidades únicas, además de una identidad cultural que es el reflejo de toda la genealogía de don Severo. Este es el verdadero secreto de lo artesanal, cuando, según el especialista colombiano en arte y diseñador industrial, Enrico Roncancio “la identidad cultural de una comunidad se define por el resultado de la creatividad y la imaginación, articulado por productos de origen natural y por productos y técnicas manuales” únicas e irrepetibles. 

Severo prepara la lana que utilizará en su taller de tejido de cobijas, jorongos y otras prendas (Foto: Daniel Rosendo).