Tercer lugar, Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM 2022
El Festival CulturaUNAM y la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) convocaron al Premio de Crónica Cultural con el objetivo de incentivar el periodismo cultural entre estudiantes de educación superior.
El 13 de octubre pasado, en el marco del Festival CulturaUNAM 2022, representantes de tres editoriales independientes mexicanas ofrecieron una conferencia. De esa plática escribió Nestor Isay Pinacho Espinosa, estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. El jurado, integrado por María Eugenia Sevilla, Sergio Rodríguez Blanco y Juan Solís le otorgó el tercer lugar por su texto “Editoriales independientes: vivir en tormenta”.
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Es fácil olvidar este hecho; y, tal vez, ahí radica en gran parte el misterio de los libros: detrás de ellos hay esfuerzos que pocas veces salen a la luz. Más allá de la labor del escritor, son las editoriales quienes hacen posible en buena medida esos infinitos viajes a través de las páginas.
Durante la pandemia, que aún hoy extiende sus difusos contornos, los libros funcionaron, para muchos de nosotros, como un escape a la irrealidad del entorno que nos había confinado a verlo todo desde la lejanía.
Si bien el panorama generó un encarecimiento y escasez del papel que golpeó a todo el medio de las publicaciones, las editoriales independientes vieron cómo la tormenta en la que siempre se encuentran sobreviviendo se hacía aún más intensa.
Para un sector que siempre ha nadado contracorriente —contra los grandes conglomerados, contra los distribuidores, la situación financiera, las ventas a cuentagotas— la situación supuso un parteaguas: adaptarse al cambio o hundirse en la tempestad.
En el marco del primer festival CulturaUNAM, Jazmina Barrera, fundadora y editora de Editorial Antílope; Emiliano Becerril, director de Editorial Elefanta, y Mauricio Sánchez, editor de Gris Tormenta, charlaron en torno a las situaciones que sus editoriales tuvieron que sortear durante la irrupción del covid-19 y los efectos que trajo consigo.
Si en algo coincidieron la y los editores fue, de arranque, en un punto: las editoriales independientes siempre están en crisis; enfrentando, desde antes de la pandemia, trabas y obstáculos que, en gran medida, surgen de su condición periférica en muchos sentidos. Y fue, tal vez, esta costumbre de estar siempre con el agua al cuello lo que, de alguna forma, los hizo afrontar la pandemia como uno más de esa larga serie de problemas que les salen al paso.
Editorial Antílope tiene en el mercado siete años. Fundada por Marina Azahua, Jazmina Barrera, Astrid López Méndez, Isabel Zapata y César Tejeda, la editorial, señala en su página, hace libros que a ellos les gustaría leer. Una premisa interesante que influye en su producción lenta, pero de calidad: cuatro libros al año, en promedio, editados por un equipo que no recibe un sueldo por su labor.
En Gris Tormenta la situación es parecida: tanto Mauricio Sánchez como Jacobo Zanella se dedican, para solventar el trabajo en la editorial, a la elaboración de publicaciones para empresas radicadas en Querétaro. Si bien Gris Tormenta paga, por fin, sus propias cuentas, ellos tampoco reciben un sueldo por su labor.
“Editamos, entre otras cosas, para contemplar, no para llenar vacíos; eso nos permite divagar y publicar a destiempo”, han dicho los editores en alguna entrevista. Y esa mesura es, también, la que permea en la labor de Emiliano Becerril, editor de Elefanta, fundada en 2011.
Estas editoriales van contracorriente de la sed de novedades que empuja al olvido, cada dos o tres meses, a los libros. En este sentido hay cifras estruendosas que hacen evidente que el problema es internacional: de 20 mil novedades en una librería de Gran Canaria, España —contó Mauricio Sánchez—, 42% no vende un solo ejemplar y 25% apenas logra vender uno.
La charla se animó con el comentario de remate a estas cifras: hay que dejar de hacer tantos libros. El meollo, precisó Emiliano Becerril, es que quien hace libros de consumo y vida rápidos son otras editoriales; las independientes, por límites económicos, pero, también, por una suerte de filosofía contra la mercantilización voraz del libro, se resisten a ello.
Durante lo más álgido de la pandemia, la distribución en librerías estaba casi detenida y, ante la encrucijada, una de las salidas fue la venta en línea de sus catálogos. Tanto Antílope como Gris Tormenta recurrieron a esta modalidad para brindarle al lector la oportunidad de que los libros llegaran hasta quienes decidían acompañarse de libros.
Al observar detenidamente a los tres editores, comenzó a anidarse una sospecha que no pude empalabrar sino hasta días después. Y es que, a lo largo de la charla, un rumor se filtraba entre las palabras, algo que no entendía bien a bien, pero con lo que, por fin, pude dar: había un profundo respeto y amor por la literatura. Y eso, lo que no dijeron, lo que se dejaba adivinar, fue tal vez el mensaje que, quienes acudimos a la Sala Carlos Chávez, pudimos llevarnos para desmenuzar después.
Porque es el enorme cariño hacia los libros lo que los hace trabajar sin un sueldo, desvelarse en revisiones y correcciones, preocuparse por el respeto a la obra de sus autores, enojarse con distribuidores, brindarse a tope en un oficio anónimo.
Esta labor, como señalé, es fácil de pasar por alto. Y es que, en realidad, debe pasar por alto, al menos en un primer momento. El libro nos llama, nos absorbe y nos aísla, en eso radica su éxito. Aunque, tal vez, después de cerrar ese libro, de sostenerlo y sopesarlo entre las manos, convenga trazar el camino que ha recorrido y el trabajo que se ha invertido para que atraviese la tormenta. Puede que le tomemos aún más cariño a ese náufrago que reposa entre nuestros dedos.