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El día que amaneció dos veces

/ Foto: Eunice Adorno

Mi primera vez en la ópera

Esta era la idea que tenía cuando pensaba en “ir a la ópera”. A los treinta años quizá se esté muy viejo para ir por primera vez a la ópera; o, tal vez, no, si se considera que una nació en un país empobrecido como Colombia, en una ciudad que no es de las principales y en donde, por tanto, la oferta cultural es poca, o si se quiere, nula.

Ahora estudio en México y, cuando el Festival CulturaUNAM ofreció la oportunidad de asistir al estreno de La sed de los cometas, la noche del 30 de septiembre de 2022, no lo pensé dos veces; escasamente me enteré de que se trataba de una ópera sobre sor Juana Inés de la Cruz.

Nathaly Bernal Sandoval, estudiante / Corriente Alterna el 17 de noviembre, 2022

Mención honorífica, Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM 2022

El Festival CulturaUNAM y la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) convocaron al Premio de Crónica Cultural con el objetivo de incentivar el periodismo cultural entre estudiantes de educación superior.

Nathaly Bernal Sandoval es estudiante de doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras y en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. El jurado, integrado por María Eugenia Sevilla, Sergio Rodríguez Blanco y Juan Solís le otorgó una mención honorífica por su texto sobre “La sed de los cometas”, una ópera que se presentó el viernes 30 de septiembre y el domingo 2 de octubre en la Sala Nezahualcóyotl.

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Abrigos de piel, cuellos de zorro, joyas y perfumes de diseñador; y, en el caso de los hombres, cuando menos saco y corbata.

Esta era la idea que tenía cuando pensaba en “ir a la ópera”. A los treinta años quizá se esté muy viejo para ir por primera vez a la ópera; o, tal vez, no, si se considera que una nació en un país empobrecido como Colombia, en una ciudad que no es de las principales y en donde, por tanto, la oferta cultural es poca, o si se quiere, nula.

Ahora estudio en México y, cuando el Festival CulturaUNAM ofreció la oportunidad de asistir al estreno de La sed de los cometas, la noche del 30 de septiembre de 2022, no lo pensé dos veces; escasamente me enteré de que se trataba de una ópera sobre sor Juana Inés de la Cruz.

La obra daría inicio a las siete de la noche. A las 6:20, cuando llegué, el vestíbulo de la Sala Nezahualcóyotl empieza a llenarse. Es el momento de saludar a conocidos, de tomarse fotos, de hacer una llamada telefónica mientras se espera a alguien;  comer algo, alcanzar a comprar los últimos boletos o, como era mi caso, de reclamar la entrada de cortesía. Comer un poco sería lo más sabio: la obra duraría, contando el intermedio entre los dos actos, dos horas y veinte minutos.

En el vestíbulo reconozco que la idea de la ópera como evento exclusivo o glamoroso no es un cliché o un prejuicio de mi parte. Este género tiene su origen en la música clásica europea y, ya desde sus inicios, a finales del siglo xvi, su destino era entretener casi exclusivamente a las élites de su tiempo. Una mezcla de diferentes artes y lenguajes — música, canto, teatro, danza, literatura, maquillaje, escenografía, entre otros— que no puede aspirar a ser menos que la obra de arte total, como denominó Richard Wagner a la ópera. El público objetivo de estos eventos sociales pasó de la aristocracia a la burguesía. Y aquí estoy yo, a punto de admirar al público contemporáneo de la ópera y descubrir si es heredero directo de los anteriores o si algo ha cambiado.

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Después de bañarme jugué con la idea de ponerme ropa muy elegante, ropa que, por lo demás, ni siquiera tengo en mi clóset. Elegí un vestido que no usaba hacía tiempo, unas medias veladas y una chamarra que no combinaba mucho —en la noche haría suficiente frío como para no pensar en eso—.

Este que ves, engaño colorido,

que, del arte ostentando los primores,

con falsos silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido;

Al llegar al Centro Cultural Universitario comencé a ver señoras en sus abrigos, a pesar del clima todavía cálido de las seis de la tarde; hombres en saco que llegaban apoyándose en finos bastones, ropa y zapatos de diseñador. Los jóvenes menos elegantes llevaban blazer y zapatos de cuero. Y yo que me había reprochado pensar que la gente iría vestida así. Me reconfortó ver que, a medida que se acercaba la tercera llamada, llegaron personas con ropas más modestas.

éste, en quien la lisonja ha pretendido

excusar de los años los horrores,

y venciendo del tiempo los rigores

triunfar de la vejez y del olvido

Ahora vamos entrando al recinto —cada puerta conduce a una zona diferente del auditorio— y empiezo a notar tendencias. Las señoras de los abrigos de piel y los señores de bastón no se han formado en mi puerta, que conduce a uno de los balcones laterales; la mayoría ha encontrado sus asientos en la parte central del primer piso. Junto a mí están los de las ropas modestas, gente joven casi toda.

Llaman la atención dos chicas que acuden solas. Una de ellas luce un atuendo de turista en París: boina roja, blusa de rayas blancas y azules, y una actitud de quien se sabe elegante al posar para sus selfies. La otra chica viste, si no un disfraz de vaca, muchos accesorios que recuerdan al género bovino: un pantalón de peluche con manchas blancas y negras, un bolso con la cara de una vaca, una sudadera con cuernos.

es un vano artificio del cuidado,

es una flor al viento delicada,

es un resguardo inútil para el hado:

También distingo un olor que impera de aquel lado de la sala. Oleadas de un aroma rancio —¿sudor, comida?— que llegan de cuando en cuando y que ni siquiera el uso de cubrebocas obligatorio logra disimular. Más tarde, durante el intermedio me será posible adivinar de dónde proviene.

Después del primer acto, donde se presenta el ascenso de sor Juana como intelectual de su época y se muestra su afán por el conocimiento, viene el intermedio, la pausa que muchos aprovechan para ir al baño o comer algo.  Sobre todo, el descanso sirve para que entren quienes llegaron tarde y se perdieron de todo lo anterior.

De nuevo confirmo que habría sido muy sabio haber traído algo de comer: empiezo a sentir la escasez de alimentos en mi estómago desde la hora de la comida. Y de eso han pasado ya cerca de siete horas. Pero algunos de los presentes esperan a que no haya acomodadores cerca para retirarse el cubrebocas e injerir sus provisiones. A mi lado, un par de hermanos comparten cacahuates japoneses y, a decir verdad, el sonido que hacen al masticarlos no resulta muy discreto.

Dos filas más adelante, un hombre de unos treinta años y sudadera con capucha sobre la cabeza extrae algo de su mochila. Es sorprendido por una acomodadora. El hombre se disculpa, pero es tarde: un olor a vino tinto se ha esparcido en el ambiente. Así es como descubro, al fin, a qué se debía el tufillo que merodeaba por el lugar. El hombre se levanta y somos varios los que volteamos a verlo. Noto que lleva puestos audífonos grandes; algo me hace pensar que no escucha a otra soprano como Cecilia Eguiarte, quien interpreta a sor Juana esta noche.

es una necia diligencia errada,

es un afán caduco y, bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

A final de cuentas, la ópera sí ha logrado convertirse en un espectáculo de carácter más popular. Además de los asistentes emperifollados de las primeras filas, también hay niños, hay gente muy joven, hay viejos solos, hay parejas. Estas últimas parecen ser el público por excelencia de la ópera, y es de suponer que ésta ha sido la excusa para darse cita. En un vistazo hacia el final del segundo acto es posible reconocer algunos abrazos que han permanecido sujetos durante las dos horas: una sola cabeza y cuatro piernas.

Ópera, La sed de los cometas
/ Foto: Eunice Adorno.

Con todo, los dos mil 229 lugares de que dispone la Sala Nezahualcóyotl no se han ocupado por completo. A ojo de buen cubero, calculo que no se vendió ni la mitad de las entradas. La razón me resulta evidente: no es que la ópera no interese, es que el evento no era de entrada libre. De hecho, éste era uno de los pocos eventos de pago de todo el Festival CulturaUNAM.

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“No hay mejor cura para la oscuridad que ponerse a trabajar”.

Este consejo, que podría acomodarse perfectamente a los tiempos modernos, parece ser la clave de la vida de sor Juana, tal y como se nos muestra en La sed de los cometas. Del compositor mexicano Antonio Juan-Marcos y con libreto de Mónica Lavín, esta ópera muestra el ascenso y caída de la escritora novohispana. En el primer acto, su estudio sobre fenómenos naturales como los cometas, precisamente, o las inundaciones en el Valle de México, le hacen ganar el respeto de figuras importantes de la época. Intuimos que son sus ansias de conocimiento y la libertad que tiene para trabajar en el convento lo que compensa su vida de reclusión total.

Aunque en escena sólo hay cinco personajes —y nunca todos al mismo tiempo—, cada uno representa muy bien un aspecto en relación con la jerónima. Mónica Lavín decía en una entrevista para El País que fue una de las restricciones que tuvo que asumir desde un principio. De forma que, además de sor Juana, Lavín optó por incluir a Juana de San José (su esclava), a Antonio Núñez de Miranda (su confesor), a Sigüenza y Góngora (intelectual de la época) y a María Luisa Manrique (la virreina).

En el segundo acto, al contrario del primero, la suerte cambia. Es otro fenómeno natural, un eclipse, el que señala la mala hora de sor Juana. Núñez de Miranda se ha encargado de crear un entorno adverso y la jerónima tendrá que dejar atrás sus libros, sus estudios y su escritura para dedicarse, exclusivamente, a los oficios de la fe; a los oficios que, como mujer, puede llevar a cabo sin justificaciones.

Entonces el público reconoce con facilidad, en la voz de Cecilia Eguiarte, el poema que ha ganado tanta popularidad, por igual en redes sociales que en planes de lectura:

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis

Octavio Paz, más que ningún otro autor, contribuyó a que el final de la historia de sor Juana se cuente como se cuenta en esta ópera. Es lo que algunos investigadores, como Alejandro Soriano Vallès, han denominado “la leyenda negra”, y que, además de aparecer en la obra de Paz, se ha popularizado en libros y películas sobre la monja escritora (es el caso de Yo, la peor de todas, de la directora argentina María Luisa Bemberg). Pese al esfuerzo de Soriano Vallès por demostrar que la decisión de abandonar los caminos intelectuales pudo haber sido enteramente de sor Juana, la idea que tenemos de la jerónima es la otra. Es, hay que admitirlo, más dramático y más espectacular, adjetivos que describen plenamente el cierre de la ópera, en el que escuchamos una y otra vez: “Yo, la peor”.

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Las ovaciones no se hacen esperar: fuertes y prolongadas, aumentan con cada persona que se suma a la ronda de venias en el escenario al finalizar la función. Como era de esperarse, hay un responsable de cada una de las artes involucradas en el espectáculo. Allí están todos, músicos, directores, actores, cantantes, el coro, diseñadores de vestuario y escenografía…

/ Foto: Eunice Adorno.

Algunas de las mujeres reciben flores; pero, para mí, que tenía dudas sobre el carácter popular de la ópera, lo que destaca es un peluche del Dr. Simi, reservado especialmente para la mezzosoprano Araceli Pérez Martínez, quien ha interpretado a la esclava Juana de San José. En contraste con la reacción de Dua Lipa o Rubén, vocalista de Café Tacvba, Araceli recibe el Dr. Simi con gusto y, al entrar a los camerinos, lo exhibe con orgullo ante sus compañeros. Es la única que ha recibido este galardón de alguien del público.

Mi pareja y yo —porque también yo he aprovechado la ocasión para venir en pareja— salimos en silencio. Los hermanos de los cacahuates comentan que la obra estuvo bien; y, ante la pregunta del mayor, el más pequeño dice que le da “un 9.0; no, mejor un 9.5”. Me quedo pensando qué podría haberle faltado a la obra para que este temible juez le asignara el 10 sin titubear.

No me equivoco al pensar que nuestro silencio se debe al hambre, que tendrá que esperar el trayecto de regreso en Metro. A la salida no hay nada de comer. Será sólo más tarde, casi a las 11 de la noche y frente a una apetitosa orden de tacos, que empezaremos a comentar las impresiones sobre nuestra primera vez en la ópera.

La sed de los cometas

Libreto: Mónica Lavín
Música: Antonio Juan-Marcos
Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata (OJUEM) y Coro de Madrigalistas de Bellas Artes.

Reparto:
Sor Juana: Cecilia Eguiarte, soprano.
Virreina María Luisa Manrique: Frida Portillo, mezzosoprano
Juana de San José: Araceli Pérez Martínez, mezzosoprano.
Carlos Sigüenza y Góngora: Enrique Guzmán, tenor.
Antonio Núñez de Miranda: Rodrigo Urrutia, barítono.