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Covid-19: ellas y ellos sostienen el confinamiento

Al menos 5.8 millones de mexicanos y mexicanas se dedican a las actividades esenciales que permiten al resto de la gente seguir confinada

Redacción / Corriente Alterna el 6 de junio, 2020

Al menos 5.8 millones de mexicanos y mexicanas se dedican a las actividades esenciales que permiten al resto de la población mantenerse confinada en sus hogares, para evitar el contagio de Covid-19

Junio 7 de 2020. El pasado 31 de marzo, el gobierno de México ordenó la suspensión general de actividades en todo el país como medida de emergencia contra la expansión de la enfermedad Covid-19. Sin embargo, un sector de la población recibió la indicación contraria: se trata de al menos 5.8 millones de mexicanos y mexicanas que deben mantenerse en sus puestos de trabajo, ya que su labor es considerada esencial para la sobrevivencia del resto de la gente.

Su rostro es el de profesionales de la salud, lo mismo que el de comerciantes de insumos imprescindibles, el de recolectores de desperdicios o el de empleados de tiendas de autoservicio donde abasteces la alacena.

Son a quienes ves pasar frente a tu ventana. Quienes se han quitado el uniforme por temor a ser agredidos en las calles. Son quienes preparan la comida. Gracias a ellos y ellas, las familias mexicanas pueden mantener el confinamiento y guarecerse de la pandemia de Covid-19 dentro de sus viviendas. Conóceles. O mejor: reconóceles.

N.: el hospital da más certezas que la calle

Ilustración: cortesía de Selene HePé

N. viaja con ropa de civil y cubrebocas, su uniforme se queda en un locker del hospital, siguiendo el protocolo de la institución que indica no llevarlo en la calle para evitar agresiones físicas o verbales.

Él es enfermero en un hospital privado del Estado de México, y reconoce que le teme a la calle, pero no tanto a las agresiones de la gente, como a otro agresor más discreto: el virus invisible de la enfermedad Covid-19, que podría caminar junto a él en la banqueta, o viajar a su lado dentro de la combi en la que vuelve a casa.

Pero, pese al temor, diariamente sale de su hogar rumbo al hospital, para que en esta época de crisis económica no falte el sustento en casa.

Su sueldo mensual es de 5 mil 600 pesos.

“Le comenté a mi esposa que me sentía más seguro estando en el hospital –confiesa N.–, porque ahí yo me doy cuenta quién está contagiado y quién no. En la calle no sabes si el que no trae cubrebocas está contagiado, si el que te pasó la moneda ya te contagió.”

De acuerdo con el informe Estado de la enfermería en México 2018, elaborado por la Secretaría de Salud federal, en el país existen al menos 305 mil personas dedicadas a esta profesión, distribuidas en instituciones de salud públicas y privadas.

Ellas y ellos son el primer frente en la actual batalla contra la pandemia de Covid-19, y luchan en condiciones adversas, con falta de material y, sobre todo, de profesionales.

El reporte de la Secretaría de Salud señala que en México hay 2.5 enfermeras y enfermeros por cada mil habitantes, lo que está muy por debajo del promedio mínimo de 8.8 por cada mil, establecido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un déficit reconocido incluso por el secretario de Salud federal, Jorge Alcocer, quien el pasado 7 de abril afirmó que para enfrentar la pandemia se necesitan otros “300 mil (profesionales de la enfermería), mínimo”.

Ataviado con gogles, mascarilla N95, guantes de nitrilo, gorro y pijama quirúrgica, que le impiden comer, tomar agua o ir al baño durante toda su jornada, N. trabaja diariamente con personas contagiadas de Covid-19 en terapia intensiva. Y en sus palabras, la empatía y el compromiso con la salud de los pacientes cobra la forma de diminutivos. Habla del “pacientito”, y afirma que “salió del cuadro de Covid gracias a Dios, y ahorita ya se normalizaron sus pulmoncitos”.

Sin embargo, lamenta, la empatía y el compromiso de la sociedad con el bienestar de quienes enfrentan la pandemia no es siempre patente.

“Supuestamente en cada hospital nos tienen que dar cierta cantidad (de dinero) por riesgo, si es que estamos en áreas críticas –afirma–, pero acá no nos lo dan. Ahorita, con lo de estos pacientes de coronavirus, estamos peleando por lo menos un 30 por ciento (de incremento salarial)”.

N. sale de casa temprano y vuelve de noche. Antes de salir del hospital toma un baño, y antes de saludar a su familia toma otro y lava la ropa con la que salió a la calle. Lo hace, afirma, “para protegerme a mí y para proteger a los demás”, y a las recomendaciones de quedarse en casa y lavarse las manos, N. suma una recomendación más para la gente: no ceder ante el miedo. “El miedo hace que cometamos errores”, dice.

Por Juan Gómez, becario

Brenda: una fila de insana distancia

Ilustración: cortesía de Selene HePé

Con la pandemia de Covid-19 dejó de pasar el camión que llevaba a Brenda a su trabajo, y ahora, esta joven, quien pidió cambiar su nombre para esta publicación, gasta aproximadamente la mitad de su salario en viajes de Uber. Sólo así puede llegar a tiempo a su puesto como personal de salud de la Guardia Nacional.

No tiene otra opción que pagar diariamente un transporte, ya que padece epilepsia y, por prescripción médica, no debe manejar.

Cada día antes del amanecer, Brenda espera fuera de su vivienda un nuevo vehículo de alquiler, para trasladarse desde la oscuridad de su calle al fulgor de la zona norponiente.

Le preocupa este cambio en su rutina. Además del golpe a sus finanzas personales, le inquieta recurrir a servicios privados, en los que se han registrado agresiones contra mujeres.

“El otro día estuve en la parada casi media hora –ejemplifica– esperando el transporte que nunca pasó y en ese tiempo no pasó nadie, nadie. De pronto pasaba algún vehículo y pues te da miedo, porque estás ahí tú sola, a las cinco y media de la mañana, en la calle.”

Brenda está asignada a instalaciones de la Guardia Nacional donde ejerce como psicóloga, pero a raíz de la pandemia su función es tomar la temperatura al personal y a la ciudadanía que ingresa a dichas instalaciones, para asegurarse que nadie tenga fiebre, un posible síntoma de la enfermedad Covid-19.

Así, su labor contribuye a las operaciones de una institución integrada por cerca de 60 mil elementos, los cuales, por tener bajo su responsabilidad la seguridad pública del país, no pueden dejar de trabajar.

Hace dos semanas, afirma, llegó a su trabajo y una enfermera le entregó su equipo de seguridad (una bata quirúrgica y guantes) y le enseñó a usar el termómetro digital. Ella se tuvo que comprar sus cubrebocas.

La labor de filtro sanitario puede tornarse abrumadora: las personas tienden a aproximarse innecesariamente a ella cuando toma sus temperaturas. También entre sí, cuando esperan la revisión. Pero además le preocupa que sus vecinos sepan la labor que desempeña, pues sabe que personal de salud ha sido agredido en México y teme por su integridad en su propio domicilio.

Horas antes de la medianoche, Brenda cruza la puerta de su departamento y limpia con cuidado las suelas de sus zapatos con líquido desinfectante. Luego, metódicamente, camina hasta el área que designó para depositar la ropa sucia y abandona ahí las prendas del día. Después, para no contaminar ninguna otra zona, avanza por una línea previamente definida hasta llegar al baño y toma una ducha.

Dice entre risas que al salir del baño siente alivio, siente que “ya se fue la maldad”, y ya con ropa nueva, el siguiente paso del ritual será echar a andar la lavadora.

No sabe si sus medidas son suficientes para prevenir el contagio de Covid-19, pero efectuarlas le reconforta.

Con un tono que mezcla esperanza y resignación, Brenda espera que pronto se implemente un sistema de roles laborales en la Guardia Nacional, para poder resguardarse en casa, al menos, cada dos semanas.

Mientras tanto, entre la incertidumbre por la inseguridad que viven las mujeres mexicanas, el peligro de contraer Covid-19, la necesidad de ocultar a sus propios vecinos las actividades que realiza en su empleo y el impacto que representa gastar la mitad de su sueldo sólo en transporte, Brenda se presentará mañana puntual al trabajo, igual que todos los días, desde antes de la cuarentena.

Por Yeudiel Infante, becario

Juan Manuel: empleos precarios y esenciales

Foto: Cortesía

Frente al sensor de código de barras pasan bolsas de arroz y frijol, botellas de aceite, latas de atún, productos de limpieza y, ocasionalmente, pasa también algún comentario al estilo de “eso del Covid-19 no es cierto, yo no creo en esto”.

Un acrílico colocado frente a la caja registradora impone distancia entre el cliente y el trabajador, quien utiliza un cubrebocas y trata de lavarse las manos en cada oportunidad. Juan Manuel Domínguez tiene 20 años, y trabaja como cajero en una tienda de autoservicio desde el 31 de marzo pasado, cuando mermó su ingreso como cocinero, a causa de la pandemia.

Juan Manuel es técnico profesional en gastronomía, y el pasado 23 de abril cumplió dos años preparando alimentos en el Chalet Suizo de Valle Dorado, un restaurante ubicado en Tlalnepantla, en la zona periférica del Valle de México. Estaba muy satisfecho con su trabajo hasta que, a partir de la contingencia, la actividad del negocio se redujo 90 por ciento, junto con las horas de trabajo y el sueldo.

De estar abiertos 90 horas a la semana pasaron a sólo nueve horas de servicio, tiempo en el que una reducida plantilla de trabajadores cocina platillos para llevar, que luego Juan Manuel reparte con su motocicleta para mantener un ingreso, aunque sea modesto.

Si antes vendían 30 desayunos, afirma, era considerado algo bajo. Pero si ahora se venden 30 desayunos “es algo súper chingón”.

Debido al recorte de su horario y sueldo, así como al temor por un posible cierre del restaurante, el joven buscó un segundo empleo, y así llegó a una tienda de autoservicios de Atizapán de Zaragoza, la misma en la que trabajó como empacador en la adolescencia.

Su ingreso mensual, en el presente, es cercano a los 7 mil pesos.

Para “Manny”, como le llaman afectuosamente sus amigos y seres queridos, confinarse en su hogar no es una opción viable, ya que labora para contribuir al gasto doméstico, del que dependen nueve personas, cinco de ellas sus sobrinas menores de edad, por quienes se empeña en sus disferentes puestos.

“Mi trabajo me gusta mucho –reconoce, pese al riesgo de estar en contacto con desconocidos–, los amigos te ayudan a desestresarte hasta cierto punto, por lo menos empiezas a echar coto. Y llegar a casa, ver a mi familia, a mis sobrinas, me pone muy de buenas.”

Según el informe 2019 de la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD), en México existen poco más de 249 mil personas empleadas en los centros comerciales y tiendas de autoservicio del país, en las que las compras de la población aumentaron 4.3 por ciento a raíz del confinamiento sanitario.

Por Juan Gómez, becario

Estefanía: Žižek está equivocado

Foto: Cortesía

Estefanía Silva Cabrera tiene 23 años, un gato llamado Pan de Nube y una tesis incompleta para licenciarse en filosofía. Debate con ella misma sobre la politización del arte y la consciencia de clase, le da vueltas a los postulados de Marx y de Walter Benjamin, pero también le preocupa qué personaje de Soy tu fan la representa, según un post de Facebook donde dejó un puntito. Es Charly, “valgo pito”.

Hasta hace poco, Estefanía asistía al seminario de teorías jurídicas críticas de la UNAM, y preparaba una ponencia sobre la producción artística subversiva, basado en el performance Un violador en tu camino. Pero se atravesó un obstáculo infranqueable: la pandemia de Covid-19, que frenó buena parte de las actividades públicas.

Ella, sin embargo, no ha dejado de tener contacto con personas, de ir a lugares concurridos, “pero no porque yo lo haya elegido –explica–, sino porque no tengo de otra”.

Estefanía trabaja los martes en una recaudería, y los fines de semana vende verduras y frutas frescas, junto a su familia, en el tianguis de Miravalle y Ampliación Emiliano Zapata, en la alcaldía Iztapalapa.

Ella es parte del millón 774 mil 38 personas que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), se dedican al comercio al por menor de abarrotes y alimentos.

 Su trabajo es esencial y sus ventas durante la contingencia lo demuestran. “El sábado estuvo bien –recuerda–, acabamos el aguacate y parte de los mangos y las manzanas. Y el domingo todavía nos fue mejor”, aunque ahora, lamenta, está obligada a usar un cubreboca que la ahoga y le enconge la voz cuando trata de comunicarse con los clientes, además de que ya no les puede ofrecer un trozo de furta.

La pandemia de Covid-19, afirma, “me ha provocado dos cosas: darme cuenta de que estoy en una situación no privilegiada, porque en una emergencia de este tipo no puedo seguir las recomendaciones, así como lo pasan en las noticias y en la tele”; y que “al ser parte de un sector vulnerable” la situación económica y la rutina no van a cambiar mucho.

Hace unos días, por ejemplo, les informaron que uno de sus compañeros del tianguis enfermó de Covid-19. Pero más que angustiarse o sentir miedo, los comerciantes fueron solidarios: “Hicieron una coperacha entre todos los puestos para dárselo” al compañero contagiado.

Y es que para ella, como para muchos, el peor escenario no es la llegada del virus, sino dejar de trabajar.

“Mi familia y yo esperamos lo peor: que no nos dejen poner (a vender), en algún momento. Vamos a seguir hasta donde se pueda y a ahorrar para sobrevivir”. El ingreso de Estefanía es de 2 mil 400 pesos al mes.

Según el Censo Económico 2019, al menos 1 millón 336 mil 365 personas dependen en México de que el puesto familiar de artículos de primera necesidad continúe operando.

Muchas familias en México, advierte, no enfrentan esta contingencia como una situación de emergencia, debido a que “vives en una situación jodida desde siempre, esto no es novedad” y, de hecho, para la tesista de filosofía no hay lugar para el optimismo.

“Aunque Žižek (el filósofo esloveno) asegura que la enfermedad Covid 19 llegó para demostrar que el capitalismo es insostenible y lo que quedará es una reacción positiva de comunidad, yo sí soy pesimista: lo único que esto nos ha demostrado es que nuestra normalidad está bien culera, pero creo que no va a cambiar, porque nadie está dispuesto a dejar sus cositas. Lo que la gente quiere es regresar a su trabajo, quiere regresar a su puta normalidad.”

Por Xareni Márquez, becaria

Eduardo: Covid-19 desde el retrovisor

Foto: Cortesía

Eduardo Ibáñez es ingeniero en sistemas por la UAM Iztapalapa, sociólogo por la UNAM, y conduce un Uber. “No es el mejor trabajo del mundo –afirma–, pero es un trabajo noble y decente”, que le permitió mantener un ingreso, luego de quedar fuera del mercado laboral por su edad, 51 años, y los cambios en la tecnología.

Eduardo es una de las 280 mil personas que, según el Censo Económico 2019 del INEGI, se dedican al transporte de pasajeros en México, una de las actividades consideradas esenciales durante la pandemia de Covid-19.

 Antes de la contingencia, afirma, solía realizar un promedio de 70 servicios a la semana, pero con el “Quédate en casa”, apenas llega a 25 viajes y con la escasez de clientes, lamenta, se esfumaron los estímulos económicos que Uber otorga a los conductores.

Desde que fue decretada la contingencia sanitaria, Eduardo estaciona su auto de alquiler en una colonia popular, cerca de algún supermercado, y aguarda a que un comprador salga con su despensa a cuestas, necesitado de un auto de alquiler.

“La gente está muy preocupada y toman el Uber por necesidad”, advierte Eduardo, porque viajar en un transporte individual facilita el distanciamiento social, y le permite a las personas estar el menor tiempo posible en el espacio público. No obstante, reconoce, “aun así es muy poca gente” que en el presente solicita sus servicios.

Cuando lo aborda un cliente, Eduardo lo recibe con un auto que se afana en mantener sanitizado, con cubrebocas y guantes de látex puestos, y con alcohol en gel para que se limpie las manos, sólo para realizar, con suerte, un viaje corto.

Es lo que hay, dice resignado, para ir completando el gasto del hogar, en donde lo aguarda su madre, una mujer de edad avanzada, diabética e hipertensa.

Pero Eduardo aclara, con humildad, que no trabaja sólo por la necesidad, sino también por vocación de servicio.

“He sido de los pocos (conductores de Uber) que han estado en la calle más que en su casa –asegura– y no me parece un acto de irresponsabilidad, porque estoy llevando gente que necesita trasladarse. Estoy tratando de observar todas las reglas que pusieron (las autoridades). Creo que, de alguna manera, estoy haciendo un bien.”

Alte las consecuencias de la pandemia de Covid-19, como ciudadano y como universitario, Eduardo advierte la necesidad de que en México se establezca un pacto que garantice trabajo para todos, ante la crisis económica que ya se vive, pero también vislumbra la dificultad para lograr un acuerdo nacional de esa naturaleza.

“México está dividido –explica– y el presidente divide más. Siento que va a haber un problema económico y político muy fuerte (…) Estoy preocupado por lo que vaya pasar, tratando de informarme y participar para que, como sociedad, salgamos adelante. Ningún pensador, filósofo o economista puede decirnos qué va a pasar, pero debemos ser solidarios con la gente. En la historia de México, los gobiernos no resuelven nada, la que resuelve es la sociedad civil organizada.”

Por Javier Hernández Alpízar, becario

Galo: no se puede hacer fotoperiodismo desde casa

Foto: Cortesía de Sashenka Gutiérrez

Desde hace cinco años, Galo Cañas es fotoperiodista: por las mañanas colabora con la agencia Cuartoscuro, y por las tardes estudia la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

Galo, de 22 años, recorre la ciudad con un cubrebocas en el rostro, y otro de reserva en la mochila, junto a su cámara, buscando en las calles solitarias los rostros de la pandemia, que deben conocer quienes permanecen confinados en casa. “Es mi pasión salir a retratar historias –afirma–, tomar fotografías, estar en los hechos en estos momentos de crisis”.

El fotoperiodismo, explica, juega un papel fundamental en esta época de fake news o noticias falsas, ya que tomar una fotografía implica realizar un acto de verificación sobre los hechos reportados, y es una práctica informativa que brinda certeza al lector sobre la veracidad de lo que se divulga.

“Mi trabajo es buscar imágenes lo suficientemente humanas –afirma Galo– para que, en lugar de generar pánico, sean un llamado de prevención dirigido a quienes las observan, para que sepan que la situación (de la pandemia de Covid-19) sí está avanzando.”

En casa, son él y su papá, conductor de un taxi, quienes mantienen contacto con el exterior, mientras su mamá y su hermana permanecen en autoaislamiento, pero aún extremando medidas sanitarias, Galo está consciente del riesgo que representa salir todos los días. “Pensar en que yo pueda contagiar a mi familia no se me hace justo”, reconoce, pero el riesgo es inherente a su profesión: no se puede hacer fotoperiodismo desde casa, y por ello, en la actual contingencia, cada fotoperiodista debe recorrer una ciudad en apariencia detenida, atentos al rumor de los pasos de quienes no pueden detenerse.

Hasta 2019, en México existían 234 mil personas dedicadas de manera formal, como Galo, a la “información en medios masivos”, según el Censo Económico del INEGI.

Pero aunque no le pagaran, afirma Galo, él seguiría enfocando su lente en la noticia. Lo único que lo detendría es la misma enfermedad: “Ese es el compromiso con la profesión. La labor de un fotoperiodista es eso: llevar imágenes verídicas, que representen hechos verídicos, noticiosos, que a la par sirvan para empatizar con quienes están dentro y fuera de la situación que se retrata. Se trata de llevar a los demás la historia y la voz de los enfermos, de los fallecidos y de la gente que sigue trabajando.”

Por Aranza Flores, becaria

Paris Martínez, coordinador