Ante la educación a distancia durante la pandemia, muchos maestros han demostrado una férrea vocación por la enseñanza y un compromiso con sus alumnos en donde la creatividad brilla incluso en los contextos más precarios.
27 de agosto de 2020, Ciudad de México. Un profesor que da asesorías de matemáticas usando el altavoz de la iglesia de su comunidad. Otra maestra que usa la bocina del carrito de los tamales oaxaqueños para pedir a los niños de la cuadra que se asomen a las ventanas para compartir sus dudas. Las maestras que hicieron grupos de Whatsapp para permanecer en contacto con los padres. A Manuel Gil Antón, profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México y director académico de Educación Futura, no dejan de sorprenderle algunas de las experiencias que conoció en los pasados meses. Por ello dice:
–Es una pena que la SEP no haya volteado a ver todo eso, y sí haya beneficiado a empresas que sólo maquilan programas de televisión. Qué desgracia que la institución confíe más en las televisoras que en sus profesoras y profesores.
El lunes 24 de agosto inició el nuevo ciclo escolar y más de 30 millones de alumnos se resignaron a un nuevo modelo de educación a distancia. Mediante un contrato de concertación por 450 millones de pesos con Televisa, Tv Azteca, Grupo Imagen y Multimedios, la televisión se convirtió en la principal herramienta educativa del gobierno federal durante la emergencia.
–El sexenio pasado, desde las televisoras se creó una imagen de los profesores mexicanos como una bola de ignorantes pendencieros –dice Gil Anton–. Que por los mismos canales donde se destruyó su imagen hoy se extienda la oferta educativa representa una ofensa impresionante para los maestros.
La televisión no es para todos
La pandemia ha hecho que en un país con profunda desigualdad, ésta sea todavía más evidente y se acentúe: de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en más tres millones de hogares con personas en edad escolar no cuentan con televisión o señal digital abierta, o siquiera electricidad.
–La tele sí podría ser una alternativa –dice Gil Antón–: imagínate que los de secundaria tuvieran un ciclo de cine con películas que han tenido como contexto las epidemias en el mundo, mientras leen La Peste de Albert Camus. La sociedad está en el dolor, en la incertidumbre, en la pobreza. ¿Por qué no tomar esos temas? ¿Por qué no permitir que los maestros mediaran de alguna forma estos contenidos?
En Ocoapa los niños no tienen tablets, ni computadoras, rara vez hay señal de internet y, de cualquier forma, pocos cuentan con un teléfono inteligente capaz de conectarse. Por eso, cuando la pandemia interrumpió el curso escolar anterior, el maestro David García Librado supo que tendría que buscar la manera de mantenerse en contacto con sus alumnos de tercer año de primaria.
–Yo no sé a quién se le ocurrió eso de dar clases a través de la tele pero allí en Ocoapa de mis 26 alumnos sólo 10 cuentan con televisión… y esa televisión pues no tiene buena señal.
Ocoapa es una comunidad del municipio de Copanatoyac, en el estado de Guerrero. Se encuentra en la zona de La Montaña, en una región donde la mayor parte de la gente habla tu’un savi (mixteco). David lleva más de una década como maestro en la Escuela Primaria “Ignacio López Rayón”, vive en la ciudad de Tlapa, 37 kilómetros de sierra al norte. Ante la pandemia, muchas comunidades cerraron sus accesos, por lo que le fue imposible continuar dando clases.
Los maestros notaron pronto que los retenes sanitarios permitían el acceso, una vez al día, de “la pasajera”, una combi comunitaria. Así que cada lunes, a primera hora de la mañana, comenzaron a enviar paquetes a las niñas y niños de Ocoapa.
–Optamos por hacer apuntes por asignatura, mapas mentales, contenidos dosificados –explica David vía telefónica a Corriente Alterna–. Hacemos un paquete por niño, con su nombre escrito y su grupo, y lo enviamos en la “pasajera”. Ellos lo reciben, hacen los ejercicios y lo mandan de vuelta el jueves para que lo revisemos. Así pudimos mantener retroalimentación con ellos durante todo el primer ciclo, les hacíamos preguntas para detectar sus dificultades.
Una madre de familia les ayudó a vocear con un altavoz el nombre de cada uno de los niños para que nadie se quedara sin recibir su tarea. Este sistema de educación a distancia resultó efectivo –sólo uno de los 26 alumnos de David no siguió las actividades–, tanto que ahora mismo están repitiendo el esquema en el entendido de que el programa Aprende en Casa no está llegando a todos los hogares.
–La SEP piensa que todos los niños y los contextos están cortados con la misma tijera –se queja–. Lo que nosotros hacemos es adecuar los contenidos, no a lo que nos piden a nivel nacional, sino a lo que nosotros consideramos que necesitan los alumnos. Esto lo hacemos de manera autónoma, nos organizamos, buscamos a personas que nos ayuden en las comunidades, como monitores de los niños.
Escuelas sin infraestructura
Lu García es docente en Prepa en Línea y en la Universidad Abierta y a Distancia de México. Desde hace diez años ha colaborado con diferentes instancias, como el Consejo Nacional de Población (Conapo) o la Coordinación Sectorial de Desarrollo Académico (Cosdac), en la construcción de entornos para la educación a distancia.
–No es fácil. No se trata de que las clases van a ser en Zoom ahora –explica–. Para un buen modelo de educación a distancia se necesitan pedagogos, gestores de aula, programadores, facilitadores de materiales didácticos capacitados para este tipo de dinámica y una infraestructura que tarda, por lo menos, un año de tiempo para implementarse bien. Toda esta carga de trabajo durante la pandemia recayó sobre el personal docente.
–La educación a distancia, ¿puede ser apta para todos?
–Yo no creo que antes de la secundaria pueda ser efectiva –considera–. Muchos de los niños de primaria no es que extrañen la escuela: extrañan a sus amigos. No extrañan al maestro o al director, sino el espacio de convivencia entre pares. Esto es algo importantísimo de la escuela: que te pone en contacto con tus iguales.
Al mismo tiempo, piensa Lu, la emergencia sanitaria marca un punto de inflexión que puede ser aprovechado para cuestionar viejos esquemas educativos. Y son los maestros quienes pueden entender que ciertos métodos no volverán a ser los mismos y que la educación debe convertirse en un proceso lúdico y crítico, ligado a las inquietudes individuales y comunitarias de los estudiantes. El docente, explica, debería dejar de concebirse como el centro de la enseñanza y convertirse en un acompañante de los intereses del estudiante.
–No puedes trabajar igual con un niño migrante que con un niño que está todos los días en la escuela porque su mamá lo lleva ya desayunado.
Educación a distancia o la Nueva España de Minecraft
Marisol juega Minecraft desde los siete años. En sus propias palabras, “Minecraft es un videojuego que puede jugarse desde un teléfono celular, desde una tableta o donde tú quieras y en el que, básicamente, todo está hecho con cubitos con los que puedes construir lo que sea: un supermercado, una ciudad, un parque de diversiones”. Durante la pandemia, para su clase de historia en la secundaria privada Berta von Glümer, en la colonia Roma, Marisol creó con sus compañeros una ciudad de la Nueva España por encargo de su maestra.
Brenda García tiene 11 años como profesora de historia. Hace algunos años supo de la carga histórica con la que contaba el videojuego Assassin’s creed o el uso que God of war hacía de la mitología griega. Entendió que eran una herramienta para comunicarse con sus alumnos y desarrollar una estrategia lúdica para el aprendizaje. Desde antes que la pandemia, ella había incorporado estas herramientas en sus métodos pedagógicos. Hoy, sin poder usar las aulas, piensa repetir el proceso.
–Les dije: “Vamos a hacer una ciudad en la Nueva España, ¿pero qué tiene una ciudad de este estilo?”. Primero vimos las instituciones de gobierno, luego las actividades económicas, la sociedad novohispana… todo esto lo investigamos a profundidad y ellos lo iban construyendo, por separado.
Una veintena de alumnos levantaron iglesias franciscanas, agustinas y dominicas entre los ostentosos palacios de cabildo. Se fundaron plazas públicas donde peninsulares y criollos parecían discutir en torno a las ganancias de las minas y una sociedad bien estratificada se distribuía en un mapa de tres dimensiones.
–La miss nos explicó la estructura gubernamental, los edificios, los espacios de ganadería, minería –dice Jesús–. A partir de todo lo que nos dijo construimos los espacios, las minas y distribuimos a la gente a partir de sus castas y razas.
No toda juventud es digital
Las medidas impuestas por la contingencia sanitaria revelan lo mucho que dependemos de las plataformas digitales. Iván Flores Obregón, maestro en Antropología Social por parte de la UAM-Iztapalapa, docente de licenciatura e investigador de los videojuegos como un fenómeno social, piensa que la dinámica del juego puede ser muy poderosa para cualquier modelo educativo.
–Pero hay que tener cuidado con la caracterización de la juventud –advierte–. Los profesores asumen que los jóvenes saben usar las tecnologías o redes sociales, pero muchos de mis alumnos de licenciatura no saben usar Google Drive, por ejemplo. Además es un tema de infraestructura: no todos los maestros cuentan con acceso a estas herramientas.
Susana Macario Luna sí cuenta con estas herramientas, pero no puede usarlas en su contexto. Ella fue docente durante cinco años en la comunidad de La Burrera, en Tierra Blanca, Veracruz. Hace dos años regresó a Orizaba, de donde es originaria y hoy trabaja en la Escuela Primaria “Leona Vicario”, en Tuxpanguillo: una comunidad vecina, donde la mayor parte de las familias sobreviven del cultivo y venta del chayote. Cuando la pandemia comenzó ella estaba a cargo de un grupo de 27 alumnos de sexto año.
–Era un grupo participativo –dice– pero con la pandemia me costó mucho relacionar el contexto con el programa. Tuxpanguillo es una comunidad con alto índice de analfabetismo y fue difícil explicarles lo que ocurría. La escuela hizo una labor de contención: calmar a los papás, pedirles que no se dejaran llevar por el rumor del vecino o las noticias escandalosas que escuchaban. Nos tocó hacer una campaña informativa para darles criterios sobre qué noticias eran ciertas y cuáles no.
Susana Macario piensa que la labor docente excede las aulas y se trenza con las dinámicas comunitarias. Sin la participación de los padres y de algunos vecinos, por ejemplo, la educación a distancia hubiera sido difícil: de sus 27 alumnas y alumnos, sólo dos familias contaban con internet y computadora, otras cuatro no contaban con Whatsapp en su celular.
Así que se organizó con una madre de familia, con la dueña de una tienda de abarrotes, con la vocera de la comunidad y, cada domingo, acudía a repartir carpetas de trabajo. De su puño y letra, con mensajes personalizados, enviaba ejercicios diarios para las niñas y los niños de su grupo al mismo tiempo que se enteraba de cómo la percepción de la comunidad respecto a la pandemia cambiaba: pronto se reportaron los primeros contagios y, a mediados de junio, el sacerdote del pueblo murió por COVID-19. A principios de agosto, en uno de esos domingos que acudió a recoger trabajos y entregar nuevas carpetas, encontró por fin las calles vacías, los cubrebocas en los rostros de los peatones.
–Es difícil, porque tú trabajas con la complejidad de una comunidad –dice Susana–, con sus contradicciones y problemas. Como maestro te toca tratar de darle sentido a un programa educativo, en medio de todo esto.
Contra el examen
Que la casa funcione hoy como lugar de aprendizaje para las niñas y niños no debería incomodar. Para Gabriel Cámara, doctor en Educación por la Universidad de Harvard y quien por décadas ha promovido modelos alternativos en educación básica a nivel nacional, la casa bien puede ser una alternativa digna a un modelo educativo concebido para industrializar la vida.
–Hace dos siglos la mayoría de la gente aprendía en casa –explica Cámara en entrevista para Corriente Alterna–. Sólo las familias muy acomodadas tenían maestros o mentores, los seminarios también eran para una élite. Luego vino la revolución industrial: el auge de la producción con máquinas. Esta producción era controlada por la clase mercante, quienes se apoderaron de las tierras comunes (los ‘dueños de la humanidad’, los define Adán Smith). Esto ocasionó un éxodo de campesinos que buscaban trabajo en las fábricas de las ciudades; todas estas familias necesitaron entonces un lugar para los infantes. La escuela nació con esa doble función: servir como guardería, esto es mantener a los niños allí mientras trabajan los padres, pero también para orientarlos hacia el trabajo fabril o administrativo, o bien detectar a los más capacitados y formarlos como rectores (dueños de la humanidad).
En términos ideales, una casa es un lugar donde existe afecto: un menor puede tener la libertad de expresarse, de cometer errores y de aprender con un apoyo común. Así es como aprendemos a hablar, a caminar o andar en bicicleta. El modelo educativo que rige en las escuelas mexicanas, en opinión de Cámara, rompe con el camino natural del aprendizaje al someter a las y los alumnos a un régimen predeterminado: la estratificación por edad, otorgarles un lugar fijo en un aula con el fin de que reciban información de una materia distinta cada 60 minutos, sólo para que, al final de curso, se cuantifiquen sus aciertos y sus errores mediante un examen, no necesariamente son criterios que ayuden al aprendizaje. No resulta extraño que en la prueba del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA por sus siglas en inglés) México suela aparecer en los últimos países de la OCDE en materia de educación, o que la mitad de los estudiantes presenten un bajo nivel de comprensión lectora y matemáticas.
–Esta visión está caduca –dice Cámara–. La pandemia y la educación a distancia están forzando una libertad respecto a ese modelo: para estar en la casa, para estudiar a diferentes horas y para tomar otros temas. Nos debería preparar para lo que viene. Yo recomendaría que no obliguen a los chicos a aprender para repetir conceptos en un examen sino que reciban este material, que si les interesa profundizar tengan textos, ejercicios y todo lo que ofrece internet: juegos, videos, redes.
Por supuesto, todo esto depende de los recursos de las familias. Para muchas madres, sobre todo quienes trabajan, tener menores en casa representa una doble o triple jornada. En estos casos, la tragedia no es que las y los niños tengan que estar en casa sino que esto sea posible sólo bajo circunstancias de angustia.
Por eso, aunque Cámara desconfía del modelo educativo que impera en México, confía en la creatividad de los maestros. Hoy su labor, insiste, es todavía más importante: buscar maneras de acompañar a los menores, no permitir que la educación a distancia transmitida por televisión o radio determine los intereses de las niñas y los niños, ni ser delegados por un esquema así.
–Hace unos días se hizo una reunión para capacitar a 21 maestros de Puebla a través de Zoom; se pidió ayuda a maestros de otros estados, de Zacatecas, del Estado de México, de Querétaro. Quien organizó esto me contaba que la grabación de esta sesión se replicó 30 mil veces con otros maestros. Esta es la labor de los maestros: tratar de ayudarse y tratar de aliviar el trabajo que tienen las familias. Una manera de aliviar sería no insistir en la amenaza de la evaluación final, que sea la ocasión para tener una mirada distinta a lo que es aprender. Enseñar no es lograr que se responda un examen, enseñar es transformar.