CU
El día que amaneció dos veces

Foto: Daniel Auguto / Cuartoscuro

Niños y niñas en pandemia: un cuento sin hadas… con puros monstruos

Paris Martínez, reportero; Fernanda Vega Osnaya, Diego Alvarado, Metztli Molina y Javier Hernández Alpízar, becaries / Corriente Alterna el 4 de marzo, 2021

Las infancias pagan un alto precio por el confinamiento derivado de la emergencia sanitaria: sin escuelas, no aprenden a socializar; sin parques donde jugar y correr, se exponen al aislamiento y el sedentarismo; encerrados en casa, pueden estar más cerca de la violencia intrafamiliar.

La pandemia, además, ha volcado el sistema de salud a la atención de COVID-19, lo que ha relegado tratamientos para la niñez, relacionados con diversas enfermedades. Para colmo, el gobierno federal ha cancelado programas de atención a la niñez.

A pesar de todo ello, según especialistas, el cierre de centros escolares sigue siendo necesario para cuidar la vida y la salud de los niños, sus familiares, maestras y maestros. Una contradicción que, por distintas vías, empieza a encontrar salidas viables en la práctica cotidiana de la sociedad mexicana.

Más allá de las cifras oficiales

Según la explicación que el gobierno federal difunde entre las niñas y niños del país, el Covid-19 es un “primo de la gripa y el resfriado”, al que le encanta viajar, saltar en las manos de las personas, y que provoca fiebre, falta de aire y tos; pero que “pronto” se va, por lo que “las personas, casi todas, se sienten mejor, como cuando tu rodilla sana después de una raspadura”.

Un cuento de hadas que nada tiene que ver con la realidad. Para la infancia, la pandemia ha representado muchas más que un raspón: hasta el 28 de febrero de 2021, en el país se han reportado 34 mil 541 casos confirmados de COVID-19 en niños y niñas de cero a 12 años de edad, lo que representa 2% del total de casos registrados en el país. De esos niños y niñas enfermas, 405 han muerto.

Los reportes de las autoridades de salud revelan, también, que uno de cada diez menores de cero a 12 años enfermos de COVID-19 ha requerido hospitalización. Y que uno de cada cien tuvo que ser  intubado.

Asimismo, la base de datos abiertos sobre la pandemia, elaborada por la Secretaría de Salud, indica que 22 mil niñas y niños padecían una o varias comorbilidades antes de contraer COVID-19. Es decir, que dos de cada tres menores enfermos presentaban diabetes, asma, inmunosupresión o condiciones crónicas como obesidad, problemas cardiovasculares o renales, entre otras.

Niñez pandemia
Infografía: René Zubieta

Pero estas cifras son, apenas, un acercamiento superficial al problema, ya que la expansión real de COVID-19 entre la población infantil del país está subestimada, advierte la doctora Claudia Montesinos Ramírez, coordinadora de Pediatría en el Hospital Regional Ignacio Zaragoza del ISSSTE y presidenta de la Sociedad Mexicana de Pediatría.

En México, señala, “hay muchos más casos de niños y niñas enfermos de COVID-19 de los que se ha registrado oficialmente, toda vez que la mayoría cursa síntomas leves o inespecíficos, y se determina que se contagiaron porque tuvieron contacto con una persona mayor que cursó la enfermedad; pero no se protocolizan esos casos de manera sistemática, tal como se hace con los adultos”.

La especialista subraya: “Son pocos los niños y niñas a los que se les hace prueba por COVID-19, ya sea de antígeno, de PCR o, incluso, pruebas rápidas de anticuerpos. Y eso, obviamente, disminuye el número de casos a reportar”.

Pero los niños y niñas afectadas por la pandemia no son únicamente quienes han contraído la enfermedad, destaca la doctora Montesinos. “La gran mayoría de los hospitales y unidades médicas del país encausaron sus recursos hacia la atención de pacientes adultos con COVID-19 —explica—, y eso dejó descubiertas muchas áreas de atención destinadas a pacientes pediátricos. Esos niños y niñas con padecimientos complejos o que requieren atención sistematizada vieron suspendido su tratamiento”.

Las consecuencias, lamenta, las veremos en dos o tres años: deterioro por las enfermedades que dejaron de atenderse, y retraso en el crecimiento y desarrollo de esos niños y niñas, “porque si muchas enfermedades no se vigilan oportunamente, generan otras afectaciones”.

Eso no es todo: incluso los niños y niñas sin enfermedades enfrentan afectaciones en su desarrollo mental y emocional por el confinamiento.

“Tristemente —afirma—, en aras de su salud física, a todos los niños y niñas los hemos encerrado, aislado en sus casas. Pero esto ha sido a costa de su salud mental, porque en su primera infancia necesitan socializar, desarrollar habilidades cognitivas y comunicativas. Los niños y niñas aprenden por lo que ven, por lo que tocan, por lo que escuchan, mientras que otro tanto lo aprenden por imitación. Y mucho de esto lo hacen en la escuela”, que por el momento está suspendida en su formato presencial.

Las niñas y niños mexicano en general, además, se ven afectados en el presente por un fenómeno amplio de pérdida de seguridad alimentaria, derivado de la crisis econóomica previa a la pandemia y agravada por ésta, advierte el doctor Carlos Juárez Ortiz, neumólogo pediatra, vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Pediatría, y académico de la UNAM.

“Desde antes de la pandemia –explica– el nivel de pobreza en nuestro país es uno de los factores más importantes para el desarrollo de enfermedades en la problación. Y uno de sus reflejos es la desnutrición infantil, que representa un factor de agravamiento no sólo de Covid-19, sino de todas las enfermedades. Y así nos agarró la pandemia, con 50% de población en algún tipo de pobreza, lo que genera inseguridad alimentria en todos esos hogares. El problema es que como no se mueren tantos niños y niñas como adultos, a causa del Covid-19, están olvidados.”

Niñez y pandemia: el encierro necesario

El confinamiento en espacios cerrados es, por sí mismo, una condición no recomendada para la salud de las personas; y esto se aplica, especialmente, a niños y niñas, comenta la doctora Mercedes Macías Parra, especialista en epidemiología y directora médica del Instituto Nacional de Pediatría: “El sistema inmune se desarrolla, estimula y fortalece con la exposición a los antígenos que se encuentran en el ambiente; por esta razón, el cambio de ambiente impuesto por la cuarentena podría tener efectos adversos”.

Por ejemplo, detalla, “hay preocupación sobre la posibilidad de que las exposiciones prolongadas a ambientes cerrados insalubres, saturados de alérgenos, con humedad e infestaciones, puedan generar complicaciones en el desarrollo neuroinmune de niños y niñas, así como que favorezcan otras condiciones médicas, como las alergias y el asma”.

No obstante, destaca, debe tomarse en cuenta que las medidas de confinamiento decretadas por las autoridades de salud, que incluyen el cierre de escuelas y espacios de convivencia infantil, no son arbitrarias. “No sólo protegen a los niños y niñas, también a las maestras, a los padres y madres, a los abuelos, y a una serie más amplia de contactos vulnerables. La incertidumbre, en estos casos, siempre es muy alta pero técnica y socialmente, lo que están decidiendo los equipos encargados es razonable”.

Aun así, los costos del confinamiento en la infancia están, apenas, por verse, señala por su parte la doctora Ana Sepúlveda Vildosola, pediatra profesora de posgrado en la Facultad de Medicina de la UNAM, ya que todas las consecuencias terminarán encadenándose y retroalimentándose.

“El aislamiento —ejemplifica— genera riesgos de afectación en la salud mental de los niños y niñas por distintos factores: están expuestos a mayor violencia familiar, alteraciones del sueño, ansiedad y miedo por el constante contacto con el tema de la muerte. Además, aumentan los riesgos de sedentarismo porque en confinamiento disminuye la actividad física”.

Niñez pandemia
Las afectaciones a la salud y el crecimiento de los niños y niñas por la pandemia alcanzan incluso a quienes no sufren la Covid-19 u otras enfermedades, porque el confinamiento entorpece procesos de desarrollo motriz y psicosocial. Foto: Graciela López / Cuartoscuro

A ello se suma que el encierro obstruye procesos relacionados con el desarrollo motriz y del sistema nervioso. “Hay cosas que los niños y las niñas tienen que ir logrando conforme crecen. A esos logros, en pediatría, los llamamos hitos: por ejemplo, a los seis meses deben poder sentarse; al año y dos meses deben aprender a caminar; a los tres años, andar en un triciclo, y a los seis, en bicicleta”.

Sin embargo, destaca, “está muy difícil que una familia que vive en un departamento, que no puede salir al parque, le pueda enseñar a sus niños y niñas a andar en bicicleta, jugar con un triciclo o que puedan desarrollar sus habilidades motoras finas, como agarrar un balón”.

Los niños y niñas que presentan retraso en la adquisición de estas habilidades requieren rehabilitación, lamenta, pero ésta también se ve dificultada por las condiciones de confinamiento. Y la situación es todavía más grave para aquellos niños y niñas que, antes de la pandemia, requerían terapias y actividades especiales relacionadas con el desarrollo psicoemocional, con la atención de discapacidades o de condiciones de vida, como el trastorno del espactro autista.

Los niños y niñas con autismo, por ejemplo, presentan comportamientos repetitivos y para ellos son muy importantes sus rutinas de vida, las cuales se vieron seriamente alteradas con la pandemia y la emergencia sanitaria, explica Celene Rea, doctora en psicología por la UNAM y especialista en la atención de niños y niñas con autismo.

Para ellos y ellas, detalla, puede ser muy difícil incluir nuevos elementos a sus rutinas, como el uso cotidiano de cubrebocas, y muy fácilmente pueden convertir otras medidas, como el lavado constante de manos, en acciones obsesivas.

Igualmente, el aislamiento agrava el ensimismamiento de los menores con estas condiciones de vida, al tiempo que obstruye o revierte el desarrollo de habilidades de socialización.

A raíz del confinamiento, reconoce la doctora Rea, “los periodos de atención en los niños y niñas con trastorno del espectro autista están disminuyendo considerablemente: antes habíamos alcanzado seis minutos o más de atención en los infantes que atendemos; ahora se ha reducido a cuatro minutos o menos”, lo que aleja la meta de facilitar a estos menores la socialización.

Epílogo: “adultocentrismo”

En México, la población infantil cuenta con la cobertura de un marco normativo robusto para su protección, que los reconoce como sujetos activos de derecho.

Por un lado, el artículo 4º constitucional establece que el interés de la niñez es superior a cualquier otra consideración, en todas áreas de cobertura del gobierno y la sociedad. Por otro, la Ley Federal de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes establece que quienes integran este sector de la población deben ser consultados en todos los temas que tienen que ver con ellos y les afectan.

Sin embargo, durante la actual administración federal, antes y después de la crisis sanitaria, ambos preceptos vienen siendo “totalmente violentados”, denuncia Juan Martín Pérez, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).

Los niños y niñas mexicanos, destaca, son una tercera parte de la población total del país, pero entre los 25 proyectos prioritarios anunciados por el presidente Andrés Manuel López Obrador al inicio de su gestión, ninguno va dirigido, específicamente, a este sector. Es decir, enfatiza, “uno de cada tres mexicanos y mexicanas quedó fuera de la agenda federal”, por lo que, consideró, puede ser calificada como una agenda “adultocéntrica” que sacrifica aquellos intereses que, por mandato constitucional, debía priorizar: los de la infancia.

Juan Martín Pérez pone como ejemplo los recortes en el gasto público destinado a poblaciones infantiles, emprendido por la autoridad federal desde antes de la pandemia. “La Unicef pidió al gobierno federal que no aplicara esos recortes porque iban a afectar a millones de niñas, niños y adolescentes; pero, aun así, lo hicieron. Terminaron de matar el programa de estancias infantiles; eliminaron el programa de escuelas de tiempo completo, que incluía alimentación para niños y niñas de comunidades pobres; se eliminó el programa de jornaleros agrícolas; el programa de prevención de embarazo adolescente y las estrategias de atención a primera infancia. Niñas trabajadoras y niñas en conflicto con la ley no tuvieron un solo peso, y le recortaron 34% de su presupuesto al sistema DIF, al que le toca atender a niños y niñas en orfandad.”

Luego llegó la pandemia un año antes de un proceso electoral, lo que “ha eclipsado todavía más la agenda de la infancia y los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes”.

No obstante, las actuales autoridades olvidan un hecho, concluye el director de la Redim: “si a las autoridades sólo les importan las elecciones, muy pronto esta tercera parte de la población podrá acudir a las urnas”… y les va a cobrar el haberlos sacrificado.