“Si nos contagiamos, nadie nos va a cuidar”

Miranda “N” es médica residente en el Hospital General de Atizapán “Dr. Salvador González Herrejón”, en el Estado de México, donde a finales de abril se registraban 25 trabajadores infectados por Covid-19. Luego de dos semanas de permanecer en casa y ya casi asintomática, lamenta que la institución haya desestimado sus peticiones de instrumental de protección cuando los solicitaron. Aunque ella asume el riesgo de su profesión, teme por sus padres que pertenecen a la población vulnerable.

Después del periodo de incubación todo es muy rápido. Dos días son suficientes para que  los síntomas del Covid-19 evolucionen. Empiezas con escurrimiento nasal, dolor de garganta, luego viene ya la tos, el dolor de cabeza. Y sí, falta el aire. Sientes ahogo, eso es lo que más se nota. Al menos así fue en mi caso. Yo me di cuenta de que estaba contagiada porque además empecé a perder el gusto, el olfato.

Yo soy médica residente de medicina interna. Estoy en el segundo año de especialidad. Aunque sólo los de tercer año y los adscritos tienen contacto directo con los pacientes más graves, estoy en el primer frente de contagio. Cuando llega un paciente a urgencias, los canalizan a terapia intensiva o a medicina interna. Todos los diagnosticados con neumonía adquirida en comunidad, por ejemplo, trataron conmigo de alguna forma. Muchos fueron confirmados como casos positivos de Covid-19 tiempo después. Supongo que fue allí que me contagié.

Todo ha sido muy intenso. Muy rápido. Fue en febrero que se confirmó el primer caso en el país, en el INER según recuerdo. A partir de entonces el tiempo corre distinto, con otro ritmo. Nosotros trabajamos tres tipos de guardias. La más larga, de 36 horas: cubres un turno matutino, cubres el turno vespertino, el nocturno y el matutino del siguiente día. Duermes cuando puedes, si acaso no tienes muchos pacientes. Tienes que revisar notas, expedientes y dejar todo en orden para poderte ir. No hay hora de salida en realidad. Pero la emergencia modificó este ritmo. Los residentes dejamos de entrar en grupo a ver a los pacientes, las clases poco a poco se fueron cancelando y desde que entramos a Fase 2 nos convertimos en hospital receptor de pacientes con Covid-19. Entonces empezamos a cubrir sólo guardias de 24 horas, más breves pero más intensas, con muchos pacientes y mayor estrés.

Los primeros casos positivos que atendimos parecían simples gripes. Otros entraban con el diagnóstico de neumonía adquirida en comunidad. El primer caso que tuvimos en el hospital, recuerdo, fue una mujer con padecimiento renal. Venía con fallas respiratorias severas pero se atribuyó al trastorno renal que traía de base. Se pensaba que lo pulmonar era secundario. Pero no mejoró con el tratamiento. Se le tomó la prueba y se confirmó. Tuvieron que trasladarla a Zumpango, donde hay mejor infraestructura. No sé qué pasó con ella.

Hasta entonces no sabíamos la magnitud, cómo nos iba a golpear la pandemia a nosotros. Era algo que comentábamos entre los compañeros. Empezamos a pensar cómo protegernos. Todo el personal ha estado comprometido. Sabemos que si nos enfermamos, es parte de nuestra profesión. 

Pero la familia pesa.

Mis papás tienen más de sesenta años. Vivo con ellos y sí provoca angustia. Por supuesto tengo que cumplir un aislamiento estricto. Usar cubrebocas todo el tiempo, desinfectar cada cosa que toco antes y después, hasta las manijas del baño. Es una vida extraña, muy difícil para el enfermo y los familiares.

Tengo miedo, claro. Aunque los médicos residentes somos jóvenes no hay nada seguro. El virus no está lo suficientemente estudiado y no podemos saber cómo será la evolución si nos contagiamos. Ahora yo estoy casi de salida, asintomática y a unos días de regresar, luego de dos semanas de aislamiento. Pero en cualquier momento mi estado se pudo complicar. Y a la angustia de estar enferma se suma que la institución no está precisamente al pendiente de el estado de salud de los residentes. Si nos enfermamos, nadie nos va a cuidar excepto nosotros mismos. Eso es bien deprimente.

Dos días antes de que se declarara el inicio de la fase 2, nosotros estábamos exigiendo instrumental de protección. Y nos decían que no hacía falta pese a que éramos nosotros quienes teníamos el contacto directo con los pacientes. Los directivos nos respondían que nos estábamos adelantando, que no generáramos pánico. Esta situación no es nueva. Desde que yo estoy aquí, hace ya dos años, los insumos para atender pacientes, las jeringas, los guantes, las soluciones, el material quirúrgico, todo eso ha hecho falta. También los medicamentos, los antibióticos sobre todo. Y la pandemia agudizó esta escasez.

Alrededor de marzo muchos médicos renunciaron. Otros que sufrían alguna comorbilidad o tenían alguna condición fueron enviados a casa. Y la falta de personal es muy notable. Porque muchos de quienes nos quedamos nos enfermamos, no soy la única. Ha sido una suerte que no se haya complicado el estado de ninguno de mis compañeros contagiados. Pero algunos tienen asma o hipertensión y siguen trabajando y en el hospital sí tenemos personas jóvenes entubadas. Es preocupante regresar así.