“Vete a la verga”. Eso fue lo pensó la escritora Dahlia de la Cerda cuando supo que el cantante Peso Pluma gastó su primer cheque grande en inaugurar su colección de Rolex. Y es que el reloj más barato de esta marca no baja de los 50 mil dólares. Qué diferencia, pensó, con Santa Fe Klan, el rapero de Guanajuato que usó el pago de su primer contrato en Alzada Records para comprarse un carrito Figo de la marca Ford de apenas 20 mil varos.
–Lo que yo me he comprado es pura perra mamada –dice–. Puros juguetes: el castillo Grey School; todos los muñecos con los que me quedé con ganas en la infancia.
La plática con Dahlia de la Cerda ocurre a través de una pantalla de Zoom. A sus espaldas asoman máscaras de terror, funkos y una lele: la muñeca tradicional otomí, pero vestida con listones negros y un atuendo gótico, como ella misma.
Su primer libro de cuentos, Perras de reserva, publicado originalmente por Tierra Adentro (2019) con solo diez historias, a las que agregaría tres relatos en la edición en Sexto Piso (2022).
Desde los zulos (Sexto Piso, 2023), un libro de ensayos que aborda el feminismo desde un enfoque interseccional, también se convirtió en uno de los libros más vendidos de la editorial.
Al margen de los méritos literarios, Dahlia dice que su éxito se debe, también, a su tendencia a construir espacios de diálogo más allá de los libros. Procura mantenerse cercana a sus lectoras. Todavía le sorprende cuando, en una presentación o una conferencia, alguien le dice que viajó hasta cuatro horas para escucharla.
–O para cotorrear conmigo –ríe–. Yo lo único que puedo responder ante esa generosidad es escribir. Trato de no ponerme mamona ni poner requerimientos altísimos en las presentaciones o en las ferias del libro.
Esta escritora saltó a la fama, más o menos, gracias a las redes sociales y el activismo. Dahlia es cofundadora de la colectiva Morras Help Morras, una asociación que brinda acompañamiento a personas gestantes que deciden abortar. También realiza talleres en secundarias y preparatorias de las periferias de distintas ciudades en los que, a través del reggaetón, informa sobre justicia reproductiva o reducción de daños en el consumo de sustancias.
Sus presentaciones y charlas son un suceso multitudinario. Asisten cientos de mujeres con los cabellos pintados y erizados como púas; chicas góticas de piel pálida y rimel negrísimo; morras de botas picudas; doñitas de tacones con aires de académicas y con pañoletas moradas y verdes; mujeres de a pie; punks, rockeras o cholas que le festejan cada comentario.
-Yo quería escribir literatura. Pero quería que fuera accesible para todas las personas; que me pudiera leer alguien que aborda su primer libro, así como otros colegas escritores; incluso personas que apenas saben leer y escribir; o personas que se dedican a la academia y tienen un post doctorado. Buscando, además, una literatura ética, con otras formas de narrar la violencia.
Literatura con soundtrack
Las referencias a Peso Pluma o a Santa Fe Klan no son casuales. Antes que las letras, fue la música lo que inspiró a Dahlia de la Cerda. Originaria de Aguascalientes, su padre fue administrador de varias cantinas de la ciudad y era el encargado de organizar la variedad del Palenque en la Feria de San Marcos. Su familia materna se dedicaba a organizar bailes gruperos en los ranchos cercanos a la ciudad y a representar músicos y bandas regionales.
Todavía, hoy, sus playlist hacen eco de lo que siempre sonó en su barrio: banda, cumbiones, corridos. Pero también hip-hop, trap, reggaetón, música gótica; de Peso Pluma a Jordan 23, Lacrimosa, Haggard y luego Lupita D’Alessio.
—Cada uno de mis personajes tiene un soundtrack. Mi escritura está muy relacionada con el ambiente urbano. Yo me siento mucho más identificada con las experiencias vitales de, por ejemplo, raperos mexicanos, o con los corridos, que con mucha literatura. No tanto por las hazañas o la violencia que ejercen estando en organizaciones criminales… Pero sí por el desarrollo que tienen los personajes: que vienen de abajo, que luego se compran todo lo que siempre soñaron.
Desde esa mirada musical, Dahlia detecta que algo pasa con las nuevas generaciones. Dice que cuando era morra, la identidad y los gustos musicales eran también un yugo: portar una playera de una banda de metal era someterse a un escrutinio.
–Ahora ya no, ya no es tan así. Hay más libertad. Mi esposo, cuando agarra mi Spotify, me dice que parece que tengo trastorno de la personalidad. Y, pues, sí. Bienvenidos: somos una legión fragmentada, fragmentadísima. Yo, a la juventud de ahora, lo que le aplaudo es eso: que no se encasillan, que escuchan todo y disfrutan sin tantos prejuicios.
El agua envenenada
Cuenta que, en su adolescencia, quería andar en patineta, rayar paredes y escuchar hip-hop; casi no entraba a clases y reprobó casi todas las materias. Su mamá la metió a un colegio privado “para que le jalaran la rienda”, con la amenaza de que, si no daba el ancho, la sacaría de la escuela para que se pusiera a trabajar. Sus compañeras le decían que no pertenecía ahí por naca y vulgar, “por pinche chola”.
—Yo llevaba una mochila de esas grafiteadas, ¡olvídate!
Luego estudió filosofía en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Cuenta que, en su “época gótica”, buscó ser artista y para costearlo trabajó en una fábrica de dulces. En 2011 comenzó a trabajar en un call center y vender productos de Avon, ropa en un tianguis y rosas negras en la calle.
En 2015 obtuvo una beca del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Aguascalientes (PECDA), donde inició la compilación de cuentos sobre la violencia que viven las mujeres. En 2016 y 2018 fue beneficiaria del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. Con esos estímulos, logró terminar y seleccionar los cuentos que formarían parte de Perras de reserva.
—Escribir me ayudaba mucho en mi salud mental… Siempre he sido muy sentimental, aunque yo diga que no. O sea, yo veía un gatito así, abandonado, y lloraba una semana. Luego empecé a inventar cosas de terror, de que se me había aparecido un fantasma y así. Cuando me empezó a gustar lo gótico emulaba lo que yo leía, ¿sabes? Quería escribir de horror cósmico, como Lovecraft, pero me salían verdaderamente horribles. No me salía. Fue hasta el 2012 que hubo un feminicidio en mi familia y yo dije: yo quiero escribir de esto; o sea, yo quiero escribir de la violencia que vivimos las mujeres, de las vivencias, del contexto de las mujeres en México y en Latinoamérica.
Citando a Chantal Maillard “decidió escribir para que el agua envenenada pueda beberse” –esa frase la lleva tatuada en el antebrazo, entre una flor y una chola dark.
La vida cambió de un día para otro, dice, cuando se dio cuenta que su personaje en redes sociales suele ser tomado demasiado en serio. Sus declaraciones sobre el uso de sustancias ilícitas, la interrupción legal del embarazo o sus férreas críticas al feminismo transexcluyente suelen desatar debates intensos que pueden prolongarse durante semanas.
–Yo siempre he liado con hate en redes sociales, pero no era lo mismo. De pronto escribía alguna babosada, de esas que se me ocurren mientras estoy ahí limpiando areneros… “Me voy a encuerar para ir ver Barbie porque así traía a las mías”… Y, entonces: “Pinche vieja, ¿ya vieron?, nos está lesionando”… Y yo: “No mames, ¿cómo?” En la vida real prefiero mediar el conflicto. Ya me viera yo diciéndole: “¡Ay!, no, señora, lo que está diciendo es machista”. No quiero ser esa persona insoportable. Luego la gente me ve muy incendiaria en redes y piensa que yo soy así en mi vida cotidiana, pero en mi vida cotidiana yo elijo mis batallas.
Morras Help Morras
En 2005 decidió interrumpir un embarazo estando sola en casa. Recuerda que lo contó abiertamente en la escuela. Y, a pesar de que, en un inicio, su decisión desató críticas y chismes, sus compañeras empezaron a buscarla para pedirle orientación. Pronto esta actividad se convirtió en una postura política y, después, en una asociación civil llamada Morras Help Morras.
—Nuestro modelo de trabajo es: nosotras tenemos recursos que bajamos y queremos distribuirlos con ustedes, pero queremos que ustedes decidan en qué se van a ir esos recursos, ¿qué necesitan? Y ha sido bien diverso: ha habido grupos donde nos piden que haya talleres de reducción de daños por sustancias psicoactivas; hay quienes nos piden talleres de arte; hay quienes nos piden escuelas para padres; hay quienes nos piden métodos anticonceptivos; hay quienes solo quieren jugar basquetbol, ¿sabes?
Inició los procesos de acompañamiento con sus amigas distribuyendo materiales con información sobre aborto seguro. Dice que su objetivo es trabajar en la emancipación sexual, reproductiva, económica, política y cultural de las mujeres que habitan la periferia.
—Tampoco es que yo quiera que todas las mujeres aborten, ¿sabes? De que me dicen: “Ay, estoy embarazada”, y yo: “Toma, te regalo el misoprostol”. ¡No! Yo quiero que las maternidades, todas, sean plenas, sean felices y que el aborto sea visto como un servicio más de salud reproductiva.
—Has mencionado que tu feminismo es antipunitivo y anticarcelario, y que crees en la reinserción. ¿Cómo crees que debería ser la justicia a víctimas, sin hablar de privación de la libertad?
—Cuando uno dice que es antipunitiva, piensan que quieres que todos los delincuentes, todas las personas en conflicto con la ley, que todos los violentadores, reciban un abrazo de nuestra parte y les digamos: “Ay, pobrecito de ti, has sufrido mucho, que no te castiguen”. El feminismo anticarcelario lo que plantea es: ¿qué hacemos con ese 50 por ciento de los presos que no tiene antecedentes penales, que no son un peligro para la sociedad, que no son personas violentas? Y con el otro 50 por ciento que sí está por delitos relacionados con la violencia, que si tiene problemas para relacionarse pacíficamente, ¿qué hacemos para que no vuelvan a violentar? A mí, como feminista, me interesa las alternativas para mujeres que están en prisión por delito de narcomenudeo o posesión simple: madres de familia que están encarceladas por vender mota y que no tienen antecedentes penales… Que haya alternativas, como la prisión domiciliaria o el trabajo comunitario. A los hijos de muchas de ellas se los lleva el DIF, ¿sabes? A consecuencia de una política punitiva también se está violando el derecho de niñas y niños a tener una familia y a estar en su casa.
Cercanía lectora
La crítica ha acompañado a Dahlia buena parte de su vida. Ella dice que su contexto le enseñó a ser contundente: “Estar a la defensiva para que no se pasaran de lanza”, resume en Desde los Zulos. Relata que sus primeras experiencias de discriminación tuvieron origen en dos características personales: vivir en un barrio popular y padecer neurofibromatosis tipo 1. Sus familiares la criaron con rudeza –como una “bichota”– para que aprendiera a defenderse.
—¿Y cómo lidias con las críticas en la literatura?
—Si alguien me dice: “Está sobrevalorado tu libro, está culero”, yo no voy a hacer caso: ahí no hay una crítica, hay un juicio de valor.
Sin embargo, presta atención a ciertas lecturas y comentarios; a los que emiten las mujeres, por ejemplo, cuando le comentan que alguna escena les causó ansiedad o que la descripción de un acto violento les pareció demasiado gráfico.
—Todavía me da el síndrome de la impostora; más bien, me contagian con sus ideas quienes, a veces, me critican: “¿Y si tienen razón, güey, y soy una farsante?”. Luego veo los comentarios de la banda y digo: “No, no, no, no… me tienen envidia” –ríe–. Pero, para mí, sí es importante mantener una cercanía con las lectoras: yo escribí pensando en espejearme con otras mujeres, en que otras mujeres pudieran sentirse espejeadas.
Por eso, explica, participa en círculos de lectura, conversatorios y foros. Le gusta firmar sus libros; pero, sobre todo, le gusta cuando alguien llega con sus textos fotocopiados o le dicen que la leen en PDF.
—Sería muy pendejo que yo me dejara llevar por lo que dicen otros escritores, que lo que escribo no es literatura. Exigen que se publique solo lo cercano al canon. Pero eso no es lo que mis lectores quieren leer. Yo prefiero seguir siendo cercana a estas mujeres que, a mí, me han dado todo; que están ahí, en las ferias del libro; que a veces viajan cuatro horas para ir a cotorrear conmigo… a darle gusto al mundo literario. No tiene ningún sentido hacer las cosas distintas solo por los aplausos de gente que ni topo.
El tatuaje en su pecho recita la palabra “Insolente”, quizá a manera de advertencia o reivindicación de todas las ocasiones en que la han llamado grosera, respondona, altanera, poco seria.
—¿Cómo te empezaste a involucrar en temas feministas?
—Lo que yo empecé a leer de feminismo a mí no me interpelaba. Cuando leí El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, me voló la cabeza porque es filosofa; pero cuando empecé a leer cosas como La mística de la feminidad ya no entendía. Porque yo no conocía mujeres que estuvieran hartas de cuidar al marido, por ejemplo. En mi contexto, las mujeres eran divorciadas o no existía siquiera ese marido; estaban separadas y, cuando tenían marido, eran ellas las principales proveedoras. Y yo las veía en el espacio público, trabajando. Yo no conocía a mujeres que tuvieran ese tedio: ese problema, que no tiene nombre, de estar fastidiadas del esposo y de la vida mística. Ese feminismo no me estaba hablando a mí.
Fue cuando descubrió al feminismo negro, el decolonial, el chicano, el islámico o el transfeminismo, cuando Dahlia sintió que encontraba algo de sí misma. Hoy insiste en la importancia de la representación, de leer o escribir historias con las que sus iguales puedan sentirse identificadas; que sí hablen de la violencia, pero que la violencia no sea el único eje o el eje central de la literatura sino, también, la risa, el desmadre, la resistencia y la reivindicación de las mujeres de abajo.
—Si necesitas citar a un filósofo o a un gran pensador para explicar la desigualdad, el racismo o el clasismo es porque nunca te ha atravesado.