“Las heridas de la guerra mataron a mi papá”.
Quien habla es Romeo Cartagena, hijo del guerrillero y activista Mario Álvaro Cartagena, quien fuera integrante de la Liga Comunista 23 de Septiembre. El Guaymas, testigo clave de la “guerra sucia” en México, murió el pasado 13 de julio mientras le practicaban una cirugía de emergencia para repararle un aneurisma.
—Los doctores salieron de la operación y nos dijeron que nunca pudieron llegar al aneurisma, de tantas cicatrices que tenía por todas partes. Esas heridas complicaron su operación, murió por las heridas de tortura y el Estado es responsable.
Tenía 69 años al momento de su muerte. Activista desde la adolescencia, cuando militó en el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) en Guadalajara, lo fue hasta el último día de su vida: usó la última tarde de su vida para manifestarse frente a la Embajada de Cuba en México en contra del “bloqueo imperialista” a la isla. Pero la organización social le fue familiar desde niño: a los seis años su padre fue suspendido de su trabajo por participar en las movilizaciones ferrocarrileras de 1958 en Sonora.
–Le impactó mucho ver que su papá, que trabajaba todos los días, estaba todo el tiempo en casa –recuerda Romeo Cartagena–. Mi papá contaba que el abuelo se la pasaba diciendo cosas contra el gobierno; fueron los primeros destellos de cuestiones políticas que lo marcaron para toda la vida.
El Guaymas, la eterna búsqueda por los desaparecidos
Le dicen “guerra sucia” porque no era habitual que un disidente fuera presentado con vida después de ser detenido y torturado por la Brigada Blanca, el grupo policiaco de la Dirección Federal de Seguridad de la Secretaría de Gobernación. Mario Álvaro Cartagena fue de los pocos que consiguieron esquivar la muerte y, desde entonces, dedicó su vida a exigir justicia para aquellos que no vivieron para contarlo.
Mientras perteneció a la 23 de Septiembre fue aprehendido dos veces. La primera, en 1974 —el día de su cumpleaños—, lo llevó al penal de Oblatos, en Guadalajara, del que escapó junto con cinco compañeros en febrero de 1976, en un operativo que se volvió legendario.
Dos años después fue baleado y detenido en la Ciudad de México: la Brigada Blanca lo trasladó al Campo Militar Número 1. Ahí le amputaron la pierna derecha y lo torturaron física y psicológicamente alrededor de 20 días.
Lo trasladaron al Reclusorio Norte después de que su madre, Graciela López, junto a Rosario Ibarra de Piedra, la fundadora del Comité ¡Eureka!, hicieran público que estaba vivo.
—Solicitaron una acción urgente a Amnistía Internacional para que no fuera un número más en la lista de desaparecidos. Llegaron más de tres mil telegramas al gobierno de José López Portillo. No les quedó de otra más que presentarlo.
En 1982, El Guaymas salió del reclusorio gracias a la Ley de Amnistía de 1978. En su paso por el Campo Militar Número 1 pudo ver con vida a otros compañeros detenidos, entre ellos a Alicia de los Ríos, La Susan. Ella sigue desaparecida hasta el día de hoy.
“Mi papá entendió muy temprano que había que seguir luchando por los desaparecidos”, recuerda Romeo. “Que era una práctica criminal del Estado: un delito de lesa humanidad que dejaba marcadas a generaciones”.
El guerrillero que era amigo de todos
Más que ser comunista, explica Romeo, Mario Álvaro Cartagena encarnaba un sentimiento de solidaridad que aprendió con sus padres. “Mi papá era amigo de todos. Luego le reclamaban de un grupo que por qué le hablaba a otro, pero él no tenía esos dogmas. Su militancia era verdadera”.
A El Guaymas le gustaba cantar y tocar la guitarra desde que era adolescente. Así fue como conoció a los amigos que lo integrarían al FER en Guadalajara.
—Llegaba con sus amigos y se ponía a cantar canciones de Oscar Chávez sobre la revolución. Alguien lo escuchó y lo invitó al grupo. Incluso, ya dentro de la cárcel, en Guadalajara, una de las formas de soportar el encierro fue cantando.
El registro musical de este periodo es Compa Enrique, un casette en el que El Guaymas y otros presos de la Liga grabaron sus canciones al interior del penal de Oblatos.
El Guaymas no terminó la carrera de ingeniero agrónomo en la Universidad de Guadalajara, pero en su edad adulta se inscribió a la licenciatura en Derecho en la UNAM. Fue cocinero, carpintero, albañil, taxista, mecánico y obrero. En sus últimos 20 años trabajó como ingeniero de mantenimiento en el Sistema de Transporte Colectivo Metro.
“Buscó una forma de ganarse la vida sin pertenecer al Estado”, señala Romeo. “Es de los pocos guerrilleros que nunca estuvo en la estructura de ningún partido ni en un puesto de gobierno”.
Recuperar la memoria
El 30 de agosto de 2021 el presidente López Obrador anunció la creación de la Comisión para el Esclarecimiento de la Guerra Sucia. El Guaymas, testimonio encarnado de este periodo y uno de sus principales activistas, ya no escuchó la noticia.
—Es importante el rescate de la memoria —reflexiona Romeo—. Pero no de lo que les hicieron a ellos, pues eso sería revictimizarlos. Hay que hablar de lo que hicieron nuestros padres y abuelos: presentarlos como una esperanza de organización, de vida.
Tras la muerte de El Guaymas quedó abierta una carpeta de investigación por tortura en la que había vuelto a testificar. Su familia evalúa presentar una nueva denuncia que señale que su muerte fue consecuencia de la tortura que vivió mientras estuvo detenido en 1978.
“Vamos a seguir luchando por la memoria de mi papá”, asegura Romeo. Este sábado 2 de octubre marchará con el Comité 68, del que es integrante como lo era su padre en vida.
“Lo que vamos a exigir es justicia y la justicia es que nos digan dónde están los desaparecidos y que encarcelen a los perpetradores; que les quiten sus riquezas y que se renombre la historia y se reclasifiquen los delitos. Que tengamos más dignidad para nuestros desaparecidos. La lucha es por la no repetición, pero también porque en México los procesos de memoria y de justicia han sido cancelados por una clase política que sigue en el poder”.