Donde antes hubo basura, hoy florecen orquídeas: Geopedregal
María del Pilar Ortega, coordinadora del proyecto Geopedregal. (Foto: Luis Eduardo Escobar)

María del Pilar Ortega empuja la reja azul que resguarda el Geopedregal. Adentro, el ruido de Ciudad Universitaria se disuelve como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo. El ambiente cambia. Se respira distinto.

Lo primero que aparece es una pequeña bodega que emula la forma del volcán Xitle, y un sendero serpenteante que sigue la ruta de la lava que hace más de 1700 años se derramó por lo que hoy es el sur de la Ciudad de México.

“Es el único pedregal que realmente se llama Geopedregal”, aclara Ortega, “aquí demostramos que sí se puede restaurar”. 

Un agave en medio del pedregal
Maguey pulquero (Agave salmiana). (Foto: Luis Eduardo Escobar).

El Geopedregal ocupa 3000 metros cuadrados entre los institutos de Geología y Geografía, en el campus de Ciudad Universitaria. Hoy es un laboratorio vivo, silencioso y atractivo para la fauna nativa. Pero hace poco más de diez años era otra cosa: un basurero.

María del Pilar Ortega es doctora en Ciencias, especialista en Biología y restauración ecológica. Investiga desde hace años la interacción entre plantas y hongos en los ecosistemas de lava del sur de la ciudad, y coordina este proyecto desde su inicio en 2012.

Fue la entonces directora del Instituto de Geología, la doctora Elena Centeno, quien le confió la tarea: “Inmediatamente le dije que sí”, recuerda Pilar. “¿Quién no quiere tener un espacio en su propio instituto para investigar?”

La flor del Palo loco que es un árbol que florece en temporada seca. La flor es amarilla en forma de penacho.
Flor de Palo loco (Pittocaulon praecox). (Foto: Luis Eduardo Escobar).

Lava linda y negra

Con el paso de los años, el sitio comenzó a mostrar signos de vida. “Ya tenemos fototrampeo que nos indica que hay animales que han nacido sus crías aquí”, dice Pilar.

Tlacuaches, cacomixtles, insectos y aves han comenzado a habitar lo que antes era escombro. Uno de los signos más sutiles y celebrados es el reclutamiento: el nacimiento espontáneo de nuevas plantas.

“Ya hay pequeños copalitos, chiquitos, bebecitos, que están naciendo solos. Nadie los sembró”.

El copal es un árbol nativo del centro de México, importante para los ecosistemas de matorral y lava. Su resina aromática ha sido usada durante siglos en ceremonias y rituales. En el Geopedregal, verlos brotar por sí solos es una señal clara de que la vida ha vuelto.

Un cacomixtle captado por fototrampeo
Cacomixtle captado por fototrampeo en Geopedregal. (Foto: Cortesía Geopedregal).

Las tigridias son flores silvestres de colores intensos que también empezaron a aparecer sin que nadie las llamara. “La sucesión ecológica se va dando ella sola”, cuenta Ortega. “Tú les limpias la lava, se las dejas linda y negra, y los propágulos que llegan de otros sitios, si están adaptados, simplemente prosperan”.

En el Geopedregal, cada piedra tiene algo que decir. Las lavas —cuenta Pilar— guardan historias de calor, movimiento y quiebre. Los hawaianos nombraron las lavas lisas como “Pahoehoe” o “Lavas suaves”, donde las lavas su flujo fue violento y dejaron superficies que te lastiman al caminar se llaman “ʻaʻā” pues es la vocalización que provoca andar sobre ellas.

“Aquí hay un corte de pared. Fíjate cómo la lava se fue enfriando”, le explica a quienes recorren el sitio. “Ya nunca más vas a volver a ver la roca como una cosa inanimada”.

Las grietas de las rocas son refugio de tlacuaches. Algunas planicies funcionan como letrinas naturales: aquí se puede ver, literalmente, que los animales están comiendo del lugar. “Son indicadores simples, pero muy potentes”.

Lavas pahoehoe, que significa "lava suave". Llamadas así porque es fácil caminar descalzo sobre ellas
Lavas Pahoehoe. (Foto: Luis Eduardo Escobar).

Una historia de resistencia

El origen del Geopedregal comenzó como una disputa, cuenta Ortega. “Geología quería hacer ahí un laboratorio nacional. Geografía quería construir aulas. Entonces no fue ni para Dios ni para el diablo. Y se quedó como espacio para la restauración, ahí nace el Geopedregal. Gracias a que los dos institutos cedieron”.

Lo que siguió fue una década de trabajo físico, técnico y simbólico. “Nos tomó un año sacar la basura, solo un año en puras jornadas de sacar basura”, recuerda. “Después empezamos a sacar el cascajo a mano y hasta con maquinaria pesada”.

Y luego venía quitar las especies exóticas, que no permiten que las nativas prosperen”. Cada etapa generó conocimiento: “En cada cosa que te digo salió una o dos tesis, varias tesis”.

“Quitábamos, por ejemplo, un eucalipto, y sembrábamos un copal. Siempre especies nativas. ¿Para qué? Para que no se desbalancee”.

Una planta conocida como oreja de burro.
Oreja de burro (Echeveria gibbiflora). (Foto: Luis Eduardo Escobar).

El trabajo parecía simple desde fuera, pero no lo era: “La comunidad, en la ignorancia que todos tenemos, a veces se enoja y dice: ‘Estás cortando un árbol’. Pues sí, pero es un árbol exótico que altera el ecosistema”.

Pilar ha dirigido más de 60 trabajos de investigación en el Geopedregal. Cada decisión tomada —qué especie introducir, qué hongo buscar, qué roca conservar— ha sido producto de la experiencia, el ensayo y el error.

“El sistema es noble y te va enseñando entre los fracasos. Tú piensas que así va a funcionar, y no. Entonces lo intentas de otra manera”.

Orquídeas que comen hongos

En el centro de su investigación están las orquídeas terrestres, y la relación íntima y a veces impredecible que tienen con los hongos.

“Las orquídeas se comen al hongo, digieren su estructura, y al hongo no le importa”, dice, entre risas. “Todas las demás micorrizas son muy respetuosas. Las orquídeas hacen lo que les da la gana”.

El Geopedregal, como las orquídeas, ha prosperado en la resistencia.

“No es un desprecio hacia mí como persona, es un desprecio hacia el proyecto. ¿A quién le importa restaurar 3000 m²?, es difícil de convencer a la comunidad, pero aunque sea un espacio pequeño es un gran ejemplo de algo grande a replicarse en la Universidad”. Y se responde sola: a ella sí.

Brote de orquídea. (Foto: Luis Eduardo Escobar).

Más allá de su valor ecológico, el Geopedregal se ha convertido en un aula abierta. “Hacemos visitas guiadas, diplomados, talleres. Cada uno lo mira desde su disciplina. Y eso nos enseña a ver más allá de la roquita y la micorriza”.

Psicólogos, artistas, geólogos, comunicadores, estudiantes de bachillerato y arqueólogos han encontrado en este lugar una excusa para mirar distinto.

Incluso hacen “geoyoga”, y la palabra se ha vuelto un guiño afectuoso. “Del metro para acá, es el único espacio donde podemos hacer algo”, le dijo una instructora de yoga. También vienen personas a dibujar, a observar aves, a sentarse en silencio.

Nido de ave en un árbol. (Foto: Luis Eduardo Escobar).

Una red en expansión

El Geopedregal no es el final, sino el principio de más pedregales en restauración. “Ahora vamos por el Pedregal Esmeralda, que es el de Geofísica. Ya lo estamos empezando a restaurar”, cuenta Ortega.

Otro de los pedregales en restauración se encuentra frente a la Dirección General de Administración Escolar.

Como parte de la conmemoración del décimo aniversario del geopedregal Ortega comenzó a coordinar desde el Instituto de Geología de la UNAM el diplomado “Conservación de pedregales del volcán Xitle un enfoque transdisciplinario”.

Ortega recuerda que una estudiante del diplomado bautizó el pedregal como Citlacayo, que significa “lugar donde nacen las estrellas”. La investigadora reflexiona: “Ahí, justo frente al edificio donde los egresados recogen sus títulos, comenzaron a tomarse fotos de graduación. Ya no frente al basurero. Ahora sobre la roca restaurada.”

Nopal chamacuelo (Opuntia tomentosa). (Foto: Luis Eduardo Escobar).

Cada uno de estos espacios es distinto, aunque provienen del mismo derrame del Xitle. Por su aislamiento, cada pedregal guarda una memoria única de esa erupción.

“Vivimos sobre un campo volcánico con más de 200 volcanes. El último que hizo erupción fue el Xitle, hace 1670 años. En cualquier momento podría venir otro. ¿Lo sabemos? No. ¿Deberíamos saberlo? Sí”, explica Ortega.

Con ese mismo ímpetu, coordina ahora el proyecto GeoCity, que busca proteger los pocos pedregales que quedan en el derrame del Xitle. “Ya perdimos el 70%. Solo nos queda el 30%. Hay que hacer algo”.

Por eso, cuando escucha una crítica por colaborar en la limpieza del lugar teniendo título de doctora, ella contesta sin dudar: “A mí no se me cae el título por sacar basura. Lo que se me caería es la dignidad si no hiciera nada”.