Félix Márquez es un fotoperiodista veracruzano de 34 años de edad y hace ocho fue diagnosticado con estrés postraumático. La causa: la violencia que, como parte de su trabajo, debe presenciar –en unos casos– y sufrir –en otros. Para Félix, la “guerra” que declaró en 2006 el presidente Felipe Calderón escaló hasta que lo tocó de cerca. Su amigo y colega fotorreportero Rubén Espinosa fue asesinado junto con cuatro mujeres en la Ciudad de México, después de haberse autoexiliado de Veracruz “por intimidaciones”. Félix y Rubén, además, habían sido compañeros de trabajo y cubierto temas con el mismo ojo agudo. El miedo a “ser el siguiente” obligó a Félix a salir del país.
En los 15 años que Márquez ha trabajado como periodista, sólo en 2011 contó con cobertura médica otorgada por el medio en el que estaba contratado. Sin embargo, para 2012, cuando comenzó a presentar síntomas de depresión y ansiedad, ya no contaba con esa prestación, por lo que solicitó ayuda de una agrupación civil que le proporcionó apoyo psicoterapéutico en esa y dos ocasiones más. En Veracruz, lamenta, “muy probablemente soy el único, junto con un par de colegas, quienes hemos contado con ese apoyo”.
Félix ha intentado pagar sesiones de psicoterapia; sin embargo, no lo ha logrado, ya que antes tiene que garantizar su sustento. Hoy trabaja como fotoperiodista independiente y colabora con la agencia de noticias The Associated Press (AP) y el medio holandés De Volkskrant, entre otros.
Del año 2000 a la fecha, en México se han acumulado al menos 157 asesinatos de periodistas y otros 29 casos de desaparición forzada, lo que lo coloca como el país en el que más violencia se ejerce contra quienes se involucran en esta profesión, según la organización internacional Reporteros Sin Fronteras. Pese a ello, sólo la mitad de las y los periodistas mexicanos cuenta con cobertura médica para atender las consecuencias de dicha violencia, tal como reveló el Censo de Población 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Los impactos psicosociales de ejercer el periodismo
El 5 de mayo de 2022 fue asesinado en Culiacán, Sinaloa, Luis Enrique Ramírez, un reportero que amaba los gatos y escribía con la misma destreza de cultura o política. Poco después de su asesinato, múltiples cuestionamientos surgieron sobre su persona: “Que si estaba coludido con Morena, que si trabajaba para el narco, etcétera”, explica la fotoperiodista Cristina Félix, quien era su compañera en el periódico sinaloense El Debate, donde Ramírez publicaba la columna El Ancla.
A decir de Cristina, estos cuestionamientos suelen surgir en cada asesinato de periodistas en el norte del país; incluso con el del periodista Javier Valdez, asesinado en 2017. Pero, para que la sociedad de Culiacán sea empática, “a los periodistas nos hace falta expresar nuestro sufrimiento, más allá de la esfera política”.
Durante los cinco años que lleva cubriendo nota roja como fotorreportera, Cristina recibió una amenaza de muerte. Durante una manifestación, un desconocido “se alteró porque pensó que salió en una fotografía que tomé, cosa que no era así; y, pues, me gritó que si seguía tomando fotos me iba a matar”, cuenta.
A raíz de esta amenaza “estuve con ansiedad, pensando que en cualquier momento, donde vaya, por la calle, esta persona va a cumplir lo que me dijo y me van a disparar. Considero que, incluso, ya es un trauma, porque yo sé que pasó hace tiempo; pero, de pronto, lo pienso todavía”.
A partir de aquella amenaza, la periodista de 27 años cambió su forma de trabajar. Ahora procura terminar rápido sus coberturas de protestas y violencia, sin relacionarse con los presentes y pasando desapercibida. No comparte detalles acerca de su trabajo con sus familiares o vecinos. La idea de que un día alguien tumbe la puerta de su casa con la intención de lastimarla, la llevó a tomar la decisión de vivir sola, lejos de personas queridas, para evitar ponerlas en riesgo.
Si bien buscó apoyo psicológico privado frente a esta situación, al final sólo le sirvió para abordar otros temas de índole personal, no los efectos de la violencia que sufre como periodista, pues la psicóloga que la atendía no estaba especializada en este tipo de temas.
Aunque Cristina cuenta con seguro médico, prestaciones de ley y considera que su situación laboral es mucho mejor a la del promedio, su trabajo como periodista apenas le da para la renta.
Hacer periodismo en México puede implicar más riesgos emocionales que hacerlo en países con conflictos bélicos, a decir del neuropsiquiatra Anthony Feinstein, especialista en las afectaciones de periodistas en zonas de conflicto. De acuerdo con su estudio Periodistas mexicanos y corresponsales de guerra: Una comparación de bienestar psicosocial, estadísticamente las y los periodistas mexicanos presentan mayores síntomas de depresión, ansiedad y estrés postraumático que aquellos que son corresponsales de guerra.
La investigadora en seguridad pública y periodismo Mireya Márquez, profesora titular del Departamento de Comunicación en la Universidad Iberoamericana, explica el porqué: “Los corresponsales de guerra, finalmente, regresan a la seguridad de sus casas en Estados Unidos o Europa; pero los periodistas mexicanos se mantienen cubriendo por años sus territorios. ¿Realmente podemos hablar de estrés postraumático? ¿O debemos hablar de un trauma constante que no da tregua?”, cuestiona Márquez en entrevista con Corriente Alterna.
De acuerdo con el estudio “El impacto psicológico de la guerra contra el narcotráfico en periodistas mexicanos”, ocho de cada diez periodistas que cubren inseguridad y crimen organizado reportan tener cuadros de ansiedad; además, manifiestan mayores síntomas de estrés postraumático y depresión que periodistas que cubren otras fuentes. Lo mismo pasa con las y los fotógrafos: “Muchas veces sus fotos captan detalles escalofriantes que ni siquiera los reporteros llegan a percibir: heridas, miradas, gestos”, registra el estudio.
Otra conclusión es que los impactos emocionales se dan en el silencio: “la mayoría prefiere no compartir lo que le pasa, ya sea por pena, temor o porque no quiere preocupar a su círculo cercano. Otros piensan que son los únicos con este malestar o prefieren no exponerse a burlas o críticas perversas”.
En 2019, luego de dar cobertura a la despenalización del aborto en Oaxaca y publicar un reportaje sobre las dificultades para ejercer el derecho a la interrupción legal del embarazo en Yucatán, entidad cuyas autoridades presentan como el estado más seguro del país, la periodista Lilia Balam comenzó a recibir amenazas a través de Facebook.
Para ella, la idea de visibilizar una problemática relacionada con derechos humanos disipa cualquier duda sobre la pertinencia de continuar ejerciendo el periodismo. No obstante, reconoce que la aparición de ansiedad, náuseas, taquicardia, insomnio y malestares gastrointestinales antes de publicar una nota no es normal. Desde hace un par de años, Lilia logró acceder a un programa privado que brinda apoyo psicológico a personas defensoras de derechos humanos, activistas políticas y periodistas, auspiciado por el International Women’s Media Foundation en colaboración con el National Democratic Institute de Estados Unidos.
La situación en la que Lilia ha ejercido periodismo desde 2014 es similar a la de miles de periodistas de México: “He trabajado en ocho medios de comunicación y sólo en uno me dieron seguridad social; realmente, las condiciones de trabajo son paupérrimas: trabajas 12 horas, o más, en un periódico donde no te pagan, a veces, ni el salario mínimo; no te dan seguridad social; si te enfermas, es tu problema; tienes que cumplir con tu cuota de notas diarias y, además, la directiva editorial te va a decir qué vas a cubrir y bajo qué enfoque, porque si te sales de la línea no van a publicar esa nota”.
El pasado 6 de abril, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció un programa para otorgar seguridad social a periodistas en México que carecen de ella, para el cual se realiza en el presente un censo de posibles beneficiarios.
Trabajar en la precariedad
Álvaro Quino, periodista cuya cobertura se concentra en la región de Los Tuxtlas y la zona piñera del sur de Veracruz, lo dice en otras palabras: “En México, los periodistas hemos aprendido a caminar solos, no tenemos ninguna protección, de ningún medio”.
En Veracruz, la mitad de las personas en esta profesión tiene una percepción máxima de 5 mil 500 pesos, según la Comisión Estatal para la Atención y Protección de los Periodistas; es decir, 50% menos que el promedio salarial nacional para periodistas, de acuerdo con la Tabla de Salarios Mínimos de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS).
La inseguridad y la delincuencia no son las únicas responsables de producir impactos psicológicos negativos en las personas que ejercen el periodismo en México, expone la investigadora Mireya Márquez. Adicionalmente, otros tipos de violencia inciden en la problemática: la explotación y la precariedad laborales.
En Veracruz, por ejemplo (el estado más mortífero para la prensa mexicana, con siete de los 36 asesinatos acontecidos durante este sexenio), Félix Márquez subraya que existen colegas que “prefieren continuar su vida de taxistas, vendedores de tacos o de ropa de segunda mano”. La precariedad se extiende a lo largo y ancho del país.
En su primer empleo en un medio digital, Carlos Vargas, periodista de la Ciudad de México, destinaba 54% de su sueldo de 5 mil 500 pesos mensuales al pago de la renta de un cuarto dónde vivir: “No se puede decir, en ningún momento, que es una condición buena. Las condiciones laborales no son buenas cuando inicias; diría yo que son bastante, bastante malas”, refiere el actual editor de la sección de política en la revista de negocios Expansión.
El último Censo de Población y Vivienda realizado por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) señala que una de cada diez personas que estudiaron comunicación o periodismo, y que trabajaban como periodistas o escritoras, reportó consumir poca variedad de alimentos por falta de dinero.
El problema, sin embargo, es todavía más extenso, continúa exponiendo Mireya Márquez: “existe también estrés por la naturaleza del trabajo periodístico en México; porque es mal pagado, es precario, está insertado en mercados laborales que son muy desfavorecedores para el trabajador, donde no hay sindicatos que los protejan, donde no hay mecanismos de prevención de riesgos ni seguridad porque los empleadores se lavan las manos. Aquí, a periodistas y fotoperiodistas los mandan a hacer coberturas sin viáticos y con la pura bendición, en el mejor de los casos. Todo eso genera estrés, cansancio y angustia”.
En el mismo ejercicio demográfico realizado por el Inegi se reveló que seis de cada diez profesionales de la comunicación vive con menos de dos salarios mínimos al mes y que siete de cada diez ejercen su labor sin contar con el paquete mínimo de prestaciones que la ley otorga a las personas trabajadoras: aguinaldo, vacaciones e incapacidad con goce de sueldo, servicio médico, reparto de utilidades, ahorro para el retiro y crédito de vivienda.
A esta situación no es ajena la periodista Alina Navarrete, reportera en Guerrero desde 2014. Actualmente tiene dos trabajos, uno en un medio local y otro como corresponsal de un medio nacional. Con la suma de ambos salarios podría vivir desahogadamente, si no tuviera que costear su atención médica y viáticos para hacer su trabajo, pues ninguno de sus dos empleos le brinda prestaciones de ley.
No obstante, para Mireya Márquez, que también estudia las causas de la autocensura en México, la precariedad económica es una forma poco visibilizada de vulneración contra periodistas, que no sólo afecta su calidad de vida sino que, además, propicia la violencia física.
“Las agresiones físicas son las formas más radicales de violencia, pero hay otros tipos de violencia conectados al riesgo ocupacional, que tiene que ver con la explotación y la precariedad”.
La precariedad laboral, detalla, se traduce en pérdida de autonomía profesional, y, “cuando un periodista pierde la autonomía, es más fácil que sea instrumentalizado. Si vemos los perfiles de los periodistas agredidos, muchos tenían dos trabajos o una relación laboral poco clara con sus medios; o vemos que sus medios se deslindaron de ellos; es decir, que son periodistas ‘desechables’. Fue más fácil deshacerse de ellos porque nadie iba a reclamar, no iba a haber un problema, la Procuraduría no iba a buscar, no iba a haber presión social”.
A la invisibilización de los distintos tipos de violencia se suma la estigmatización y el desprestigio hacia la prensa no oficialista promovidos por el presidente Andrés Manuel López Obrador. De acuerdo con la organización internacional Artículo 19, dedicada a la defensa del derecho a la libre expresión, esta práctica del presidente ha dado pie a “narrativas prejuiciosas, estigmatizantes y descalificadoras hacia la prensa en México” y ha sido imitada por otras autoridades, como el gobernador Enrique Alfaro, de Jalisco; el exgobernador Jaime Bonilla, de Baja California, y la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, de la Ciudad de México.
Comparado con el primer trienio del mandato de su antecesor, Enrique Peña Nieto, el periodo del actual presidente ha registrado 85% más ataques contra la prensa, según el informe anual 2021 de la misma agrupación civil.
La experiencia de Noroeste en la atención psicológica
Las detonaciones de arma de fuego interrumpieron la tranquilidad de la madrugada del primero de septiembre de 2010 en Mazatlán, Sinaloa. El edificio del periódico Noroeste había sido atacado y en sus muros quedaron, marcadas a bala, las amenazas que, poco antes, habían sonado en los teléfonos del medio ante su negativa de publicar información de interés para grupos criminales.
No era la primera ocasión en que el periódico fue objeto de intimidaciones. Anteriormente, recuerda su director, Adrián López Ortiz, su operación se había visto afectada con el robo de equipos de transporte a su personal. Hablar de los efectos de la violencia, sin embargo, no era un tema común entre los colaboradores porque “nadie quería verse vulnerable o proyectar que no podía lidiar con esas situaciones”.
Fue después del ataque armado de 2010 cuando aquella creencia de que “el periodismo se hace en solitario” se desmoronó en el periódico Noroeste. Tanto el personal como la dirección del medio reconocieron la urgencia de atender las consecuencias psicoemocionales que la violencia generaba en el equipo.
Ese mismo año, el periódico se convirtió en el primer y único medio del país, hasta el momento, que implementa en beneficio de su plantilla laboral un servicio de atención psicológica como mecanismo de cuidado emocional, que funciona hasta la fecha.
Este apoyo, señala Adrián López, se ha complementado con capacitaciones en seguridad.
Que las empresas de medios brinden soporte y prevención de riesgos a sus trabajadores, reconoce López, es importante. Sin embargo, el director que sobreviviera a un atentado en 2014, apunta a la desigualdad que impera en el país en distintos niveles, y sentencia: “Creo que cada medio hace lo que puede, con lo que tiene”.
Sobre el miedo, las redes y por qué seguir haciendo periodismo
Daniela Rea, periodista especializada en derechos humanos, define los impactos emocionales y físicos de las coberturas, así como de la violencia contra la prensa, como una sensación de fragilidad, parálisis y mucha desesperanza. Pero, si algo ha sido clave en su autocuidado para afrontar el miedo que puede generar una cobertura, es “conocer mis límites, aprender a detectarlos, confiar en mi intuición y tener la certeza absoluta de que no le debo nada a nadie y que si nosotras no estamos bien, tampoco podemos hacer bien nuestra chamba”.
El miedo, como una emoción central en la experiencia de periodistas en México, a causa de las violencias sistemáticas que enfrentan, es una constante desde hace más de una década. De ahí que, ante la nula estrategia, tanto del sector público como del privado, que prevenga y evite efectivamente la violencia contra la prensa, las y los periodistas crearan redes de cuidado, estatales y nacionales, como la Red Sonora de Periodistas, Fotorreporteros MX, la Red de Periodistas de Quintana Roo o Periodistas de a Pie, entre otras.
Estas iniciativas han intentado vencer el miedo que se vive de manera individual para enfrentar los obstáculos de la labor periodística en colectivo. Para Daniela, integrante de la Red de Periodistas de a Pie, sus compañeras de organización son parte de ese soporte, cuando se siente vulnerable como consecuencia de su trabajo. Cuando la periodista de 39 años realiza una cobertura, siempre carga un amuleto hecho por alguna persona que la quiere, ejemplifica.
¿Por qué seguir haciendo periodismo en estas condiciones? Las respuestas son tantas como periodistas consultados. Pero destaca la de Carlos Vargas, quien pone una anécdota del periodista asesinado Javier Valdez como ejemplo de lo que logra el periodismo: “Me contaron, cuando fui a Culiacán para cubrir su historia, que después de muchos años de trabajo, después de convertirse en lo que ya era, él se sentaba en un bar de Culiacán a comerse sus cacahuates y que a su mesa llegaba la gente con historias; la gente quería que él contara su historia. Sí, hay demasiadas personas malvadas, pero todavía son muchas más las que no le hacen daño a nadie” y sus historias permanecen en silencio. Dejar de contarlas no es opción.