En 2020 las pruebas de ADN dieron positivo en piezas óseas encontradas en las fosas de Arbolillo, de Alvarado, Veracruz. Iván Yan Carlos Ibarrias Soria había sido desaparecido el 9 de septiembre de 2016, cuando Javier Duarte de Ochoa aún era gobernador del estado. Desde entonces, su madre María de Jesús Aguayo Soria ha luchado contra el sistema de justicia para localizarlo. Sin embargo, a más de un año de la identificación, la buscadora no ha recibido los restos de su hijo.
María de Jesús Aguayo recorrió todo el estado para buscarlo; fue hasta 2018 cuando un funcionario del Ministerio Público del puerto de Veracruz le dijo que su hijo estaba en Arbolillo.
Tres años tardó María de Jesús en confirmarlo, mediante una prueba de ADN. El 29 de octubre de 2021 el fiscal de Xalapa, Vicente Romero, la citó para entregarle los restos de Iván Yan Carlos. La buscadora viajó a Veracruz con la esperanza de brindarle un entierro digno, pero la fiscalía canceló la cita. Le explicaron que la Guardia Nacional era quien tenía los restos. Luego de presionar con un pronunciamiento de la Red de Enlaces, que agrupa a colectivos de búsqueda, logró que la Fiscalía General de la República (FGR) trasladara los restos a Xalapa el 26 de noviembre .
A cinco años de su desaparición, María de Jesús tiene la certeza de saber la condición de su hijo y dónde fue localizado. Pero la pesadilla aún no termina: la Fiscalía General de Veracruz no le ha dado una fecha para devolverle el cuerpo.
La desaparición
“Ahorita vengo, muñeco”, le dijo María Aguayo a su hijo de 21 años la última vez que lo vio en la casa donde vivían en Tejería, cerca del puerto de Veracruz.
Eran las ocho de la noche del 9 de septiembre de 2016. María y una vecina salieron rumbo a la Escuela Secundaria Técnica Industrial 78. Fue a la vecina a quien le llamaron por teléfono.
—Se llevaron a Yan —le avisó. No hubo más información.
María encontró su casa revuelta y los cajones de los muebles vacíos. Sus vecinos no quisieron decirle qué pasó. Con el tiempo, algo le contaron: llegaron camionetas con vidrios polarizados; un auto rojo, del cual nunca supo la marca, y hombres con uniformes similares a los de la policía.
Ese día interpuso una denuncia por desaparición ante la Fiscalía General del Estado de Veracruz. Le dijeron que tenía que esperar 72 horas. En entrevista, recuerda cómo un funcionario le advirtió:
—¡A chingar a su madre de donde vive! Porque no sabemos cómo vayan a reaccionar, ¡así que se me salen! ¡Ustedes no pueden vivir ahí!
Tuvo que abandonar la casa que habitaba desde que su hijo tenía apenas 3 años.
La ficha de búsqueda de Iván Yan Carlos lo retrata como un joven de complexión robusta, ojos cafés claros, estrechos, y mirada seria. Su cabello negro, corto y crespo, corona un rostro redondo y moreno. El documento no dice que, al nacer, los doctores le pronosticaron dos semanas de vida porque era muy pequeño. Pero llegó a cumplir 21 años. Tampoco menciona que le gustaba cantar canciones de Paquita la del Barrio cuando volvía de la escuela ni que el día de su desaparición le regaló un oso de peluche a su madre.
A diferencia de otras rastreadoras, María de Jesús Aguayo no se acompaña de las grandes colectivas de búsqueda de personas desaparecidas. Ella busca sola. Considera que los colectivos de búsqueda, lejos de ser una ayuda, a veces estorban. En su caso, la limitaron en su búsqueda e, incluso, considera que la revictimizaron:
“Te puedes mover y dar entrevistas siempre y cuando el líder diga qué vas a decir y qué no, para no entorpecer o perjudicar a las autoridades”, se queja.
Además de enfrentar a la “burocracia de la desaparición” en Veracruz, cuenta que ha sido discriminada constantemente por tener tatuajes. Para algunas autoridades –y algunas de las víctimas– los tatuajes son una señal de que ella o su hijo “andaban en malos pasos” y eso “justifica” lo que ocurrió. A ella, eso la tiene sin cuidado. Entre la tinta que lleva en su piel destacan, en un brazo, las iniciales de su hijo: I. Y. C. I. S.
De modo que María de Jesús encontró la manera de moverse en soledad. Sin ayuda de nadie, presionó durante años a la agente Xóchitl Stanford, que estaba a cargo del caso; buscó en anexos y hospitales de la región centro de Veracruz, o se iba rastrillar los campos, los montes, en busca de su hijo.
Arbolillo
“Lo encontraron hecho cachos en Arbolillo.” Con estas palabras, de un agente de la Fiscalía, María Aguayo supo que habían hallado a Iván en uno de los cementerios clandestinos más grandes de Veracruz.
El 15 de marzo de 2017, efectivos de la Secretaría de Marina descubrieron las fosas en una parcela ubicada en la localidad de Arbolillo, muy cerca de una laguna, en el municipio de Alvarado. En ese entonces se inhumaron 47 cráneos y 736 restos óseos.
Rosalía Castro, una de las coordinadoras del Colectivo Solecito de Veracruz, explica en entrevista con Corriente Alterna que durante el gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares (2016-2018) la Fiscalía dejó una gran cantidad de restos abandonados en el lugar. Tras insistir con las autoridades sobre la necesidad de continuar la búsqueda, el 19 de noviembre de 2019 volvieron a ingresar. Hallaron entre cinco mil y diez mil restos más.
“En 2021 llevamos 28 fosas y, como yo les digo, 67 tesoros”, dice la buscadora. Se refiere a los cráneos, la pieza ósea que les permite conocer la cantidad mínima de personas en una fosa. Resulta difícil determinar la cantidad exacta de personas cuando hay tantas osamentas revueltas. “Nos falta demasiado en identificación forense. Las fosas múltiples son rompecabezas”.
La dirección de Servicios Periciales, de la FGE, llevó los restos a Xalapa y, después, al Cementerio Municipal de Nogales. Hicieron pruebas de ADN para reunir las partes que pertenecían a la misma persona y devolverla a los familiares. Como los hermanos Mario y Felipe Martínez, quienes fueron identificados en 2018 gracias a una comparación con el ADN de los cordones umbilicales que guardaba su madre.
Junto con los exámenes genéticos, los catálogos de fotografías de la ropa encontrada en las fosas también han servido de ayuda en el proceso de identificación: una colección de jirones de playeras, ropa interior, blusas, camisetas de equipos de fútbol (como el Real Madrid), pantalones de mezclilla y tenis. También hebillas y huaraches.
El primer registro fotográfico es de acceso público y está disponible en línea en la página de la Secretaría de Gobernación. Sin embargo, no se ha actualizado, subraya Rosalía. Gracias a este álbum, algunas buscadoras reconocieron algunas de las prendas que pertenecían a sus seres queridos.
Los tatuajes han sido otra de las formas de identificación de las personas exhumadas en esta fosa masiva. Por ejemplo, un tatuaje en la muñeca fue decisivo para la identificación de Maribel Valdivia, prometida de Felipe Martínez.
Pero son los menos: la mayoría de los restos extraídos carecen de identidad. Se trata de “una labor lenta y ardua que rebasa al personal”, explica Rosalía. Hasta la fecha, dice, apenas cinco personas están en proceso de ser identificadas.
Para María Aguayo ha sido un proceso largo y doloroso. El primer indicio de que Iván Yan Carlos estaba en Arbolillo fue a principios de 2020, cuando dio positivo una prueba de ADN a un hueso del brazo (el húmero). En junio de ese año le informaron que había compatibilidad, además, en una costilla, vértebras y parte del hueso de una pierna.
No dejar de buscar
Aunque María Aguayo no pertenece a un colectivo se identifica con otras buscadoras. Sabe que su caso no es una excepción en un país donde, al 15 de diciembre de 2021, oficialmente se informa que “faltan” más de 95 mil personas, de acuerdo con la Comisión Nacional de Búsqueda.
En Veracruz, el registro de personas asciende a 5,517 personas. La titular de la Fiscalía de Veracruz, Verónica Hernández Giadáns, recientemente declaró al semanario Proceso que hay más de 1,300 cuerpos sin identificar en fosas comunes y planchas del Servicio Médico Forense. Una completa crisis.
—No es justo. Los restos de mi hijo están ahí… No les agobia nada no entregarlo, mientras que nosotras nos estamos muriendo en vida, nos está mermando la salud, las enfermedades se nos vienen. No es posible que me estén haciendo esto —denuncia María de Jesús.
A cinco años de la desaparición de su hijo, aguarda con impaciencia el momento del reencuentro. Lucha para que la Fiscalía pueda agilizar la entrega de los restos de Iván y para que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) le ayude a brindarle un entierro digno.
Y, como muchas otras rastreadoras cuando encuentran a sus seres queridos, aunque casi abraza la certeza de un sepulcro para su hijo, dice que ella seguirá buscando.
—Encontré a Iván, pero faltan todos.