Patricia Luna ya no recordaba el olor de Toluca. Durante 15 años se transportó en esa burbuja llamada automóvil. Harta de perder tiempo en el tráfico y buscando estacionamientos, abandonó el coche y se convirtió en ciclista urbana.
Antes había optado por caminar los 800 metros que separaban su centro de trabajo de su casa. Pero andar sola en la noche, aunque sea diez minutos, atemoriza a cualquier mujer en México. Entonces se compró una bici. Tenía 33 años cuando comenzó a rodar y era, en 2010, la única mujer en los grupos de ciclistas a los que se integró. Así que, en 2013, fundó la colectiva Bicionarias, una red que promueve el uso de la bicicleta entre mujeres y lucha por vías de movilidad sustentable en la capital mexiquense. “Del automóvil me bajé a la bicicleta y transformé mi vida”, cuenta vía telefónica.
Como Bicionarias, en los últimos años han surgido otras colectivas de mujeres ciclistas con misiones compartidas: reapropiarse del espacio público, acceder a trayectos seguros en transportes menos contaminantes y crear vínculos de apoyo entre mujeres.
Las ciclistas urbanas luchan contra el patriar-carro (término que se popularizó en redes sociales después de que la tienda People for Bikes México lo usara en un cartel), esa dictadura que prioriza la inversión en infraestructura para los automóviles, pese a que sólo una minoría tiene auto propio. En la Zona Metropolitana del Valle de México, por ejemplo, 47 de cada 100 familias no cuentan con vehículo particular, según datos del Inegi; sin embargo, 70% de la vía pública está diseñado para vehículos automotores. Por ello, la apuesta de las ciclistas es que los gobiernos antepongan el derecho de las personas a la movilidad sustentable y que el espacio público se comparta con empatía y respeto.
“El derecho de pasar primero” (o esa especie llamada cochista)
Todas las ciclistas se han topado con ese automovilista que considera que tiene “el derecho de pasar primero” porque las vías de tránsito son para los carros y, desde esa visión, justifica “echarle el coche” a ciclistas, peatones o motociclistas; agredirles verbalmente o, incluso, golpearles. A estos conductores que invaden los pasos de cebra y las ciclovías, que no esperan la luz verde del semáforo y que se oponen a la construcción de infraestructura vial dedicada a otro tipo de transportes, desde el activismo ciclista se les llama cochistas.
“Ellos no entienden que la calle es de todas las personas y que ha habido una distribución antidemocrática del espacio público por décadas”, explica Patricia.
Esas conductas tienen consecuencias fatales. En 2019, el Inegi reportó 378 mil 671 accidentes viales. Cuatro mil 576 de ellos correspondieron a “colisiones con ciclistas”, categoría en la que se incluyen atropellos de usuarios de bici. Los hombres, conductores de autos, camionetas, autobuses y hasta tractores, fueron responsables de 77% de esas colisiones. Además, 4.2% de los varones que se estrelló contra ciclistas tenía aliento alcohólico.
Los automóviles también se han usado como arma en agresiones a mujeres. Durante 2018, en el país se iniciaron 202 juicios penales por 243 delitos dolosos perpetrados con autos contra 206 mujeres; 88% de esos delitos fueron realizados por hombres; no obstante, sólo dos recibieron sentencia condenatoria ese año. La mayoría de los varones a los que se les inició un juicio penal por esos delitos nunca fueron detenidos, de acuerdo con datos del Inegi y la Comisión Nacional de Tribunales Superiores de Justicia.
Pese a la responsabilidad en los accidentes, los cochistas no aceptan las ciclovías. En la Ciudad de México, 37% de los automovilistas desaprobó que en 2020 se habilitara temporalmente una pista de bicicletas sobre Avenida de los Insurgentes. Y en Toluca se oponen a la construcción de una ciclovía emergente. En esta ciudad solo hay tres vías para bicicleta, pero dos casi no se usan: una es demasiado peligrosa por la velocidad a la que conducen los automovilistas; la otra es muy corta, de apenas tres kilómetros.
La activista y ciclista Laura Bustos señala que los cochistas son los principales generadores de violencia vial; sin embargo, no idealiza a todos los ciclistas: también tienen responsabilidad al usar la vía pública. “Si todos creemos que tenemos el derecho de pasar primero, sin estar informados y sin empatía hacia los demás usuarios, generamos violencia vial”.
La revolución (feminista) viaja en dos ruedas
El ciclismo urbano tiene historia. Desde el siglo XIX la bicicleta se ha usado como herramienta en la lucha de las mujeres por el derecho a elegir cómo vivir, vestirse y a desplazarse con libertad. A principios del siglo XX las sufragistas británicas repartían folletos a favor del voto femenino a bordo de bicicletas, recuerda la historiadora y escritora española Pilar Tejera en Reinas de la Carretera.
Ahora, la bicicleta se ha convertido en símbolo de la transformación de las ciudades y de la batalla contra la violencia hacia las mujeres, asegura Patricia Luna.
Las mujeres ciclistas organizadas crean comunidad. “Algunas no tenemos la posibilidad ni queremos viajar en transporte público porque es inseguro y nos violentan. Como mujeres, la bicicleta nos da autonomía y libertad”, dice Quetzalli, integrante de la colectiva La Jauría.
La movilidad es cuestión de género. De acuerdo con la Encuesta sobre la violencia sexual en el transporte y otros espacios públicos, realizada en 2018 por el gobierno de la Ciudad de México y ONU Mujeres, el Metro, la calle, los microbuses y los paraderos de camiones son los lugares públicos donde más acoso sexual enfrentan las mujeres. Quienes las agreden son hombres desconocidos (80.8%), operadores de algún transporte (10.3%), policías (7.1%) y hombres conocidos (1.3%). Por esta razón, la bicicleta representa una alternativa al transporte público, aunque esto no significa que las ciclistas estén libres de acoso.
Laura Bustos tiene 37 años y es integrante de la colectiva ciclista Clitoral Mass MX. En una calle de la alcaldía capitalina Miguel Hidalgo un conductor disminuyó la velocidad y le dijo que iba arrastrando algo y se le atoraría en la llanta. Laura se detuvo a revisar y el hombre aprovechó para hacerle comentarios lascivos. En otra ocasión, un automovilista le propinó una nalgada a Patricia, de Bicionarias, mientras pedaleaba.
“El acoso no termina si vas en una bici. Existe una doble violencia en las calles: como ciclistas, nuestra vida está en riesgo, y como mujeres, nos agreden por nuestro género”, explica Paulette González, ciclista desde hace 15 años e integrante de las colectivas Voces Afectivas y Feroz Bicemensajería.
Pese al acoso y el riesgo, las tres prefieren la bicicleta al transporte público. Las razones son diversas: gastan menos, evitan los asaltos en los autobuses y al ir en bici tienen más distancia de los agresores que si van sentadas a su lado.
El ciclismo urbano les cambió la vida. Laura dejó Economía y estudió un diplomado sobre Transportes Activos en la UNAM. Ahora es Directora de Deporte de la alcaldía de Azcapotzalco. La bicimensajera Paulette encontró en la bicicleta un medio de transporte y de trabajo. Y Patricia se interesó en estudiar el doctorado en Urbanismo. Esto sin contar, coinciden, los beneficios a la salud física y mental que aporta el ciclismo.
No están dispuestas a renunciar a su libertad de transportarse de manera segura y por eso se organizan en grupos de mujeres y defienden su derecho a la ciudad, exigen a los gobiernos la transformación del espacio público, infraestructura vial segura, y arman rodadas solo de mujeres porque en algunos grupos de ciclistas mixtos, donde la mayoría son hombres, también hay acoso y otras violencias de género.
Saltar obstáculos en las calles y en la vida
Magali rodaba sola por calles de la alcaldía Venustiano Carranza cuando se le ponchó una llanta. A esta joven de 26 años se le vino a la mente el consejo que aprendió de otras mujeres ciclistas: “Detente, ve a un lugar concurrido donde te sientas segura, tómate tu tiempo y no te preocupes, porque lo vas a arreglar”, recuerda en entrevista.
Para disfrutar de la completa autonomía y libertad del ciclismo urbano aprendió mecánica básica de bicis. Le enseñaron en la colectiva Marea Vagabunda.
“No es un saber [exclusivo] de hombres y por eso nosotras podemos arreglar nuestra bicicleta”, dice, orgullosa, Lulú, otra integrante de la colectiva, también de 26 años, que antes de la pandemia de COVID-19 se trasladaba en bici desde Cuautitlán Izcalli, Estado de México, hasta Ciudad Universitaria, para estudiar la licenciatura sin gastar demasiado en pasajes.
Además de casco y colores brillantes en la ropa, las herramientas que acompañan a las jóvenes ciclistas de Marea Vagabunda son luces, parches, llaves Allen, pegamento, lijas, una bomba de aire portátil, desarmadores planos y de cruz. Un kit que cuesta unos 200 pesos. El ciclismo urbano y feminista les refuerza lo que ya saben: las mujeres son hábiles y sentirse acompañadas por sus pares les ayuda a sanar.
En Bicionarias comparten esta perspectiva y, por eso, lanzaron un proyecto para vincular a mujeres que sean vecinas y quieran aprender o enseñar ciclismo. Durante el confinamiento impuesto por la pandemia de COVID-19, las parejas de mujeres salen a rodar con sana distancia. Solo dos. Pedalean y se escuchan con el fin de que rodar las ayude a liberar endorfinas contra la ansiedad y tristeza… Y que la conversación sustituya el abrazo que prohíbe la emergencia sanitaria.