Luz Elena Montalvo ya solo cree en Dios: todos los demás le han fallado. Mientras camina por avenida Reforma este 10 de mayo en la XI Marcha por la Dignidad, acompañada por miles de madres buscadoras de hijas e hijos desaparecidos, Luz Elena dice que a ella ya le falló el Ministerio Público de Saltillo y la Fiscalía General de la República, Fiscalía del estado, las Comisiones de Derechos Humanos y los políticos. Ya sólo le queda Dios, insiste.
Se considera católica aunque hace tiempo que no asiste a una misa: gasta los domingos y buena parte de la semana en las brigadas de búsqueda organizadas por las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidxs en Coahuila (Fundec). Desde que el 23 de junio de 2009 le desaparecieron a su hijo, Daniel Roberto Dávila Montalvo, arquitecto de entonces 23 años, Luz Elena dejó de creer en el perdón.
–Yo sé que esto se contrapone con las creencias católicas que una tiene –advierte–. Pero, ¿cómo seguimos creyendo en el perdón con lo que está pasando en este país? Nos han dañado en lo más hondo de nuestro corazón: perdonar va a ser muy difícil. Imposible quizá.
Es 10 de mayo, “Día de las Madres”. La concentración comenzó este martes en la explanada del Monumento a la Madre, en la Ciudad de México. Tras algunos dolorosos testimonios de madres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos, un grupo de ministros de culto de diferentes doctrinas oficieron una breve ceremonia interreligiosa para consolar el dolor de las madres: presbiterianos, anabaptistas, anglicanos y católicos invitaron a todos los presentes a entrar en comunión con el dolor de las madres. Al fondo, un sacerdote de la espiritualidad prehispánica llenaba de copal el aire.
Desde cada rincón del país
–Para mí el 10 de mayo no es un festejo.
Quien habla es Maribel Enciso. Es parte del colectivo “Familias Unidas por una Causa” y busca a su hija María José Monroy Enciso. En el 2010, la hirieron en el cuello con un arma punzocortante y le robaron a su hija en Tecámac, Estado de México. Tenía 11 meses de nacida. El hombre que se la robó ya cumple una condena de 83 años de prisión. Sin embargo, no ha confesado nada sobre el paradero de María José:
–La Unidad de Análisis y Contextos (de la Fiscalía General de la República) estudió el expediente y determinó que María José es víctima de trata de personas con fines de adopción ilegal. Las autoridades siguen sin encontrarla.
Hay madres a quienes les robaron a sus bebés de brazos. Madres de la tercera edad que buscan a sus hijos profesionistas, a jóvenes adolescentes que salieron a festejar un cumpleaños o a quienes un día cualquiera fueron forzados a abordar un vehículo para ya no volver. Madres de cada uno de los estados de la República, dando fe de la dimensión nacional de la tragedia.
Ahí está Mónica Orozco Enríquez, por ejemplo. Ella busca a su hijo Benjamín Ulises Medina Orozco, desaparecido el 27 de julio del 2013 en el estado de Hidalgo, a sus 19 años.
–Fue a una fiesta con sus primos y sus amigos, él fue el único que no regresó –dice mientras muestra la lona con la foto de su hijo.
Lourdes Herrera busca a Brandon Esteban Acosta Herrera desde agosto de 2009. También busca a su esposo Esteban Acosta Rodríguez y a sus dos cuñados Gualberto y Gerardo Acosta Rodríguez. Ella acudió a la primera marcha de madres de personas desaparecidas, el 10 de mayo del 2010 en Coahuila. “Hubo menos de 30 personas”, recuerda. Pero que la manifestación de hoy sea tan nutrida está lejos de ser un alivio.
–Desgraciadamente en este caminar hemos conocido mucha gente: madres, padres, familiares con hijos e hijas desaparecidos –dice Lourdes–. Ya somos un grupo muy grande y estamos hermanados todos los colectivos del país. Este dolor nos empoderó, es un dolor muy grande, pero es más grande el amor que tenemos por nuestros hijos e hijas. Hoy sigo sintiéndome orgullosa de ser madre de Brandon Esteban. Lo quiero como el primer día.
Quiero volver a ser su madre en esta y en todas sus vidas.
–Hoy mi mamá no está presente en la marcha –dice Delfina Castillo–. Ella, año con año, venía hasta la Ciudad de México a marchar este día. Esta vez no vino pero sabe que sus hijas estamos aquí marchando por ella y sabe que lo hacemos con mucho amor.
Castillo es una de las mujeres fundadoras del Colectivo Justicia y Esperanza San Luis de la Paz, uno de los primeros colectivos de búsqueda que se crearon en Guanajuato. Busca a su hermano Alejandro Castillo que desapareció en 2011, junto a otras 23 personas con quienes se dirigía a Estados Unidos.
Sobre Reforma también marcha Karla Ríos, acompañada de su madre Laura. Vienen desde Torreón, Coahuila, para exigir que continúe la búsqueda de su hermana, Liliana Leticia Ríos Villela, y su sobrina, Laura Valeria Ramos Ríos, desaparecidas el 7 de octubre de 2017 en la colonia Latinoamericana.
Ahí también está Tranquilina Hernández, quien busca a su hija Mireya, desaparecida en Cuernavaca, Morelos, en 2014.
Todas ellas coinciden. En la tragedia de la desaparición forzada son, sobre todo, las madres quienes salen a las calles, quienes van al monte a buscar fosas clandestinas, quienes se suelen enfrentar a las autoridades. Quienes ponen el cuerpo y el dolor, “como cuando damos vida”, compara Luz Elena Montalvo. “Somos nosotras quienes damos a luz y es a nosotras a quienes se nos arrebata también un pedazo de esa vida que formamos”.
El domingo previo al 10 de mayo colectivos de familiares de personas desaparecidas instalaron pequeños pedestales de concreto en la Glorieta de la Palma: un antimonumento que tenía la intención de exhibir las fotografías de sus seres queridos y rebautizar el punto como la Glorieta de las y los Desaparecidos. Las fotos no duraron más de un día: el gobierno capitalino las retiró esa misma noche.
Ahora Catalina Escobar, junto a su hija y esposo, pegan en los alrededores de la Glorieta afiches de búsqueda con la foto de su hijo Jesús Armando Reyes Escobar, desaparecido el 29 de noviembre de 2019 en Lindavista, Ciudad de México. Con desilusión asegura que cada que se ha acercado a las autoridades por información sobre la búsqueda de su hijo sólo le dicen que no hay avances.
–Como dicen: aquí no hay nada que festejar.
50 centímetros de tierra
Son las once de la mañana. En el Ángel de la Independencia las madres se turnan el micrófono para exponer su dolor y nombrar a sus hijas e hijos desaparecidos. Una figura vestida de blanco de pronto cobra protagonismo: es Raúl Vera, obispo emérito de la ciudad de Saltillo y fundador del Centro Diocesano para los Derechos Humanos “Fray Juan de Larios”, una de las organizaciones que respaldan a las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidxs en Coahuila y a las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidxs en México.
–La desaparición forzada ha sido un mecanismo de control usado por el gobierno mexicano en todos estos años –dice al micrófono–. ¿Para qué? Para tener a los mexicanos contra la pared y hacer las transformaciones a nuestra carta magna donde desaparecieron los derechos sociales que nos dejó la Constitución del 1917. Desbarataron esa Constitución ante el Tratado de Libre Comercio y quitaron derechos que afectan toda nuestra vida. Y usaron como método la desaparición forzada, dejándola en total impunidad.
Hacia el final de la concentración un grupo de artistas instala una serie de cuencos de vidrio a los pies del Ángel de la Independencia. En su interior hay un montoncito de tierra procedente de Sinaloa. Si alguien mete las manos en el cuenco y los dedos en la tierra, encontrará una esfera de vidrio dentro. Si acerca los ojos a la esfera encontrará el retrato de una persona y, detrás de la foto, un nombre, una fecha, un mensaje.
Es fácil encontrar una persona en la poca tierra que cabe dentro de un cuenco de 50 centímetros. En cambio “imagina cómo buscar el rastro de un desaparecido en medio de miles de kilómetros”.
La autora de esta pieza pide permanecer en el anonimato, pero explica a Corriente Alterna que la instalación está basada en el documental “Te nombré en el silencio”, que aborda la historia de Las Rastreadoras de El Fuerte, en Sinaloa.
¿Cómo se celebra un 10 de mayo?
Brenda Muñoz tiene una pancarta blanca colgando de su espalda: “¿Cómo se celebra un 10 de mayo sin mi madre? Justicia para Luz María”. Tiene 26 años y desde enero de 2017 busca a su mamá, Luz María Rodríguez González, quien desapareció en Saltillo, Coahuila cuando iba a visitar a una vecina.
–Todos festejan con su mamá y yo ya no tengo a la mía. Es una lucha diaria y muy difícil, pero este día tan importante se siente más, se siente más la ausencia y la necesidad de mi madre.
Su hija sospecha y casi asegura que la persona detrás de su desaparición es la expareja de Luz María, de quien previamente había recibido amenazas. Sin embargo, comparte Brenda, ante la autoridad no cuentan con ninguna prueba contundente para culparle y por eso no han procedido contra él. La investigación se encuentra como el primer día, incluso peor: han transcurrido cinco años y no tiene ningún indicio de lo que sucedió con su madre.
Migrar para rastrear
Rebeca Aguirre es el retrato encarnado del dolor. Mientras marcha los ojos se le hacen agua. Tiene casi 70 años, dice, y desde hace tres su vida se convirtió en algo peor que una pesadilla: su hijo, Nelson Mario Quesada Aguirre, desapareció el 10 de marzo de 2019. Su hijo emigró de Ecuador a México en busca de trabajo. Aquí vendía calzado y le enviaba dinero a su madre, a quien amaba devotamente. Un día unos hombres lo sacaron de su casa y Rebeca dejó de tener noticias de él. Ahora lleva casi tres semanas en México cumpliendo diligencias, intentando convencer a las autoridades de que investiguen, visitando salas forenses y fosas clandestinas.
–Pero mi hijo está vivo, está vivo –dice con la voz hecha un grito–. Él amaba este país, él amaba este país con toda el alma. Decía que aquí le iba a ir bien, quería que yo viniera para acá y, mírame, aquí estoy por él.
No es la única madre que viene de lejos. A la XI Marcha por la Dignidad acuden en caravana distintos colectivos de madres y mujeres migrantes.
Edith Mata de Ramos, por ejemplo, es parte del Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos (Cofamide). Busca a su hija Lilian Karina Ramos Mata desaparecida desde hace cinco años. Viene de El Salvador. Liliana desapareció en Ciudad Juárez cuando trataba de cruzar hacia Estados Unidos.
–Nosotros quisiéramos venir a buscar a nuestros hijos; no podemos porque somos de bajos recursos, no tenemos dinero para hacerlo. Quizás en Cdmx no pueda yo encontrarla porque el caso de ella está más lejos pero, por medio de la prensa, quizás en algún rincón donde ella esté, pueda ver que la estamos buscando.
Un panteón en Xalapa
Es mediodía en el Palacio Municipal de Xalapa, Veracruz. Un contingente de madres llega a la puerta. Además de las denuncias sobre las omisiones y nula respuesta por parte de la fiscalía del estado en el tema de personas desaparecidas, las madres exigen que se nombre a una persona titular de la Comisión Estatal de Búsqueda. No sólo eso: las madres exigen la regularización del Panteón de Palo Verde, administrado por el gobierno municipal, acusan la existencia de fosas clandestinas y desinterés de los peritos para hacer diligencias en la fosa común.
Anais Palacios, del Instituto de Derechos Humanos y Democracia y acompañante desde su creación en 2011 del colectivo Buscando a Nuestros Desaparecidos y Desaparecidas Veracruz, señala la posibilidad de que personas desaparecidas en la región se encuentren en sus instalaciones debido a que los procedimientos de identificación de personas desaparecidas no se realizaban conforme a los protocolos internacionales.
Magdalena Calte busca desde hace 12 años a su hijo Alfredo Tlaxcalteco. Ella se ha encargado de investigar, pues dice que la Fiscalía no le ha dado resultados. Su hijo tenía 34 años cuando desapareció en Xalapa y tenía pocos meses de haber regresado de Estados Unidos.
“El miedo no existe, ya nos quitaron a nuestros hijos, qué miedo puede haber”, dice.
Las madres acusan que en el cementerio administrado por el gobierno municipal hay fosas comunes donde no se siguieron los protocolos para cuerpos no identificados, así que refieren a una doble desaparición: la institucional. Y es que en un país de casi 100 mil desaparecidos, cerca de 50 mil cuerpos no identificados aguardan entre semefos y fosas comunes.
Tras la insistencia del colectivo, el presidente municipal de Xalapa, Ricardo Ahued, accede a una reunión.
Un día más de búsqueda
A Cecilia Patricia Flores Armenta cada mañana se le va el hambre. Ella es una de las fundadoras del colectivo Madres Buscadoras de Sonora y busca a su hijos Marco Antonio y Alejandro Guadalupe Sauceda. Sobre todo durante las brigadas de búsqueda, cuando Patricia pasa jornadas enteras en desiertos o terrenos baldíos con el resto de las madres, debe obligarse a probar bocado y a tomar por lo menos un café antes de salir.
–Te quita el hambre y la sed… te devasta completamente el no encontrarlos o encontrar cuerpos mutilados… calcinados…
Patricia habla al teléfono desde Los Mochis, Sinaloa, y dice que este año no piensa acudir a ninguna marcha por el día de las madres. Lo dice con ligero enfado. El año pasado, el colectivo de Madres Buscadoras de Sonora encontró un crematorio muy grande. Las investigaciones avanzaban y existían hallazgos importantes que podrían conducir a otras inhumaciones clandestinas. Entonces comenzaron las amenazas. Aranza Ramos buscaba a su esposo desaparecido cuando, el 16 de julio de 2021, fue sacada por la fuerza de su domicilio. Encontraron su cuerpo al otro día. “Eres la siguiente”, le advirtieron a Patricia por mensajes en redes sociales.
La desesperación se multiplica cada día. Patricia ha creído encontrar a sus hijos en dos ocasiones; la última vez ocurrió el año pasado cuando creyó reconocer la cartera de uno de sus hijos en una fosa clandestina. La prueba de ADN demostró que se trataba, en realidad, del hijo de otra de sus compañeras.
–Nosotras no tenemos días festivos. Estamos bastante cansadas para estar luchando contra el gobierno. Porque al gobierno, al fin, ni le importa: nos miran como cualquier cosa. Si pueden pasar y escupirnos, lo harían. No, yo no voy a hacer marcha. Yo voy a buscar a los desaparecidos: este 10 de mayo es día de búsqueda.