Hace unos meses, durante la filmación de su proyecto más reciente, la cineasta mexicana Alejandra Márquez Abella tomó una decisión que, en retrospectiva, fue casi revolucionaria: normalizar la menstruación en un set. “Ese día tenía unos cólicos horribles y siempre hay un doctor que está ahí”, cuenta en entrevista. “En vez de decirle que me viera en una esquinita para susurrarle lo que tenía, lo hice público. Se volvió un tema de la producción y hasta me preguntaban cómo estaba”.
Lo más probable es que, si una filmación dura dos meses, la mayoría de las mujeres involucradas en la película menstruará dos veces en ese periodo. Para Márquez Abella, directora de Las niñas bien (2018), esa realidad debería tener una influencia directa en la forma de trabajar en un set de filmación. “Es importante la representación, en general, de la experiencia femenina”, explica. “Es imprescindible integrar en todo lo que hacemos, enfrente y atrás de cámaras, normalizar la menstruación, el embarazo y otras cosas muy arraigadas a la experiencia de algunas mujeres. Si no, vamos a fallar y será una representación muy edulcorada”.
La industria del cine, tanto en pantalla como detrás de cámaras, ha estado dominada durante más de un siglo por la mirada patriarcal. Este gremio ha visto una modificación gradual de este hecho en lo que va del siglo XXI gracias a movilizaciones feministas globales como el #MeToo —y, en México, a la colectiva #YaEsHora— y a los reclamos por una representación más equitativa de las diversidades raciales y de género en las producciones audiovisuales.
México no ha sido la excepción, aunque su filmografía tiene una larga historia de encasillar a la figura femenina como objeto de tentación o premio para el héroe. En décadas recientes se han contado más historias sobre mujeres que incluyen cuestiones cotidianas y corporales como la menstruación, como Perfume de violetas (Maryse Sistach, 2001) y La camarista (Lila Avilés, 2018). Esta muy lenta apertura también es un termómetro de la lenta, pero cada vez mayor, presencia de mujeres en puestos creativos, como guionistas y directoras.
La menstruación es un proceso fisiológico y social que cruza todas las capas de la vida de las personas menstruantes, que integran más de la mitad de la población mexicana. ¿Cómo puede mantenerse oculta de la mirada pública?
“¿Por qué en un país donde, incluso ante la pandemia y el confinamiento, el derramamiento de sangre no ha cesado, donde algunos periódicos nos llenan las primeras planas con cadáveres escurriendo sangre, nos es tan grotesco mirar una pintura con sangre menstrual, que es la única sangre que no proviene de una herida o de un acto violento?”, pregunta Yaredh Marín, antropóloga social especialista en salud y derechos sexuales y reproductivos.
La sangre fluye como tinta roja
Una vía para abrir la discusión social y normalizar la menstruación es el “arte menstrual”, tendencia estética que toma la menstruación como punto de partida para la expresión artística. Las etiquetas #artemenstrual y #menstrualart suman alrededor de 8,500 publicaciones en Instagram y muestran todo tipo de piezas: pinturas e ilustraciones realizadas con sangre menstrual, series fotográficas acerca de las manchas de sangre que deja “la regla” en calzones y sábanas, collages que evocan entrepiernas teñidas de rojo, entre otras.
Las obras de arte menstrual son criticadas en redes sociales. Un caso reciente es el mural autobiográfico que pintó la cantante Mon Laferte en Valparaíso, Chile, en el que representa sus emociones durante el ciclo menstrual. La pintura fue desdeñada por la secretaria de Cultura, Arte y Patrimonio de la localidad, Constance Harvey, quien la llamó “egoísta e individualista” por tocar el tema de manera pública.
La exhibición de arte menstrual mexicano Fluir en tinta roja, que se presentó en el verano de 2017 en el Museo de la Mujer, enfrentó un desdén similar en el ciberespacio. Yaredh Marín coordinó esta exposición, surgida del primer Concurso Nacional de Dibujo y Pintura Menstrual, realizado en 2014 por la distribuidora de productos de higiene femenina “ecoamigables” Alternativas Ecológicas de México para promover “una visión natural, abierta, informada y creativa” sobre el ciclo menstrual.
El arte por sí mismo no transforma, explica Marín. Necesita una disposición para cuestionar lo establecido, para pensar por qué algo genera miedo, asco o repulsión. Ahí está la vocación disruptiva del arte menstrual, pues, como escribe Marín en el catálogo y memoria de aquel certamen, es un arte que transgrede y quebranta “la costumbre de ocultar las manchas rojas en las impolutas sábanas blancas y atreverse a llamarlas por su nombre: menstruación”.
Una de las piezas ganadoras, Sabiduría, fue realizada con la sangre menstrual de Alejandra López, quien con su proyecto “Luna sin manchas” promueve alternativas de gestión menstrual naturales y amigables con el medio ambiente; el pintor es su esposo, Eduardo Talledos.
El concepto de “arte menstrual” es relativamente nuevo, aunque los fluidos corporales ya se usaban en los performance de los años setenta. En México, sus antecedentes están en el trabajo de artistas como Mónica Mayer, Maris Bustamante, Herminia Dosal y Lorena Wolffer, quienes a finales de los setenta y principios de los ochenta llevaron los temas de género y la corporalidad femenina al escenario del arte y abrieron brecha para que hoy cientos de ilustradoras mexicanas puedan tocar el tema desde sus cuentas de Instagram.
Otras artistas latinoamericanas, como la colombiana María Evelia Marmolejo y la costarricense Priscilla Monge, jugaron en los ochenta y noventa con la percepción pública de la sangre menstrual y retaron el tabú que la rodea.
“Esta idea del arte menstrual va acompañada de la manera en que puedes hacer uso de la representación de la sangre: una toalla no puede recolectar la sangre, la copa menstrual sí”, explica la artista e investigadora multidisciplinaria Mayra Rojo.
Aunque la intención del primer concurso de arte menstrual haya sido abrir la conversación y normalizar la menstruación, el propósito de Alternativas Ecológicas de México era llamar la atención sobre uno de sus productos: la copa menstrual. El auge del arte menstrual también está atravesado por el mercado, la moda de consumo y la disponibilidad de las tecnologías para difundirlo.
De acuerdo con Mayra Rojo, la presencia de la menstruación en la historia del arte ha sido como un símbolo de transición, del paso de la mujer de un estado a otro. “Se dice por ahí el ‘ya te convertiste en mujer’ y eso es un mito que tiene que ver con la religión y con cómo ‘debería ser’ la sexualidad de la mujer”, explica.
“Hablar sobre la sangre y, después, la menstruación, es hablar sobre un mundo supercomplejo de la sexualidad: desde lo simbólico hasta lo médico y científico que va conformando la discursividad propia del cuerpo y de los fluidos”, explica. “Es importante hacer un análisis desde todos estos elementos simbólicos que aporta el arte críticamente”.
Con el paso de los años, ese discurso se ha transformado en manos de artistas con una conciencia social vinculada a la liberación femenina y a los movimientos feministas. El debate, sin embargo, corre el riesgo de banalizarse cuando se convierte en hashtag, como señala Mayra Rojo:
“Cuando la sangre menstrual pasa a ser una materialidad artística nos encontramos con otro tipo de sublimación de la sangre. Hay una frontera muy peligrosa con simplificar la complejidad del ciclo al generalizar a partir de estas representaciones artísticas: pensar que te rebelas porque muestras un calzón manchado de sangre me parece una reducción fuerte”.
Normalizar la menstruación
Durante la promoción de Las niñas bien, a principios de 2019, los medios mexicanos resaltaban una de las particularidades de la película dirigida por Alejandra Márquez Abella: la mayoría de su equipo de filmación estuvo compuesto por mujeres. En aquel momento, hace apenas un par de años, era una novedad que cintas como esa y como Los adioses (Natalia Beristáin, 2018) tuvieran en su equipo de producción a tantas mujeres, así que las conferencias de prensa estaban repletas de preguntas sobre ello.
Las respuestas, en ambos casos, tocaban puntos similares: el trabajar con “tantas mujeres” permitió normalizar situaciones cotidianas que no se habrían podido dar de manera tan natural en un set “convencional”, como las pausas de lactancia para las actrices y otras integrantes del equipo que acababan de convertirse en madres.
La ausencia de la menstruación en el cine mexicano es un reflejo del silencio alrededor de este tema en la vida diaria. “Hay una supresión, secreto, discreto, cosas que solo se hablan en los baños entre mujeres”, dice Márquez Abella. “Son discursos y narrativas que uno ha tenido siempre. Es algo raro que, a pesar de que ocurra cada 28 días, no ocupe un lugar en nuestras películas. Es una condición de nuestra vida que la modifica cada tres semanas y no le damos la presencia que requiere”.
La situación parece ser distinta en la literatura mexicana. Si bien hay alusiones a la menstruación en Pedro Páramo (Juan Rulfo, 1955) y en Los recuerdos del porvenir (Elena Garro, 1963), es un tema que no ha tenido gran protagonismo en el canon literario nacional, en parte por el predominio de la mirada masculina.
De acuerdo con María José Evia, editora de la revista digital dirigida a mujeres Malvestida, esa ausencia de los procesos corporales de la mujer en la literatura escrita por hombres parte de diversos estereotipos patriarcales. “Está la idea de que las mujeres somos misteriosas, entonces la menstruación es un misterio femenino”, dice en entrevista. “Tampoco se habla en la literatura sobre la menopausia… Sí: pienso que, si ya se metieron con todo lo de nosotras, ¿por qué no se meten con la menstruación? Como que los hombres deciden qué saber de nosotras y qué cosas deben permanecer misteriosas”.
No obstante, el último lustro ha visto un surgimiento de escritoras jóvenes que tocan con mayor libertad la corporalidad de la mujer, aunque la tendencia está más orientada hacia el embarazo, la maternidad y los cuidados. “El feminismo mainstream ha rescatado la menstruación como un tema más o menos recientemente”, agrega Evia. “Últimamente la literatura y el feminismo están hablando un poco más del cuerpo. Estuvimos mucho tiempo demostrando nuestra capacidad creativa e intelectual… Seguro, en el futuro cercano, veremos una tendencia hacia hablar de estos temas de la menstruación”.
Un velo cada vez más delgado
El velo que silenció durante tanto tiempo a estos temas es cada vez más delgado. La complejidad con la que las artes y la cultura abordan y normalizan la menstruación está en perpetuo cambio. Refleja la discusión, cada vez más pública y necesaria, sobre la relación de las mujeres con sus cuerpos en lo íntimo, en lo económico y en lo social.
“Hay mucho trabajo por hacer y hay muchas mujeres impulsando iniciativas bien interesantes sobre educación menstrual e investigación, en México y muchas partes del mundo”, agrega la antropóloga Yaredh Marín. “Entre ellas, la iniciativa del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) sobre menstruación digna. Pero, también, sobre desmonetizar nuestros cuerpos, no solo mirarlos como una fuente de ‘problemas y dinero’ sino de cuestionar cómo estamos construyendo los cuerpos de las mujeres”.
La menstruación, como todo tema vinculado con la sexualidad femenina, también está conectada con las violencias de género que se viven en México todos los días. “Hay que reconocer que vivimos en un país donde la violencia contra las mujeres es una constante y está estrechamente vinculada con nuestra vulva, con nuestro cuerpo y con nuestro carácter sexual”, concluye Marín. “Entonces, significar la menstruación como algo negativo también es comprensible”.