El Movimiento Cannábico Mexicano se ha dedicado a negociar con las autoridades la “liberación” de espacios donde la policía respete a los consumidores de marihuana. Platicamos con Pepe Rivera, vocero del Plantón 420: el espacio que se ha convertido en el epicentro de la cultura cannábica de la capital.
A la más grande le pusieron “María Sabina”. En la jardinera contigua está “Tin Tán”: una planta de casi dos metros de altura. Las matas de marihuana en el cruce de Insurgentes y Reforma, se cuentan ya por cientos. Hay de cualquier tipo: machos, hembras, indicas casi todas aunque también crecen sativas y varios tipos de híbridas.
Ha pasado un año y ocho meses desde que un grupo activistas cannábicos sembraron 32 plantas de cannabis frente al Senado de la República. Ese día, 2 de febrero de 2020, decidieron plantarse ellos también como una protesta ante el poco interés de los legisladores en abordar la regulación de la marihuana desde una perspectiva de derechos humanos
–Ahora somos 20 personas y unas 800 plantas, pero en este tiempo han crecido aquí más de cinco mil; la mayoría las hemos regalado.
Habla Pepe Rivera, responsable de comunicación del Plantón 420 y vocero del Movimiento Cannábico Mexicano (MCM). Mientras forja un carrujo enorme sobre una bandeja de madera, explica que sufre déficit de atención. Desde que dejó de fumar tabaco descubrió los síntomas. El zapping en su cabeza sólo puede controlarlo con cannabis o metilfenidato (también conocido como Ritalin: una substancia con alto poder adictivo y varios efectos secundarios). Rivera prefiere la marihuana.
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–Uso plantas sativas porque su efecto es más mental y me ayuda a mantener un pensamiento lineal. Pero si lo que quieres es tratar el dolor sirve más una planta indica, cuyo efecto es corporal.
Antes de integrarse al MCM, Rivera acompañó a Javier Sicilia como Coordinador de Documentación del Movimiento por la Paz. Acompañó a la caravana de 2012 hasta Washington D.C. y durante un par de años registró cientos de casos de violaciones de derechos humanos. Pero decidió cambiar de ruta.
–Entendí que el número de torturas, violaciones, desapariciones forzadas era un saco sin fondo. Y no tiene fondo porque el problema es la prohibición. Decidí enfocarme en las otras víctimas de la criminalización: los usuarios, los consumidores, los pacientes.
El Plantón 420 fue desde el principio una estrategia con más de un objetivo. Presionar a los legisladores, sí. Pero, también, liberar un espacio público donde cualquier persona tenga oportunidad de consumir sin riesgo de ser extorsionado por la policía. Por último se trata de construir y gestionar un punto de encuentro donde ofrecer talleres, espacios de convivencia y cultura en torno a la cannabis.
–Se trata de demostrar que la marihuana no es un riesgo en sí mismo: ni la posesión ni su consumo.
Desde noviembre de 2015, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ordenó al Congreso de la Unión legislar en torno a la cannabis –por considerar que la prohibición del consumo lúdico es inconstitucional–, la legislación avanza a paso forzado. Todavía existen discusiones pendientes en torno a la producción, los permisos y licencias, los usos industriales del cáñamo, la investigación científica y un largo etcétera.
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–Se sigue limitando los gramos que puedes portar. ¿Por qué esto no sucede con el alcohol? ¿No limita esto el derecho al “libre desarrollo de la personalidad” (concepto central para la resolución de la SCJN)? ¿Por qué me tengo que limitar a fumar en casa, bajo el riesgo de que mi vecino me denuncie por “afectarlo” porque, quizá, no le gusta el olor; cuando los fumadores de tabaco pueden hacerlo en el espacio público? ¿No rompe eso los principios de igualdad ante la ley? ¿Por qué no se contempla el cultivo sin bienes de lucro y ni siquiera se menciona el cultivo solidario? ¿Por qué se regula primero el mercado antes que los derechos?
Pepe Rivera continúa hilando una idea tras otra mientras un humo serpentea de su mano hacia el cielo. La luz del sol resbala con suavidad sobre el pavimento. Una gallina sale de una de las casas de campaña: hay gallinas en el Plantón 420, también gatos y personas que duermen sobre el pasto de la plaza. Pequeñas plantitas de cannabis crecen sobre decenas zapatos viejos acomodados en fila. Un muchacho hace malabares mientras suena un reggae a lo lejos. Si se cierran los ojos, es fácil confundir el sonido de los autos que corren sobre Insurgentes con el rumor de las olas que rompen en alguna playa al atardecer: son las cuatro de la tarde con veinte minutos.