Actualmente, en el mundo existen cientos de proyectos que buscan desarrollar una vacuna contra el COVID-19. También hay cuatro proyectos mexicanos. Las probabilidades juegan en su contra. Sin embargo, apostar por ellas es vital para nuestro país.
*Segunda de dos partes.
Ciudad de México.- En el mundo hay 211 vacunas en desarrollo contra el SARS-Cov-2. Es la carrera farmacológica más vigorosa y esforzada de la historia. Son cientos de científicos investigando, tal vez miles, y las universidades, farmacéuticas y gobiernos invierten miles de millones de dólares en ello.
En ese mar de esfuerzos, hay cuatro iniciativas mexicanas. Se trata de proyectos colaborativos entre universidades como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), la Universidad Autónoma de Baja California e instituciones como el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). En México, el dinero invertido en estos intentos no se cuenta por millones de dólares; ni siquiera en millones de pesos, y la infraestructura previa necesaria –como laboratorios– es precaria. Ante un panorama así, quizá muchos se pregunten siquiera si vale la pena intentarlo.
“Probablemente estos proyectos vayan a llegar después que los grandes desarrolladores”, explica el doctor Mauricio Rodríguez Álvarez. Él es vocero de la Comisión Universitaria para la Atención de la Emergencia Coronavirus de la UNAM; y en entrevista con Corriente Alterna, advierte que aun así, es necesario continuar con estos proyectos.
Así fue la hora cero
La doctora Esther Orozco es asesora científica del canciller Marcelo Ebrard. “Desde que comenzó lo del COVID, él me llamó y me dijo: ‘mira, es necesario que la ciencia y la tecnología examinen eso”. Era finales de febrero, principios de marzo, recuerda. “Formamos un equipito, unas cuantas colegas, para investigar en las instituciones cómo estaba el conocimiento de la enfermedad y el virus. Y para nuestra sorpresa nos enteramos que había grupos trabajando […]. Y fue una sorpresa muy agradable, porque, sin mucho dinero y sin muchas expectativas, los científicos se volcaron; lo hicieron con sus propios recursos, los de sus laboratorios, o de las instituciones o como pudieran”.
Para marzo, la ministra de Noruega invitó al gobierno mexicano a la Coalición para la Innovación en la Preparación Epidémica, CEPI por sus siglas en inglés (Coalition for Epidemic Preparedness Innovations). Este organismo, formado en 2017, aglutina a varios países, además de organizaciones como la OMS, la fundación Bill y Melinda Gates.
Fue ahí que Ebrard presentó algunos proyectos mexicanos, a sabiendas de que las oportunidades eran complicadas. Estaban AstraZeneca, estaba Moderna, las empresas chinas, con propuestas mejor financiadas y más avanzadas. Los proyectos mexicanos “fueron bien evaluados, pero no subvencionados” dado que se encontraban en su fase inicial. Así que, junto a algunas agencias internacionales, la cancillería gestionó una bolsa de 80 millones de pesos para 19 proyectos nacionales.
Sólo para dimensionar, Estados Unidos ha desembolsado miles de millones de dólares para diversas farmacéuticas. De acuerdo con CNBC, el gobierno de Donald Trump aportó recursos a Moderna, Johnson & Johnson, Pfizer and BioNTech, Sanofi and GlaxoSmithKline, Novavax y AstraZeneca.
En esto coinciden los expertos consultados: “A nivel global hay una guerra geopolítica, una guerra comercial y una guerra científica”, advierte el doctor Mauricio Rodríguez. Esther Orozco añade: “Es una carrera: la ciencia y la tecnología son una fuente enorme de ingresos; le han dado millones a los países que las usan. En un problema de salud como este, que afecta a toda la humanidad, imagínate la cantidad de dinero que representa”.
Del dengue al COVID
La doctora Laura Palomares, investigadora del Instituto Biotecnología (IBT) de la UNAM, lidera uno de los dos proyectos de vacunas desarrollados por la universidad. Iniciaron poco después de que la emergencia sanitaria se declarara en México, gracias a un fondo de 270 mil pesos del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT); la doctora ya contaba con él para desarrollar una vacuna contra zika y dengue. Redirigieron el presupuesto hacia COVID-19.
También utilizan ahorros de un pequeño fondo de reserva hecho con sobrantes de proyectos pasados, becas y fondos que todos en el equipo consiguen. Guardan esa reserva, cuenta la doctora a Corriente Alterna, ya que desde hace un tiempo “no tenemos nada de certeza en cuanto al financiamiento. Ya cumplimos un año esperando respuesta de los proyectos de frontera que metimos al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)”.
El equipo, conformado por estudiantes de doctorado e investigadores del IBT, ha cambiado su forma de trabajar debido a la pandemia. No todos van diario al Instituto para prevenir contagios. Y la doctora Palomares se ha alejado temporalmente del trabajo “húmedo” –como le llaman a la experimentación en laboratorio–, pues ella se encarga de la procuración de fondos con la SECTEI y otras instituciones.
El equipo del IBT eligió una tecnología basada en fragmentos proteicos del virus, llamados epítopos, como posibles antígenos. Se aíslan a partir de determinadas proteínas del virus, se inyectan y, de reconocerlos exitosamente, el sistema inmune produce anticuerpos.
Este grupo de científicos decidió trabajar con epítopos específicos que en estudios anteriores ya han probado ser inocuos. Algunos epítopos en lugar de preparar al sistema inmunológico contra la enfermedad, ayudan al virus a transportarse hacia las células del sistema inmune y facilitar su replicación. Como lo explica la virotecnóloga Laura Palomares, cuando ello ocurre se promueve la infección mediante un proceso denominado “amplificación dependiente de anticuerpos”.
La siguiente etapa del desarrollo consiste en comenzar las primeras pruebas pre-clínicas en humanos. Pero su equipo necesita unos seis millones de pesos para proseguir.
Long shot
“Hay que tomar en cuenta que sólo el 1% de las vacunas que inician su desarrollo, más o menos, llegan al mercado”, advierte Palomares. “O sea muy poquitas. Nosotros, al igual que otros equipos, tenemos muy bajas posibilidades de éxito. Pero eso no significa que no lo intentemos. Si no lo intentamos van a ser cero [posibilidades], sin duda, entonces por más bajas que sean hay que intentarlo”.
Para lograr estos desarrollos en el país, se deben sortear ciertos prejuicios. Por ejemplo, que haya 10 proyectos y entonces que alguien diga: “¿Y para qué necesitamos otro más?”, explica el doctor Mauricio Rodríguez, vocero de la Comisión de la UNAM para la emergencia sanitaria.
El hecho de hacer investigación, de montar un laboratorio, crea las condiciones para la investigación del futuro. Este proyecto “no nada más tendría como propósito final resultar una vacuna, sino generar capacidades que nos permitan responder de manera más oportuna a nuevas pandemias”, señala Palomares.
Por su parte, Rodríguez advierte: “Ahí es donde necesitan una entereza y una sensatez científica para decir: ‘A ver, no estamos desarrollando la vacuna de ahorita, estamos dejando todo listo para la siguiente vacuna’. Y que sobre la marcha le vayan encontrando otras oportunidades. Quizá [los proyectos actuales] ya no se van a necesitar porque ya hay 15 productos en el mercado, pero sí podemos utilizar esta plataforma y derivarla hacia otro proyecto”.
Financiamientos indispensables
El doctor Ismael Bustos Jaimes, profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM, y especializado en bioquímica e ingeniería de vacunas, lidera otro equipo universitario que busca una vacuna contra COVID-19. En entrevista con Corriente Alterna explicó que le apuesta a utilizar la plataforma de partículas similares a virus (VLP), pues trabaja con esta tecnología desde 2008. En aquel entonces, y en conjunto con la doctora Leticia Moreno Fierro de la Facultad de Estudios Superiores (FES) de Iztacala, crearon prototipos de vacunas contra el cáncer de mama; y aunque obtuvieron resultados muy interesantes y favorables, se interrumpió el proyecto porque nadie estaba dispuesto a invertir por el alto costo que conlleva.
En el caso de la actual vacuna, espera que cuando vean los avances y bondades de su tecnología, sí encuentre entes dispuestos a invertir; ya sean laboratorios privados o dependencias gubernamentales.
Su proyecto no requiere manipular el virus SARS-CoV 2; en el laboratorio utilizan bacterias paraproteínas neutralizantes que se colocan en la superficie de las partículas tipo virus previamente creadas a partir del parvovirus; de esa manera, no utilizan el ácido ribonucleico (ARN), y no se ven en la necesidad de incluir sus características virales dañinas.
Como resultado, obtienen una proteína lo suficientemente grande para que sea reconocida por el sistema inmune y atacada en caso de exposición posterior. El modelo de vacuna propuesto no tiene los riesgos de las vacunas basadas en material genético, las cuales suelen tener efectos secundarios y requieren de un alto nivel de bioseguridad para nunca entrar en contacto con los virus.
El equipo busca crear cinco formas diferentes de organizar las proteínas neutralizantes; luego identificar las que desaten una mejor respuesta inmune. Para hacerlo requieren de financiamiento. EI doctor Bustos consideró la idea de poner recursos de su propia cartera; incluso iba a usar su tarjeta de crédito para comprar el alimento de las bacterias y otros insumos. Finalmente, comenta de forma alegre, no tendrá que hacerlo, pues el 15 de septiembre recibió la noticia de que el Conacyt le otorgará recursos.
Este financiamiento será suficiente para avanzar hacia la etapa preclínica, que requerirá un laboratorio más grande. Entonces, el apoyo vendrá de sus compañeros de la Facultad de Química de la UNAM, quienes ofrecieron ayuda para mediar con sus contactos para conseguir laboratorios con capacidad de producción industrial suficiente.
Un (posible) nuevo laboratorio
Un laboratorio para la investigación en vacunas de infecciones emergentes requiere un nivel 3 de bioseguridad, además de costosos insumos y equipos. En mayo la Secretaría de Educación Ciencia, Tecnología e Investigación de la Ciudad de México (SECTEI) ofreció financiar un laboratorio con estas características en conjunto con la UNAM, dentro de Ciudad Universitaria. No obstante, el mismo estaría disponible para los investigadores en biotecnología de vacunas radicados en instituciones públicas del área metropolitana. Como lo narra la doctora Palomares, sería una herramienta útil para el diseño y experimentación de otras vacunas.
Hasta ahora, la realidad es que en México hay un déficit de laboratorios adecuados para desarrollar y producir vacunas. Aunque no siempre fue así.
De líderes a rezagados
Durante el siglo XX, México destacó por tener un esquema de vacunación privilegiado y producir sus propias inmunizaciones. Tanto que se le consideró “potencia” en vacunas. Sin embargo, tras dos décadas de descuidos gubernamentales, la pandemia llegó a México sin que éste tuviera la capacidad instalada para hacerle frente.
El desarrollo de vacunas inició desde la etapa colonial, en el siglo XIX, mediante inoculación de brazo a brazo: extraían líquido de las pústulas de enfermos a punto de curarse y lo untaban en heridas de otros. Al ser una forma reducida del virus, el paciente receptor creaba anticuerpos para combatir la enfermedad. En 1805 veinticuatro huérfanos mexicanos fueron llevados de Acapulco a Filipinas y China como portadores de anticuerpos para la viruela, a bordo de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna” organizada por el médico Francisco Balmis. La “vacuna humana” a partir de la versión bovina del virus, llegó, se adaptó y se produjo de manera masiva; y para 1926 se volvió obligatorio aplicarla a nivel nacional.
Otras enfermedades como la poliomielitis y el sarampión siguieron causando decesos. Para controlarlas, el gobierno aprovechó la infraestructura del Instituto Bacteriológico Nacional, creado en 1905, el cual se integró al Instituto Nacional de Higiene en 1939. Ahí, científicos mexicanos atenuaron vacunas preexistentes en el mercado y desarrollaron versiones orales para aplicación en recién nacidos. En 1960 el Instituto Nacional de Virología las produjo masivamente y en 1962 lograron una drástica disminución en la incidencia de la poliomielitis.
Hasta 1998 México era el único país latinoamericano que operaba el ciclo completo de producción de todas las vacunas utilizadas en su Programa Nacional de Inmunización: Antipoliomielítica oral, antisarampión, DTP, DT, TT y BCG) por medio de la Gerencia General de Biológicos y Reactivos (GGBR).
Las vacunas eran fabricadas por el Instituto Nacional de Higiene y el Instituto Nacional de Virología de la Gerencia General de Biológicos y Reactivos (GGBR), cuando el esquema de vacunación consistía únicamente en seis virales. En 1999, durante la gestión de Juan Ramón de la Fuente como titular de la Secretaría de Salud, el gobierno de Ernesto Zedillo transformó el órgano desconcentrado de la GGBR en Birmex, una empresa de participación estatal mayoritaria coordinada por la Secretaría de Salud.
La decaída de Birmex es heredera de políticas neoliberales desde las últimas décadas del siglo XX. En entrevista para El País, el economista y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, Gustavo Leal, opina que la producción y desarrollo soberanos de vacunas ahora sufren de las privatizaciones y de 36 años de corrupción acumulados. Para Birmex, el cambio de su personalidad jurídica hacia una Sociedad Anónima de Capital Variable (S.A. de C.V.) coincidió con una caída en su producción. Pasó de ser productora a distribuidora de vacunas importadas. Fue tan marcado el descenso que para 2020 sólo 10% de las vacunas aplicadas por el sector salud mexicano fueron producidas en sus instalaciones, según dijo Fernando Ramos, profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM, a El País.
En entrevista, Mauricio Rodriguez cuenta que Birmex “ha servido hasta cierto punto como semillero de especialistas en tema de vacunas y biológicos.” Y que aún cuentan con experiencia en aspectos regulatorios, técnicos y de comercialización, por lo que considera importante que se apoye a los proyectos de vacunas en esas etapas. “Tiene mucho que aportar, tiene experiencia y tiene personal con mucho tiempo trabajando en esto. Habemos muchos que hemos trabajado en Birmex durante algunos años y que podemos aportar desde el campo en el que estemos para los proyectos.”
Infancia sin vacunas
Sin embargo, la realidad actual de la cobertura nacional de vacunación, y por lo tanto de inmunización, es que se ha vuelto laxa. Así se han desprotegido a comunidades del sur del país. Según el Instituto Nacional de Salud Pública, en 2016 la cobertura en niños menores de un año del esquema completo (cinco vacunas BCG) fue de 51.7 por ciento.
Asimismo, la OMS señala que 60% de 19.7 millones de niños sin vacunar o con esquemas incompletos están concentrados en 10 países, entre los cuales se encuentra México. Esta falta de acceso a servicios de inmunización implica que la inmunidad de rebaño para enfermedades que ya habían sido controladas está en riesgo de perderse: una consecuencia más de la capacidad reducida para producir y manufacturar vacunas de calidad.
Preparativos desde 2009, perdidos
Según reportó Sin Embargo, a raíz de la pandemia por influenza H1N1 en 2009 se invirtieron 957 millones de pesos para aumentar la capacidad productiva de Birmex. Pero desde 2014 es investigado el expediente por la Auditoría Superior de la Federación, debido a múltiples retrasos en la implementación de su nueva planta productora en Cuautitlán Izcalli, Estado de México. Salta a la vista que a pesar del aumento de 116% en el presupuesto de Birmex entre 2018 y 2020, los subsidios son prácticamente inexistentes, como sí los hay para empresas como Diconsa o la Comisión Federal de Electricidad. Evidencia de ello es que en el Presupuesto de Egresos de la Federación 2020, la totalidad de las asignaciones a Birmex son por concepto de ingresos propios, es decir, las ganancias propias del laboratorio a partir de ventas y prestaciones de servicios.
El final de la línea
Parte de la intención de aumentar la inversión en el desarrollo de vacunas es reducir la centralización de las capacidades de investigación. “Es necesario crear el ambiente para que la creación de vacunas en el país fluya como algo normal […] Lo más deseable es que el país desarrolle sus propias vacunas y plataformas”, explicó Arturo Reyes Sandoval, investigador en la Universidad de Oxford, en el webinario científico “Conacyt Desarrollo de Vacunas COVID-19”,pues la concentración del desarrollo de vacunas en sólo uno o pocos centros de investigación puede resultar contraproducente.
Mauricio Rodríguez considera fundamental que estos proyectos tengan socios para las siguientes etapas de su desarrollo: facilitadores de recursos estrategias; pues se necesitará una plataforma de comercialización, distribución y servicios regulatorios. La mayoría de las industrias farmacéuticas tienen este tipo de servicios como parte de sus actividades diarias.
Aun con aliados estratégicos, el papel del Estado es importante, incentiva a la iniciativa privada a invertir en los proyectos, dice. Además, se requiere de la creación de nuevos laboratorios. “Se necesitan partidas especiales que no le quiten a los otros proyectos que ya estaban existiendo sino que se saque de algún fondo especial, recursos especiales, incentivos especiales, porque es una situación extraordinaria que necesita acciones extraordinarias”, afirma Mauricio Rodriguez.
Aquí la primera parte: