A las fotoperiodistas mexicanas las atraviesa el lugar donde residen o estudian, el medio para el que trabajan y las condiciones en las que lo hacen. Las imágenes que captan sus cámaras se construyen a partir de su talento y de sus propias experiencias de vida. Para ejercer su profesión, estas mujeres han hecho frente a la violencia de género, al difícil acceso a las escuelas de fotografía y a una precarización laboral creciente en los medios de comunicación.
Pese a las adversidades, el trabajo de las fotoperiodistas ha contribuido a amplificar la voz del movimiento feminista. Documentan la historia de las mujeres que exigen respeto por sus derechos. Avivan el fuego de la exigencia colectiva de acabar con la violencia de género.
“Violencia es tener que elegir entre el pasaje, la salud y el pan”
Fernanda Rojas es una fotoperiodista de 28 años habitante de la alcaldía Coyoacán. Su interés por la fotografía comenzó en la secundaria, gracias a una fotógrafa de conciertos. Quiso estudiar fotografía, pero no pudo acceder a una carrera especializada por falta de recursos. Sin incluir el equipo profesional, estas licenciaturas cuestan entre 21,000 y 53,000 pesos. Sin embargo, para padres o madres con un salario mensual promedio de 5,000 pesos resulta difícil costear esas escuelas.
Quiso estudiar Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, en Ciudad Universitaria, cerca de su domicilio. Pero en el examen de admisión no alcanzó el puntaje requerido para esa escuela. Entonces cursó la licenciatura en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, en Naucalpan. Diario viajaba cuatro horas desde el sur de la Ciudad de México hasta el norte del Estado de México.
Cuando hizo su servicio social en Obturador, una agencia mexicana de fotografía y video, uno de los primeros consejos que recibió fue: “Si te vas a dedicar a esto tienes que invertir en equipo”. Esas palabras le hicieron reconocer el reto que implicaría hacerse de una cámara profesional.
En 2022 se integró a los periódicos El Universal y El Gráfico en la sección de “nota roja”, un género periodístico dedicado a los crímenes, accidentes y desastres. Es una de las pocas mujeres del periódico que cubre estos temas.
Al incorporarse al equipo, integrado por siete hombres y dos mujeres, tuvo miedo. Sin embargo, siguió adelante porque para ella es importante hacer fotos -incluso de nota roja- “sin amarillismo, con empatía y conciencia”. Sin embargo, el camino no ha sido fácil: “Emocionalmente es complicado, hay coberturas donde se me apachurra el corazón”, reconoce. “No es lo mismo cubrir eventos políticos o conferencias donde está todo bonito. Aquí vas al barrio, a la calle”.
El fotoperiodismo es una de las herramientas esenciales de la prensa. En la actualidad, los algoritmos de las redes sociales priorizan los contenidos audiovisuales (fotografía, audio y video). La imagen de la noticia se vuelve una urgencia para los medios de comunicación. Pero no se prioriza a quienes están detrás de la cámara, sostiene Fernanda. El sueldo promedio de las personas fotógrafas es de 4,500 pesos al mes.
Ella, por ejemplo, ha hecho prácticas profesionales en medios de comunicación por apenas 2,000 pesos mensuales y trabajó sin protección durante la pandemia de covid-19.
“A mí me molestaba mucho que me dijeran que ‘todos empezamos igual’, que no me desesperara. Pues sí, pero también necesito dinero”, cuenta y rememora una fotografía que vio en redes sociales con la siguiente pinta: “Violencia es tener que elegir entre el pasaje, la salud o el pan”.
Fernanda se enfrenta a otra violencia, una simbólica. Mientras ella se esfuerza en retratar las tragedias de manera no explícita y “sin morbo”, quienes deciden qué fotos “vale la pena publicar” son hombres.
“Eso no va a cambiar hasta que haya editoras mujeres. Ojalá empiecen a abrir más espacios de edición en nota roja para mujeres y que haya más chicas cubriendo la fuente”.
Mirar la periferia, habitar la periferia
La imagen de una pared con la pinta “Amamos el barrio, pero nuestros sueños están fuera de él” se viralizó en Instagram en julio de 2021. La colectiva de arte Marejada Interdisciplina la publicó porque define el sentir de muchas mujeres que habitan en las periferias de las ciudades.
Es el caso de Abril Castillo. Ella es una fotógrafa documental de 30 años. Se asume feminista y es madre de una hija y dos hijos. Habita en Tlalnepantla de Baz, Estado de México, a 40 minutos de la estación de Metro El Rosario.
Cuando Abril Castillo le dijo a su madre que quería estudiar fotoperiodismo, ella le respondió que era una carrera muy cara y que, además, era para hombres, “porque los hombres son los que salen y están al frente de la noticia”.
“Estábamos viviendo en Veracruz y mataron a un periodista, entonces me acuerdo que mi mamá dijo: ‘¿Ves?, eso es lo que sucede, los matan’. Y yo me quedé muy impactada”, cuenta Abril.
Desde la secundaria cargaba a todos lados una cámara análoga Fujifilm, como hacía su padre, quien le enseñó el proceso de revelado de los rollos fotográficos. Su aprendizaje partió de “picar todos los botones y ver qué sucedía”. Sus familiares no podían pagar una escuela de fotografía y, además, le recomendaban estudiar una carrera profesional que “le asegurara un futuro”. Al convertirse en madre, tampoco tenía el tiempo suficiente: debía dedicarle horas al trabajo de cuidados y crianza.
La creencia de que la fotografía no es una carrera de “éxito” o que sólo es para “gente rica” es un estigma que impacta en la confianza y seguridad de quienes ejercen esta profesión. Para las fotoperiodistas es complicado vivir de sus creaciones si sus conocimientos no son avalados o certificados por instituciones culturales o académicas, explican las integrantes de Marejada Interdisciplina.
“Aquí, en el Estado de México, sólo existen diplomados, pero son excesivamente caros. Además, son temas básicos. No hay ninguna escuela de fotoperiodismo como tal o ninguna que tenga certificación. De hecho, las únicas que hay, están en el sur de la Ciudad de México. Y las escuelas públicas no cuentan con la carrera especializada en fotoperiodismo”, sostiene.
A pesar de todo, Abril no abandonó su sueño de ser fotógrafa. Desde 2020 retrata el movimiento feminista del estado de México sólo con su celular. “En cada marcha llevaba mi teléfono para documentar”, cuenta. Pero el canon fotográfico considera todavía que las fotos de un smartphone “no son tan buenas”, lamenta. Y ella lo creyó al principio. No se nombraba fotoperiodista porque asumía que sus imágenes “no estaban bien hechas porque no tenía el equipo fotográfico ni la preparación”.
Sin embargo, su trabajo habla por sí mismo. A sus 30 años, ha sido reconocida por documentar algunas de las agresiones de la policía contra manifestantes feministas. Sus videos han alcanzado los 3.3 millones de reproducciones en su perfil de Tik Tok, donde 13,000 personas la siguen.
Su mirada se convirtió en uno de los referentes para fotoperiodistas que comienzan y aprecian cómo retrata la digna rabia de las mujeres del bloque negro, las niñas mexiquenses y las familias de víctimas de feminicidio de los municipios marginados del norte y oriente del estado de México.
“Muchas estamos para que las demás crezcan, porque tal vez les costó mucho trabajo ser fotoperiodistas. Y no porque sean ‘malas’ sino por el mismo sistema que no se los permite”, expresa.
Actualmente, Abril Castillo colabora con los medios de comunicación independientes Somos el Medio y Revista Doble Voz, pero en ninguno percibe remuneración económica. Sólo le prestan una cámara profesional para las coberturas que le asignan. Eso no ha impedido que a través de sus imágenes inspire a las mujeres a no dejar sus sueños de lado.
Mirar a quienes nos miran: ¿quiénes son las fotógrafas documentales?
Marina Pedroza es una fotógrafa feminista y antropóloga visual de 25 años de edad. De pequeña, su principal interés era “mirar los momentos de la vida diaria que podrían convertirse en postales”. Ella reside en un asentamiento rural dentro la alcaldía Cuajimalpa, la “periferia” del poniente de la CDMX.
“El lugar donde vivo es un pueblo donde el paisaje son lomas y barrancas. Los Metros más cercanos están a, mínimo, hora y media, pero es mucha suerte que el camión se haga ese tiempo. A veces hay que esperar el camión hasta media hora”, relata la fotógrafa.
“Periferia” o “área metropolitana” son nombres que se le dan a los municipios o alcaldías alrededor de las ciudades principales. Es decir, son territorios periféricos aquellos que rodean la capital de cada entidad federativa. Son una serie de ciudades que pueden funcionar como ciudades dormitorio, industriales, comerciales y de servicios. En estos territorios hay mayor marginación, inseguridad en el transporte público, largas distancias a recorrer y bajos ingresos económicos, según Marina Pedroza.
Estas condiciones impactaron en su decisión de ser fotógrafa documental: no le alcanzaba el dinero para comprar un equipo fotográfico profesional ni para desplazarse al centro de la ciudad a estudiar una carrera en fotografía.
La movilidad es una extensión de la desigualdad que viven las personas habitantes de la periferia. La principal ruta para llegar de Cuajimalpa al centro de la ciudad es una autopista de cuota. Pero Marina no tiene un auto ni recursos para viajar en transporte privado.
“No es la misma cobertura la que va a hacer una fotógrafa de la periferia, que se hace tres horas al lugar de la marcha, que una fotógrafa que vive más al centro, pues tiene otras condiciones”, explica en entrevista para Corriente Alterna. “Si yo regreso después de las 9 de la noche, ya no hay forma de llegar a mi casa porque ya no hay camiones”.
Desde 2015, Marina Pedroza ha registrado las marchas de las mujeres en el centro de la Ciudad de México y ha conformado una memoria visual con perspectiva feminista. Esto le permitió “profesionalizar su quehacer fotográfico”. Es decir, convertir su pasión en su trabajo y “aspirar a recibir una remuneración económica por sus fotografías, porque es dedicarle tiempo, dinero y esfuerzo”.
No obstante, vivir en una de las alcaldías alejadas del centro de la capital también impacta en su salud mental. Diariamente viaja en el transporte público con miedo a que le roben su equipo fotográfico, su fuente de empleo. En 2022, 42% de los delitos cometidos en el país corresponden a asaltos al transporte público en los municipios limítrofes con la Ciudad de México. Los datos son del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Por eso, el confinamiento por el coronavirus fue una oportunidad para Marina. No tuvo que viajar al centro de la ciudad a trabajar. Salió a las calles cercanas a su domicilio y ahí documentó las acciones de las mujeres contra la violencia de género. “En las calles de mi pueblo periférico había stickers feministas o pañuelos verdes amarrados en los postes de luz. Aun en las periferias más inaccesibles habemos ‘morras’ feministas que queremos cambiar las cosas”, comparte la fotógrafa.
Con su cámara ella “traduce” a imágenes las historias de las mujeres periféricas. A pesar de las dificultades, Marina Pedroza se reapropia de su historia al compartir su trabajo dentro y fuera del barrio que habita. “Me obliga a mí misma a descentralizar mi propio arte, a buscar otras resistencias cotidianas en las zonas en las que yo vivo, y no nada más en las resistencias estéticamente llamativas, como las megamarchas del centro de la ciudad”, afirma.
Contra el (foto)periodismo patriarcal
Los procesos creativos, profesionales y personales de las fotoperiodistas también se ven atravesados por los distintos tipos de violencia contra las mujeres, entre ellos, el acoso laboral.
Cristina Félix es fotoperiodista y feminista. Tiene 27 años de edad. Hasta el 1 de junio de 2022 trabajó en el periódico El Debate de Culiacán, Sinaloa, donde enfrentó un ambiente dominado por varones que la criticaban y menospreciaban.
“Eran ataques disfrazados de ‘críticas constructivas’, según ellos, pero había comentarios como: ‘Esta foto es una mierda’ o ‘¿Quién dijo que esa foto es buena?’. Y yo entraba en una competencia por su aprobación”, reconoce.
El acoso es utilizado como una herramienta de control general, para “mantener a las mujeres en su lugar”, de acuerdo con la organización Mental Health Europe. El acoso moral (mobbing) incluye someter a la repetición de comentarios negativos y críticas, aislamiento, difusión de rumores o ridiculización de la persona en cuestión. El mobbing se da en ambientes propicios para su desarrollo, como en el caso de Cristina Félix.
En los siguientes años, Cristina aprendió que su trabajo no debe ser medido por las narrativas o la mirada masculina del fotoperiodismo. Desde entonces se ha esforzado por construir una red de fotoperiodistas en Sinaloa. Abrió sus redes sociales a aquellas mujeres que aspiran a ser fotoperiodistas y quieran aprender de su experiencia.
En septiembre de 2021, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró inconstitucional criminalizar a las mujeres que abortan, Cristina Félix fue atacada en las redes sociales de El Debate y en sus redes personales por grupos religiosos contrarios a esa resolución. Cristina no recibió ningún tipo de protección o respaldo de su equipo laboral. Al contrario, fue despedida ocho meses después.
Sin embargo, lo tomó como una pausa para repensar su labor periodística, la importancia de la fotografía en el periodismo y el valor que se le da por parte de los medios. Por ahora, reflexiona sobre el origen de su pasión al recordar que su abuela Victoria fue quien la acercó a la fotografía: de niña, al igual que Abril Castillo con su padre, Cristina la acompañaba a revelar los rollos fotográficos. Ambas en sus barrios.