Isla Mujeres, Quintana Roo.- A las 4:10 de la tarde de este domingo 2 de mayo zarpó La Montaña, el barco zapatista con el Escuadrón 421, que arribará a Europa en algún momento del mes de junio.
El inicio del viaje estaba anunciado para mañana, lunes 3 de mayo, día de la Santa Cruz. Un escuadrón zapatista de siete personas, acompañados de un pequeño grupo de marineros, viajará a Europa “buscando no la diferencia, mucho menos el perdón y la lástima, sino lo que nos hace iguales”.
Pero algo pasó que el barco zarpó un día antes. Los lancheros hablan de un viento recio que amenaza golpear la playa esta noche: ningún barco podrá salir mañana. Es ahora o nunca.
–Sí es impactante si uno lo piensa –dice Bruno Baronnet, sociólogo y antropólogo francés que ha seguido la caravana zapatista desde Valladolid, Mérida, hasta este punto–. Después de tomar las armas en el 94… ¿qué tal que ahora tomar el mar, con una Montaña?
Son las cuatro de la tarde. El Escuadrón 4-2-1 –cuatro mujeres, dos varones y unoa compañeroa no binaria– se prepara. Alzan el puño izquierdo mientras el subcomandante Moisés, en tierra, intenta lidiar con los medios de comunicación. Los marineros alemanes gritan órdenes entre ellos. Se sueltan las amarras, el motor se enciende. Las velas permanecen sin izar todavía. El sol golpea con tibieza el casco de La Montaña.
El viaje comienza.
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La concejala
–Es algo impresionante –dice Marisela Mejía, protegiéndose del sol recio del Caribe debajo de un palmar. Viste su vestido tradicional, color morado intenso.
Marisela es integrante del Concejo Indígena de Gobierno y forma parte de la comunidad hñahñú (otomí) que mantiene tomadas las instalaciones del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) en la Ciudad de México.
–Ya ver que va en serio, que están ya en el barco… es una cosa increíble. ¡Porque ya se están yendo, pues! ¡En un barco! ¡A tomar el mar! Con el cerco de paramilitares que los acosa en sus territorios, con las carencias que todos tenemos y los problemas de sus propias comunidades, ellas y ellos lograron organizarse para agarrar un barco y ¡‘ámonos!… Tal vez a mucha gente esto no le diga mucho, pero a nosotros nos inspira muchísimo.
Poco se sabe de lo que pasa adentro del barco zapatista. Las siluetas de la tripulación –los siete miembros del Escuadrón 421 y cinco marineros más provenientes de Alemania y Colombia– se dibujan en la cubierta del barco. Están casi todos reunidos en círculo. Desde un bote inflable, un muchacho con el torso desnudo intenta trepar por el casco con ayuda de un par de los tripulantes.
Es mediodía del sábado, primero de mayo. La Montaña permanece atada al muelle, un oleaje todavía manso va y viene entre la playa.
La vuelta a la ceiba
–Todo el trayecto estuvo lleno de rituales, rituales sencillos, pero significativos. Pero en el Caracol de Roberto Barrios (Palenque) muchos dimensionamos lo que estaba sucediendo. Los milicianos rodearon una ceiba y las mujeres zapatistas colocaron sus manos sobre ella. La ceiba es el árbol que sostiene el universo, según la cosmogonía maya. Es un árbol muy alto y recto que, además, tiene raíces muy profundas. Ellos decían eso: miren, aunque corten este árbol, las raíces permanecen. Eso fue muy duro. Era decir, de alguna forma: ‘Si no sobrevivimos al viaje, nuestras raíces seguirán aquí’ –recuerda un miembro de Radio Zapatista que prefiere no ser nombrado.
La travesía zapatista llega, además, en plenas campañas electorales. Mientras los partidos ensayan alianzas y coaliciones insólitas, el partido en el poder impulsa mega-proyectos como el Tren Maya o el Proyecto Integral Morelos pese a las protestas de las comunidades –muchas afiliadas al Consejo Nacional Indígena– que advierten daños sociales y ecológicos irreversibles.
La vieja María
Mide 24 metros con 41 céntimos de longitud; seis metros y medio de ancho. Pesa 75 toneladas de registro bruto. Su esqueleto –lo que, en términos náuticos, se conoce como quilla– fue construido hace 122 años en un astillero del río Ijssel, en los Países Bajos, cerca del Mar del Norte. Fue diseñado originalmente para la pesca y bautizado como Johanna Maria, aunque ha cambiado de nombre unas cinco veces y otras cuatro de motor.
Desde 2005, después de ser remodelado y rebautizado como Stahlratte, luego de navegar por el Mediterráneo y atravesar el Atlántico un par de ocasiones, el barco se instaló casi de lleno en el Caribe. Hasta hace unos meses, era un barco famoso entre los motociclistas que querían llevar su vehículo de México a Cuba o de Colombia a Panamá.
Un marinero experimentado diría que La Montaña es una goleta o un lugre: una embarcación pequeña, con dos o tres mástiles que permitan a velas, veletas, gavias y todo el aparato náutico extenderse desde la proa hasta la popa. Pero los pescadores de Isla Mujeres se refieren a él de forma más llana: a la vieja Johanna Maria –el viejo Stahlratte– lo llaman, simplemente, “el barco pirata” o “el pinche velero viejo ése”, “el que está todo oxidado de viejo”.
–¿Y, a poco, sí se puede cruzar el Atlántico en ese barco?
–Esa chingadera puede cruzar cualquier cosa –dice Héctor Moreno, El Ronco, un pescador dicharachero y malhablado con voz de pirata borracho–. Escúchame bien: sabiendo navegar, uno puede llegar a cualquier pinche parte.
Una Lele, tripulante clandestina del barco zapatista
Filiberto Margarito vino hasta acá para despedir al Escuadrón 4-2-1. Como Maricela, también integra el Concejo Indígena de Gobierno. Trae a su hija de cuatro años. Dice que la decisión de venir acá, “a despedir a los compas”, se tomó en una asamblea con 80 personas presentes en el auditorio del INPI, tomado ya desde hace casi siete meses.
–Estar aquí no es fácil, implica un gasto que asumimos en colectividad. Sin la organización y la aprobación de todos, nomás no podríamos pagar los gastos de avión, de hospedaje, el transporte.
Filiberto es concejal desde hace poco más de cinco años. Antes de eso no sabía mucho del EZLN ni del Congreso Nacional Indígena (CNI). Hoy está bien enterado de la contaminación de los ríos del Valle del Mezquital, de los problemas de agua en distintos municipios de Puebla, entiende los peligros del fracking y de la termoeléctrica en Morelos.
–Todo esto, antes, no lo veíamos. Fue, gracias a los encuentros, que entendimos que lo que nos pasaba en la ciudad era parte de algo más grande. Tomar el INPI, mantenernos ahí, pues no ha sido fácil. Ya van siete meses y los compañeros apenas se dan cuenta de que el viaje va a ser largo. Es como un barco, también. Porque nuestras exigencias no son locales: estamos allí en representación de todas las comunidades que están en resistencia.
El viernes 29 de abril Filiberto cruzó de Cancún a Isla Mujeres junto con la dirigencia zapatista y el Escuadrón 421. Antes del embarque, él y Maricela les entregaron a los navegantes una Lele, la muñeca tradicional otomí vestida de rojo y negro, con las letras EZLN bordadas en el pecho. “Esta muñeca es una tripulante clandestina, que se va a las Europas”, anunció la tripulación ya arriba de La Montaña.
–Muchos medios les preguntaron que si no tenían miedo del mar. Y, pues, claro que tienen miedo; pero, como dicen, nuestra apuesta es por la vida: y si no hay vida, pues ya tampoco hay miedo, pues –Filiberto hace una pausa y mira a su hija, de cuatro años, que chupa una paleta de hielo en medio de la arena–. Todo esto lo estamos haciendo ya no por nosotros sino por ellos, los niños. Creemos que esto puede ser una enseñanza. Que nuestra muñeca Lele vaya allá arriba es una enseñanza.