Ahí donde hoy yace una pila de escombros sobre avenida Tláhuac, luego de que el pasado 3 de mayo se derrumbara un tramo elevado de la Línea 12 del Metro, “ahí había un pantano hace 30 años”, explica S, una mujer que desde niña ha vivido en Olivos, la calle que desemboca y da nombre a la estación del Metro siniestrada.
“Todos estos eran terrenos ejidales y justo ahí era suelo fangoso.”
Desde que el gobierno de la Ciudad de México anunció la construcción de la Línea 12, en el año 2007, explica S, para los habitantes de Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco la obra representó una posible solución al aislamiento por falta de vías de comunicación adecuadas, que conectaran esta zona con el resto de la ciudad.
Sin embargo, desde un principio los habitantes de Olivos expusieron a las autoridades las razones de su miedo. Construir en suelo frágil significaba arriesgar la seguridad tanto de moradores, como de usuarios del Metro. Pero sus temores fueron ignorados.
Por ello, detalla S, “las mismas personas (de la zona) decíamos que el día que tocara la desgracia iba a ser malo para los de arriba (los que viajaran en el tramo elevado del Metro) y malo para los de abajo (los que estuvieran a nivel de la calle). Ya sabíamos que iba a haber una verdadera desgracia”.
Nueve años después de inaugurada la obra, estos temores se concretaron. El derrumbe ha dejado, hasta la noche del martes, 25 personas muertas y decenas lesionadas.
A la tragedia se suman las miles de personas usuarias de la Línea 12 que ahora deben abordar tres vehículos del transporte público para realizar el recorrido que antes hacían directo en Metro: uno para llegar a la avenida Tláhuac, otro a partir de ahí para llegar a la estación Tezonco, luego deben recorrer a pie el tramo donde ocurrió el siniestro, y una vez que lo han remontado, un último transporte para llegar a la terminal Tláhuac.
“A esta línea del Metro –cuenta S, con enojo– aquí le decimos la ‘línea de la muerte’, porque no necesitas ser ingeniero para darte cuenta que está mal hecha: es evidente. En las estaciones Calle 11 y San Andrés Tomatlán sale el agua a mares y se inundan, porque toda esta es una zona fangosa, cuando llueve sale el agua por todas las estructuras. Los vecinos de la estación Zapotitlán han denunciado que el Metro está desalineándose y tampoco les hacen caso. Después se vino la falla en Nopalera, el daño en los pilares por el sismo.”
En el caso de la estación Olivos, denuncia S, la debilidad del suelo es el temor no sólo por el daño a la infraestructura del Metro y la seguridad de los usuarios, sino ante todo por el riesgo que corren las viviendas de la zona y sus moradores.
“Fuera mañana, tarde o noche –narra S, y señala al suelo– se sentía cómo el Metro cimbraba todo cuando pasaba, incluso aquí, donde estamos (a 100 metros de la estación Olivos), el suelo vibraba. Tú venías caminando por la calle y sentías cómo la fuerza del Metro impactaba el suelo (al pasar).”
Por eso, lamenta, “esto que pasó para nosotros no es un algo ‘nuevo’”, sino algo que ya se había prefigurado en la mente de los vecinos.
Lo peor, lamenta, es que esta lógica urbanística, que ha depredado suelo que antes fue de cultivo y canales, no se detiene. “En Cuemanco ya van por el mismo camino, ya secaron los humedales y ya van a poner un segundo piso (vehicular). Por un lado decían que estaban en favor de la naturaleza, y por el otro ponen un puente”.