Soy Asunción Cabrera Castellanos, mamá de Libertad. Tengo 27 años y durante la pandemia fui madre, maestra, estudiante de Ciencias de Comunicación y becaria en Corriente Alterna.
En el 2015 nació mi hija. Para sus cuidados siempre tuve el apoyo de las mujeres de mi familia. Cuando Libertad cumplió un año ingresó a una estancia subsidiada por la Sedesol y posteriormente a preescolar. La escuela de mi hija, además de aprendizaje y desarrollo socioemocional, le brindaba servicio de comedor por ser de tiempo completo. Eso me permitía asistir a la universidad de manera tranquila porque sabía que ella se encontraba bien y en un lugar seguro. Estos espacios para las infancias quedaron en el pasado por su desaparición durante el mandato de Andrés Manuel López Obrador.
Sin embargo, la pandemia me enfrentó a una maternidad absorbente que no conocía. Se cerraron las escuelas. Pronto, me encontré siendo reportera, estudiante a distancia de la licenciatura, haciendo mi servicio social y siendo también la profesora de mi hija, porque prácticamente la Secretaría de Educación Pública (SEP), dejó la educación de los estudiantes en manos de las televisoras.
Por las mañanas y antes de tomar mi primera clase virtual preparaba el desayuno de Libertad y el mío. Sinceramente soy una adulta funcional y sé cocinar lo básico, pero a veces se me queman los alimentos, o no tienen el mejor sabor que digamos. “Quiero desayunar con mi abuelita”, me dijo mi hija a los pocos días de comer lo que yo hacía. Libertad y yo tomábamos clases via zoom en el mismo horario. Era difícil poner atención a lo que decían en mi clase y en la de mi hija. Para ella también era complicado estar escuchando dos audios a la vez.
Durante el día intentaba concentrarme en un texto y avanzaba dos párrafos cuando: “¿Mamá, así estoy recortando bien?”, “¿qué más sigue?”, “¿cuándo vamos a regresar a la escuela?”, “extraño a mis amigas”, “tengo sed”, “quiero ir al baño”, “ya me cansé”. Además, Libertad necesitaba que yo le dictara palabra por palabra, indicación por indicación. Hacíamos las manualidades y toda su tarea, pero cuando caía en cuenta de que se había consumido el día, yo tenía mis trabajos pendientes.
Empecé por entretener a Liber con la televisión, después con videos en mi celular. Necesitaba silencio. Solo un poco de concentración. Para mi sorpresa, Libertad se quedaba dormida y no era de cansancio, percibí en ella una suave tristeza. Su vida había cambiado. Sentí repugnancia por mí y una amargura que galopaba con gran velocidad en mi ser. ¿Qué significaba que yo quisiera silenciar a mi hija? Pedirle a una niña que guarde silencio en una etapa en la que el mundo le es un signo de interrogación y siente la inherente necesidad de comprender: es violencia.
Una madrugada, llorando Libertad me despertó: “es que soñé que te morías”. Le había transmitido el terror que me provocaban las muertes por la pandemia. Como sociedad nos preocupamos muy poco por el impacto psicológico que tendría la percepción del virus en las infancias.
Tener cinco años y vivirlos en confinamiento debe ser lo peor. Mi hija se quedó sin escuela, sin amigos, sin personas con quien convivir más que yo. Pronto sus angustias y descontentos los empezó a verter en mí como un río que se desborda. Ella reclamaba mi totalidad. Se colgaba de mi porque yo era su puerto seguro. El sentido de culpa me acosaba todo el tiempo. Claro que amaba a mi hija, pero también me llevaba al límite. No podía con todo. “La maternidad es un cuchillo sin empuñadura. Imposible agarrarlo sin clavártelo”, dice Isabel Zapata citando a Nuria Labari. Pues los meses transcurrieron y ese filo del cuchillo ya me había cortado. Sentía que me desangraba por una herida que no lograba encontrar.
En agosto del 2021 mi hija regresó a clases presenciales. Durante las primeras reuniones con las autoridades educativas nos lo hicieron saber: madres, padres y tutores debíamos sostener la escuela, darle mantenimiento y diseñar medidas y protocolos ante la pandemia. No había presupuesto de la SEP. En esta pospandemia debo ayudar –como todas las mamás– en el filtro de sanitización de ingreso con los alumnos; en el aseo del salón de mi hija durante una semana; en las faenas generales y del salón una vez al mes. Además, estar al pendiente de los insumos de limpieza que mi hija necesita para estar en clases.
Maternar durante la pandemia ha sido difícil y desgastante en todos los sentidos, mientras que las autoridades siguen recortando el presupuesto destinado a la educación y a las infancias, ignorando a las niñas y niños de este país junto con las maternidades.
Asunción Cabrera Castellanos integró la primera generación de la Unidad de Investigaciones Periodísticas / Corriente Alterna. Su testimonio lo presentó en el Homenaje a Elena Poniatowska, en marco de la Fiesta del Libro y de la Rosa, durante un diálogo que se desarrolló con la escritora y periodista homenajeada y la Dra. Rosa Beltrán, coordinadora de Difusión Cultural de la UNAM.