El Ángel de la Independencia, rodeado por vallas, se alza con voces que claman verdad y justicia. Hoy, 26 de septiembre, se cumplen diez años de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, y la marcha encabezada por los padres y madres de los normalistas que concluirá en el zócalo, se prepara para partir.
Algunos camiones estacionados en las inmediaciones del Ángel, portan en su cabecera “Ayotzinapa”. Integrantes de la Brigada Humanitaria de Paz Marabunta, rodean con una soga uno de los autobuses donde viajan los familiares de los 43.
Debajo de paraguas naranjas, azules o amarillos, los familiares portan pancartas con los rostros y nombres de sus desaparecidos. Al bajar, todas las personas reunidas que les esperaron, despejan el camino haciéndose a los lados. Se dirigen, acuerpados, al inicio del contingente para encabezar la marcha. Los desaparecidos son también de la sociedad mexicana.
Las autoridades estiman la presencia de 10 mil manifestantes. Entre los presentes hay cientos de estudiantes que no han dejado de arropar al movimiento.
Karla Torres, de 33 años, quien una década atrás estaba saliendo de la carrera de Geografía en la Facultad de Filosofía y Letras, atribuye la gran cantidad de personas, sobre todo de jóvenes, a la lucha incansable de las y los familiares para no olvidar a sus hijos. Recuerda que en 2014, al enterarse en las noticias de lo ocurrido, el sindicato de estudiantes al que pertenecía se movilizó para dar con el paradero de sus compañeros de la normal Isidro Burgos.
“Sabíamos que el gobierno de Peña Nieto era capaz de un montón de cosas, pero pues no terminas por imaginarte qué tanto ¿no?… Y la verdad es que fue una demostración de lo que estaban dispuestos a hacer”, dice Torres.
David Barrios Rodríguez, profesor del Colegio de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la UNAM, que marcha esta vez junto a sus estudiantes, hace 10 años apenas ingresaba al doctorado en Estudios Latinoamericanos.
Cuenta que Ayotzinapa fue el motivo por el que se realizó por primera vez una asamblea de estudiantes de todos los posgrados de la UNAM. También recuerda que lo primero en circular fue la imagen del normalista torturado y asesinado Julio César Mondragón.
El contexto de inseguridad era la constante en el país, relata Leonardo, de 35 años, y estudiante de Sociología de la UAM Iztapalapa. En esos años se encontraba en su natal Veracruz.
Betza tenía 11 años en el 2014. Recuerda que su profesor de formación cívica y ética les contó del caso en tono molesto porque las autoridades y los medios tachaban a los 43 normalistas de mafiosos, ladrones o grilleros.
“También era muy difícil que nuestros papás quisieran hablar del tema, ¿no? porque era un tema muy fuerte para niños, porque en ese entonces éramos niños todavía”, dice la joven.
Alejandra, estudiante de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, recuerda que esos días de la desaparición, hace diez años, los medios no dejaban de transmitir sobre los hechos.
“En las noticias, cada que me iba a la primaria en las mañanas, había un contador en el matutino que decía cuántos días llevaban desaparecidos los 43. Hasta que llegaron al número cien y ya no siguieron contando” recuerda.
Una década de arropamiento
Diez años después, quienes marchan, siguen contando del uno al cuarenta y tres. Siguen exigiendo justicia.
Ayotzinapa conjuga y reúne a otras luchas sociales. En la marcha ondean banderas de Palestina. Sobre las pesadas vallas en la avenida Paseo de la Reforma, alguien escribe: “Desde Iguala hasta Gaza”.
Las madres buscadoras también están presentes en la lucha. La madre de Pamela Guadalupe Gallardo Volante, una joven que está desaparecida desde el 5 de noviembre de 2017, asiste, sin falta, con la ficha de búsqueda de su hija en su torso. Junto a otros familiares han montado un antimonumento.
El colectivo Damnificados Unidos (DU) también avanza entre los diversos contingentes. Sus integrantes coinciden en que están presentes porque cuando en el temblor del 2017 las autoridades les dejaron sin casa, las madres y padres de los 43 les acuerparon.
“Cuando ocurrió lo de Ayotzinapa, algo que hizo que se generara toda esa solidaridad y empatía, fue que los maestros, sobre todo los de educación básica, han sido muy apreciados porque pues es la gente que todos conocemos porque nos enseñan a leer y a escribir, y a todo tipo de cosas” dice Barrios Rodríguez.
Ronaldo Rodríguez, normalista de la Normal Rural de Ayotzinapa Isidro Burgos, agradece al movimiento estudiantil: “El apoyo que hemos tenido de la sociedad de las normales rurales de otras comunidades estudiantiles es que mes con mes nos han apoyado cada 26, 25 y 27, en no olvidar esta fecha… a pesar de que ha pasado el tiempo, el movimiento ha seguido vivo por ustedes, por la sociedad de alumnos”.
Sobre Paseo de la Reforma, por donde caminan los contingentes, unos albañiles miran la manifestación desde lo alto de un edificio en construcción y las personas manifestantes gritan: “Obrero, escucha, esta es tu lucha”.
Estudiantes de la UAM sostienen una manta de 6 por 6 metros que consigna: “Fue el Estado”, y una joven recuerda que fue elaborada por estudiantes de la UAM en el 2014, en los mismos días de los hechos.
A una calle de Madero, en 5 Mayo, unas vallas de cemento bloquean la calle provocando lentitud en el paso de manifestantes al zócalo.
Entre los contingentes estudiantiles se escuchan consignas de años, pero que no pierden vigencia: “Estudiante, consciente, se une al contingente”, “Señor, señora, no sea indiferente, se matan estudiantes en la cara de la gente”.
El zócalo está iluminado con los símbolos de la patria. Sigue lloviznando. No hay bandera.
Reclaman justicia
Horas antes en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM se realiza una conferencia de prensa, organizada por el Movimiento Social Amplio, encabezada por una comisión especial conformada por familiares, un abogado y un normalista de Ayotzinapa.
El Aula Magna está llena. En las paredes de los pasillos han pegado fotos de los 43 normalistas. La mayoría de las personas que llenan el Aula, son estudiantes. Las butacas no alcanzan y algunos están sentados hasta en el piso. Portan una bandera del Estado de Palestina.
Las primeras filas son para prensa y movimientos sociales. Las sillas de la comisión están vacías porque aún no han llegado sus integrantes. Dejar 43 sillas vacías es una práctica común en los salones de clase a manera de protesta. Simbolizan la espera de 10 años para que los 43 estudiantes retomen sus lugares.
Los presentes enuncian las consignas que se gritan desde hace 10 años: “Ayotzinapa vive, la lucha sigue”, “Ahora se hace indispensable, presentación con vida y castigo a los culpables”.
Prosigue la cuenta, del 1 al 43, por cada normalista. El pase de lista en voz alta de los nombres de cada uno. “¿Dónde están?, ¿Dónde están, nuestros hijos?, ¿Dónde están?”.
En medio del pase de lista, por un costado, entran al auditorio los familiares. El grito retumba: ”No están solos”.
Todos se ponen de pie.
Isidoro Vicario Aguilar, abogado del movimiento, reitera que llevan una década de lucha y aún no se conoce el verdadero paradero de los 43 estudiantes.
“Tampoco tenemos justicia para los compañeros asesinados. El compañero Aldo Gutiérrez (que lleva diez años en estado de coma tras recibir un impacto de bala en el cráneo), está todavía en estado de coma […] Poco más de 27 estudiantes también fueron lesionados y se suma la muerte de civiles”, afirma.
Recuerda que en un acto público con el expresidente Enrique Peña Nieto (2012-2018), le mencionaron la participación del Ejército y éste les aseguró que habría castigo para todos los responsables.
Tras el cambio de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha mantenido una postura de defensa al Ejército. Los familiares denuncian que no se le ha dado seguimiento a las líneas de investigación que apuntan al Ejército. Además, afirman que de 20 órdenes de aprehensión canceladas, 16 eran contra militares.
“Desde entonces ha ido en picada. No han podido avanzar las investigaciones. El trabajo arduo indica que hacen falta 800 folios [en poder del ejército]. Esta línea estaba, pero no se ha podido avanzar. Incluso antes de que ocurriera [la noche de Iguala] en uno de los informes refiere que por lo menos desde el 2010 había implicación del ejército. Tan es así que uno de los 43 era miembro activo del ejército”, recuerda Vicario Aguilar.
Joaquina García Velázquez, madre de Martín Getsemany Sánchez García, uno de los 43 normalistas, destaca el apoyo recibido en estos diez años y pide no dejarlos solos: “Al tenerlos todos a ustedes, los estudiantes, sentimos una fuerza que nos empuja a seguir en esta lucha”.
La mujer asegura que seguirán con el reclamo de justicia y verdad, no importa quién gobierne: “Ahora con la nueva presidenta, no sé que nos vaya a prometer pero vamos a seguir gritando en las calles […] Y no se vale, pues nosotros nunca pensamos andar en esta lucha. Pero por el amor a nuestros hijos vamos a seguir”.
Francisco Lauro Villegas, padre de Magdaleno Rubén Lauro Villegas, otro de los 43 estudiantes desaparecidos, asegura que no descansará hasta encontrar a los jóvenes.
“Mucha gente nos dice, ya dejen de andar de revoltosos. Dejen la lucha, sus hijos ya están muertos. ¿Cómo sabe usted? ¿Cómo sabe usted que están muertos? […] No hable nomás a lo tonto”, exclama.
Cuenta que él es de un “pueblito” que se llama Tlatzala, ubicado en el municipio de Tlapa de Comonfort, pero que vive en la Normal Isidro Burgos.
“Nuestra casa es la normal de Ayotzinapa. Ahí casi estamos, siempre. Ahí dormimos y, como hay internado, ahí nos atienden. No nos podemos olvidar de nuestro hijo. No podemos ir en casa, porque cada vez que llego en casa, en mi pueblo, me pregunta mi esposa, ¿mis hijos? cuatro hijos tengo. ¿Qué pasó? ¿Qué informe traes? Siempre lo mismo”, lamenta Lauro Villegas.
María Magdalena Maestro, madre del normalista Antonio Santana Maestro, denuncia que el gobierno no les brinda una solución: “No quiero dinero, gracias a dios tengo un trabajo. Yo lo que quiero es verdad y justicia… el cuarto de mi hijo aún está vacío. Está vacío, no hay nada ahí”.
La mujer agradece el apoyo de la comunidad estudiantil y lamenta que el presidente López Obrador descalifique su lucha al asegurar que son manipulados por los abogados del movimiento.
“Él dice [el presidente de México] que nos manipulan los abogados pero no. Estamos aquí por nuestros hijos. No porque nos manipulen… Nos da mucho gusto ver las fotos de nuestros hijos en la escuela y en varias [escuelas] que hemos visitado. Nos damos cuenta que no los han olvidado”.
Adrián González, estudiante de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, en Ayotzinapa, exige en nombre de los normalistas y la organización que el grupo de expertos regrese a trabajar en el caso para dar con el paradero de sus compañeros.
Con gritos, puños en alto, consignas y voces unidas, la conferencia de prensa llega a su fin. Los padres se alistan para dirigirse al Ángel de la Independencia. Partirán para envolverse en la exigencia de lucha, como lo hacen desde hace diez años.
Tras su salida del auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras, los seguirá parte de la comunidad estudiantil.
Rumbo al Ángel, un grupo de estudiantes pintará tortugas en las paredes del metro. A un costado de los dibujos, con aerosol y pintura, escribirán: “Fue el Ejército”, “Ni perdono ni olvido”. El símbolo de la escuela normal rural quedará ahí, como recordatorio de diez años de lucha. Ayotzinapa, en náhuatl, quiere decir “el lugar de las tortugas”.