Segundo lugar del Cuarto Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM.
Ciudad de México, 16 de septiembre de 2025
Querido Víctor:
Debió ser difícil para ti marcharte cuando aún tenías mucho por decir. Mucho por cantar. Las palabras que en ocasiones se nos atoran en la garganta, se nos desvanecen en la lengua, se evaporan en el aire, las sepulta el silencio, tú las decías así, ligeras, firmes, directas. Me pregunto si tuviste miedo por retratar en ellas las injusticias que vivimos y que siempre se pretenden ocultar. ¿Tuviste miedo?
Hace poco escuché lo que no escuchaba hace mucho. La población, Víctor, tu séptimo y último álbum. Tu, inconsciente, carta de despedida.
Era una noche joven del octavo mes del año. La sala estaba llena, pero no atiborrada como lo había estado algunas horas antes. Es curioso que la mayoría haya preferido ver a Álvaro antes que escucharte a ti, bueno no precisamente a ti, pero créeme que se sintió como si hubieras estado allí. Las voces que interpretaron tus canciones me conmovieron hasta casi desvanecerme en llanto. Y si no lo hice fue por una autoexigencia de mantenerme entera hasta el final, y así poder guardar lo mejor que pudiera parte de tu memoria en la mía.
El concierto arrancó con una breve presentación de la Orquesta Sinfónica Estanislao Mejía de la Facultad de Música de la UNAM y del Teatro Nacional de Chile. Todo dentro del marco de la Feria Internacional del Libro Universitario. Después de unas palabras, el recinto se sumió en total silencio, las luces bajaron de intensidad hasta casi desaparecer y así, en medio de la penumbra, uno por uno los músicos y músicas que le iban a dar vida a tus canciones aparecieron en el escenario.
Una guitarra arpegiaba suavemente mientras las personas permanecían expectantes y conteniendo la respiración. De las cuatro voces principales, una imitó el canto de un gallo y después tus palabras me llegaron a los oídos.
“¿Quién me iba a decir a mí? ¿Cómo me iba a imaginar? Si yo no tengo un lugar en la tierra”.
La sala permaneció en un silencio asfixiante, creo que nadie de los presentes teníamos idea de cómo reaccionar. Aplaudir parecía la opción más lógica, pero al mismo tiempo se percibía como una insensatez debido a la crudeza y realidad que tus letras reflejan, pues tú, Víctor, eras la voz del pueblo, de los campesinos, de la gente trabajadora que lucha y resiste pese a tener todo en su contra.
¿El aplauso es suficiente para agradecer la grandeza de tus palabras? Quién sabe, tal vez sí, pues nos ganó la insensatez y aplaudimos con euforia tu primera canción.
Una tras otra, tus canciones eran interpretadas con una entrega y amor que contagiaron al público. Quiénes estaban en la fila anterior a la mía cantaban entre susurros, incluso su voz se quebraba de vez en cuando. Y te repito, Víctor, me aguante los sentimientos lo más que pude, pero ten por seguro que palabras así desbaratan a cualquiera.
“¿Por qué el destino nos da la vida como castigo?” Ojalá lo supiera, pero nadie nos acobarda si el futuro está con nosotros, ¿cierto, Víctor? Si bien no siempre tenemos el control de nuestras vidas, saber que nadie tiene poder sobre el futuro se percibe como un atisbo de esperanza e irónica intranquilidad. Un recordatorio de que nadie está por encima del destino.
Casi al final del concierto, el escenario se oscureció y desde el centro una luz tenue cayó como un rayo de sol sobre un objeto. ¿Te imaginas cuál era ese objeto, Víctor? Una guitarra, idéntica a aquella que te acompañó en cada acorde, en cada verso, en cada aliento, en cada latir de tu corazón. Las luces volvieron a tomar intensidad y al fondo del escenario alguien ondeaba la bandera de tu país.
Al concluir tu última canción, la sala Miguel Covarrubias se encendió en vítores, aplausos y una ovación de pie. Había momentos en los que debía dejar de aplaudir, no porque sintiera que ya habían sido suficientes, casi exagerados, los aplausos, sino porque las palmas me ardían.
“Canto que mal que sales cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo, espanto como el que muero”. Esos fueron tus últimos versos escritos en una libreta antes de que te apagaran la voz.
Escribo esta carta esperando que, cuando la leas, sepas que tu recuerdo aún permanece en nosotros. Han pasado varios días, infinitos segundos de tu partida, y a pesar de eso tu voz grita más fuerte que nunca lo que intentaron silenciar en aquel estadio hace 52 años.
Te alegrará saber, Víctor, que las personas aún guardan con cariño tus canciones, tus palabras, tu voz… A ti.
Hasta siempre, querido Víctor,
Dayana R. Sedano
Para: Víctor Jara.
Asesinado el 16 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile, Chile.