Mención honorífica del Tercer Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM.
Nada mejor para contrarrestar la destructiva melancolía del domingo que una feria del libro. Algo así anotaba mi cabeza justo al subirme al Pumabús, transporte de la UNAM en Ciudad Universitaria (CU) dedicado a llevar al público de la Feria del Libro Universitario (Filuni) de este año. Por una enfermedad improvista tuve que postergar mi visita hasta el día último de la feria, el 1 de septiembre. Me dolió, sinceramente, pues no pude disfrutar más que virtualmente de la charla de Ida Vitale con Luis García Montero; o la plática que sostuvieron Julia Santibáñez y Fernanda Melchor (esta última, ofreciéndonos una cátedra sobre la crónica y su relación con la historia); o el interesantísimo intercambio de miradas a propósito de la migración que sostuvieron Nadia López García y Balam Rodrigo, estrellas rutilantes de la poesía actual mexicana. En fin que, la vicisitud me condujo a asistir exclusivamente a un evento, la presentación estelar de Cristina Rivera Garza.
Había poca gente entorno hasta que llegué al Centro de Convenciones de la UNAM, caía una tarde nublada a eso de las 5. CU cambia de rostro según la hora en que la visites, y en este caso, ofrecía cierta estampa desolada, algo gris. Nada más entrar a la feria todo cambió, se podía encontrar ahí un movimiento vital que contrastaba con lo estático del afuera: filas de jóvenes a la espera de un vale para libros, niños atravesando inesperadamente el paso mientras sonreían, uno que otro can acompañante, mujeres y hombres calmos de saberse –así sea momentáneamente– en un espacio en paz. Un sentimiento de comodidad compartida te atraviesa nada más entrar.
Hurgué en la oferta librera sin detenerme demasiado, por dos factores: 1) Tenía poco tiempo antes de que comenzara el evento al que iba; 2) Tenía menos dinero que tiempo, de forma que, en caso de encontrar alguna joya, así fuese barata, probablemente saldría del lugar sintiéndome miserable. No obstante, reconozco la pluralidad editorial de esta feria, que tiene, además, una particularidad tradicional pues siempre invita a un país para hacerle honores literarios y ofrecer al público libros de escritores que quizás no conoceríamos en otra circunstancia. En este caso Uruguay, tierra de poetas y saudades, lo fue. Vi pues algunas obras interesantes, con impotente recelo, antes de formarme para entrar al foro “Clementina Díaz y de Ovando”, pocos minutos antes de la presentación.
Estaba lleno cuando entré al iluminado salón en el que estaban ya sentadas las escritoras Socorro Venegas y Sara Uribe. Justo estaba acomodándome cuando una de ellas dio el anuncio: “Cristina Rivera Garza no podrá acompañarnos esta tarde, por causas de fuerza mayor, pero continuaremos con el evento que dedicamos a su obra, especialmente a El invencible verano de Liliana”. Una decena de asistentes, tal vez más, decantaron por abandonar el lugar, sin duda alcanzados por el desaire de no poder conocer y oír a una de las grandes exponentes de literatura iberoamericana y Premio Pulitzer. No puedo decir que no me provocó un malestar el anuncio, incluso pensé en retirarme pero me dije algo que supongo dijimos muchos: “Pues ya estoy aquí”; y con ese impulso, un poco entre la desidia y la expectación, me quedé junto a decenas para escuchar lo que tenían preparado para nosotros y que, aún sin Cristina físicamente, resultó memorable.
Esta es pues la crónica de una presente ausencia.
Decir que Cristina Rivera Garza estuvo presente sin estarlo resultó bastante asimilable para el público que la esperaba en la Filuni. Tal vez este fenómeno se deba a que ella tiene un nombre que se impregna en todo lo literario de nuestro país hoy en día. Su fuerza estriba en una carrera sólida desde su comienzo (recordemos Nadie me verá llorar, su primera y premiada novela publicada en 1999) hasta hoy con la novela que honra a su hermana Liliana: su obra se ha vuelto un estandarte para el feminismo, es una obra que “crea militancia” en palabras de Sara Uribe. Además, Rivera Garza ostenta una cualidad que podemos considerar rara: su pluma atraviesa múltiples géneros literarios que van de la poesía a la prosa (en su sentido amplio). Lo mismo escribe un ensayo argumentativo y documentado que cuentos o novelas, así como versos: toda ella es literatura y no es, me parece, sino porque esa es su condición esencial. Es una mujer palabra, una auténtica letra herida y, al irradiar eso impacta a quienes amamos los libros, la literatura, la palabra en sí.
La tertulia transcurrió entre la clásica semblanza inicial y después, un sesudo homenaje de Sara Uribe, a quien se le notaba a leguas cuánto había leído y estudiado a la autora de Autobiografía del algodón. Uribe destacó además de la militancia, la condición transversal de la obra de Cristina, su ductilidad característica que traspasa las barreras de los géneros preestablecidos. En Rivera Garza estamos, dijo la también poeta, ante una “literatura post-autónoma”, término acuñado por la escritora argentina Josefina Ludmer que define hoy lo literario como un organismo mutable y polifacético. Este breve y hondo repaso analítico, dio pie a una comprensión más profunda de los libros de nuestra autora.
Acto seguido, y ya ubicándonos en El invencible verano de Liliana, ambas conductoras enunciaron apuntes de digna mención, pues conectan precisamente con lo presente que puede ser una ausencia. En más de un sentido, no sólo Cristina Rivera Garza consigue esto para ella misma, sino para su hermana, quien deja de ser recuerdo o evocación para convertirse en una voz casi palpable. Cuando uno recorre las páginas de este libro, cuando escucha las reacciones que provoca y estas se juntan con las propias, una especie de hechizo se abre. Y es que la descripción sobre Liliana es tan clara como una película, atrapa su humanidad. Un estremecimiento se sintió comunalmente al escuchar la crítica de Socorro Venegas y de Sara Uribe, al comprender por qué la obra les había gustado a ellas y a una multitud de mujeres heridas y violentadas, mas no silenciadas. El acto del que fuimos parte no sólo fue un hecho literario sino un intercambio sentimental, una espontánea construcción de humanidad. El dolor de Cristina al perder a su hermana fue nuestro al recibir cada una de sus palabras, también el coraje al saber o repetirse que este feminicidio, como tantos más en México, se encuentra irresuelto. Este libro está vivo porque sus causas están pendientes.
Tomaron el escenario tres personas para cerrar la mesa, que también dio pie a la clausura formal de la Filuni 2024. Fue una lectura en voz alta a cargo de Verónica Merchant (actriz) junto con Demian Palacios y María Elena Pastorino (estudiantes). El silencio precedió a cada una de sus rítmicas entonaciones, todas a su manera y con estilo: más que solemne, su recital se tornó apasionado al punto de que, nuevamente, Cristina y Liliana estaban ahí. Presencia y ausencia se fundían, en una contradicción lograda gracias a la literatura, a su poderío de memoria frente al olvido. Los extractos de El invencible verano de Liliana se sucedieron uno a uno, fortaleciéndose entre sí como una sinfonía perfecta que sólo es más potente rumbo a su final. Y así llegó una de las evocaciones más tiernas del libro, que recuerda cuando las Rivera Garza eran adolescentes y nadaban juntas. Esa última parte me hizo tragar saliva y soltar lágrimas, y luego, mirar al vacío en una revelación: ellas estaban ahí.
Los aplausos en la sala comenzaron su estrépito cuando decidí levantarme de mi lugar. Necesitaba aire fresco y soledad. Al marcharme vi entre el venerable a Andrés Neuman, a quien me hubiese gustado saludar pero me lo impidieron los pensamientos. Solamente faltó Cristina, bueno no, bueno sí… Eso me repetía, y, cuando caí en cuenta, ya iba de vuelta en mi asiento. Ya era de noche cuando sentí arderme el corazón invencible.