El indio que me enseñó a ser india 
Rosa Mayra Arellano Reyes, tercer lugar del Cuarto Premio de Crónica Cultural Festival CulturaUNAM

Tercer lugar del Cuarto Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM. 

A mí llámenme india. El pensamiento llegó mientras el indio errante que muere de nostalgia  por su montaña invadía el pequeño escenario del Museo Universitario del Chopo. Tiziano  Cruz de Jujuy, Argentina, nos hablaba de su condición de desarraigado que perdió a su  hermana y añora volver a casa. Wayqeycuna significa “mis hermanos” en quechua, pero esa  tarde del 14 de septiembre yo no tenía hermanos. Solo la certeza de que mi apariencia  indígena me desampara en consultorios y oficinas. 

La fila era doble y pequeña, media hora antes de la función. Doce personas de un lado,  quince del otro. El caos organizativo que solo en México entendemos como parte del ritual.  Una mujer peleaba por su bolsa que excedía los 36 centímetros permitidos hasta que dijo  “mídanla” y se salió con la suya. Pensé en todas las batallas que no he ganado por tener esta  cara, esta piel, esta nariz que me delatan como descendiente de quienes construyeron  ciudades sobre lagos. 

El pequeño auditorio no se llenó. Tercera fila al centro cuando comenzó la función. Tiziano  hablaba de su viaje de regreso, de abandonar la cultura europea y el idioma español para  abrazar sus raíces ancestrales. Su cuerpo se convertía en sitio de protesta, cuestionando  las jerarquías raciales que nos marginan. Yo, crecida en Tlalnepantla, educada en provincia  mocha y católica, entendía cada palabra. 

Culturalmente me ven como un contraste: mi inglés fluido con mi apariencia de pobreza,  mis dientes chuecos, mi piel morena. El idioma civilizado versus la cara que sugiere lo  contrario. Pero viendo a Tiziano en escena, hablando de la devaluación de las vidas  indígenas en una sociedad eurocéntrica, me enorgullecía ser lo que soy. 

Al final de la función llegó la ceremonia. El artista nos compartió pan que sabía delicioso,  flores frescas, y en la antesala nos ofrecieron té mate argentino. El aire olía a montaña  argentina, a tierra húmeda y hierbas aromáticas que Tiziano había traído en su memoria. Su  felicidad era palpable en su sonrisa y su manera de bailar cuando comenzó la música  tradicional de las montañas, pero con ritmo de cumbia que invitaba al movimiento. 

Totalmente feliz, abrazó al público. Al acercarme, olía a ropa limpia y a esperanza. Era el  único abrazo que tendría en mucho tiempo, pero además su obra me había conmovido. Su  historia de desarraigo resonaba con mi propia búsqueda identitaria. Él había perdido a su  hermana y su montaña; yo había perdido el orgullo por mis antepasados. 

“Hey, güeritos, por favor llámenme indio”, le hubiera dicho si hubiera tenido valor. Mi parte  cool es la indígena, no quiero pensar en que soy europea. Quiero pensar en mis  antepasados que se bañaban, que le traían a Moctezuma pescado fresco, que construyeron 

una civilización cuando Europa vivía el oscurantismo. Tlaxcaltecas que peleaban como en  Juego de Tronos. No fue conquista, fue guerra civil. 

Me retiré del Chopo transformada. Rodeada de personas desconocidas de todas las edades,  como desconocidos los que nos reunimos en misa, me sentí parte de algo. Estábamos  conectados por experiencias sensoriales, artísticas, iluminadas. Éramos la comunidad  teatral, pero también éramos la comunidad de los que nos reconocemos en el espejo de  otros desarraigados. 

Muchos mexicanos usan el mestizaje porque no reconocen la grandeza de su parte indígena  ni la parte deplorable de su parte europea. Cuántos podríamos decir que la parte que no  somos —cien por ciento indígena— es la que menos nos enorgullece. En el contexto actual,  muchos preferirían ser llamados cualquier cosa antes que indios. 

Pero Tiziano Cruz es un ídolo, y viendo su orgullo por sus raíces, su música que fusionaba  tradición ancestral con ritmos contemporáneos, su ceremonia que convertía el teatro en  templo, entendí algo: ser india no es lo que me falta, es lo que me sobra. Es lo que me  permite ver eclipses donde otros solo ven sombras. 

Al menos yo me siento más orgullosa de la civilización que construyó reinos sobre lagos,  selva y nopales que de la que llegó a imponer su versión de cultura y civilización. Indio es el  de la India, sí, pero ese es el lugar que creían haber encontrado cuando no había GPS ni  Google Maps. El error geográfico se convirtió en identidad de resistencia. 

Soy india, y viendo a Tiziano Cruz en escena, abrazándolo al final, sintiendo su alegría  contagiosa y su música que hace bailar hasta a las montañas, me enorgullece serlo.  Wayqeycuna, mis hermanos. Encontré mi familia en un teatro pequeño que olía a Argentina  y sabía a reconocimiento. Wayqeycuna de Tiziano Cruz se presentó el 14 de septiembre de 2025 en el Museo  Universitario del Chopo como parte del Festival Internacional de Teatro Universitario (FITU)  de la UNAM.