Tercer lugar del Tercer Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM.
es
encuentro
Tecleo en mi computadora dobleudobleudobleupuntoteatrounampuntocom, doy clic en FITU. Descargo el programa de la edición 31 del Festival Internacional de Teatro Universitario; lo comparto, uno por uno, con mis amigos:
Después de responder a sus mensajes preguntando qué es el FITU, acordamos ir a la función inaugural.
Es el día de la inauguración. Busco el final de la fila; mis amigos aún no llegan. Está oscuro, solo se distinguen los ojos de las personas, parecen murciélagos encontrados en una cueva, ansiosos por su dosis de teatro.
Entramos, se apagan las luces. El festival arranca, pero, como el metro en día de lluvia, los (in)necesarios protocolos inaugurales lo hacen avanzar con lentitud. No puedo evitar pensar en el abuelo Simpson y su famoso “¡ya cómete la maldita naranja!”.
Inicia UPU. Inmediatamente nos traslada a alguna isla del Pacifico, donde un grupo de personas nos confrontan con temas como la colonización, la familia, el amor, la religión y el cambio climático.
Termina UPU. Mis amigos coinciden en lo de la maldita naranja y en el dolor de cuello por mirar los subtítulos sobre el escenario. Claro, estamos acostumbrados a ver obras en español.
La dosis de teatro despierta nuestra hambre y decidimos ir por unos tacos al pastor – pretexto perfecto para seguir comentando la obra–.
es es
cuidado, desafío
Es domingo por la mañana.
Misión del día: ver tres obras del FITU.
Dificultad: poco margen de tiempo entre cada función.
La misión arranca mal –uno pone y el pumabús dispone–. Llego al MUAC, 10 minutos antes de la función. Consigo boleto y bajo de prisa las escaleras rumbo al auditorio, My home at the intersection está por comenzar. Al llegar, me sorprende ver a todas las personas esperando fuera.
Una persona descalza, vestida de blanco y con un frasco de vidrio en la mano, sale del auditorio y pide nuestra atención. Nos cuenta la historia del contenido de ese frasco: “Se llama pepinillo y es lo único que queda de mi casa”, nos dice. Con la mirada, nos enumera uno por uno y comienza a cortar un poco de pepinillo en una tabla. Luego, se acerca para compartirlo. Al recibir mi porción, me sorprende su parecido con la salsa de chile seco de mi bella Xalapa. Lo pruebo –sí, sabe casi idéntico–.
Antes de retirarse, la persona nos advierte: “Al entrar, por favor quítense los zapatos; también las calcetas”. La inconformidad del respetable no tarda en aparecer:
“Nos hubieran avisado, no me corté las uñas”
“Justo hoy que traigo una calceta de una y otra de otra”
“…cámara, ¿ps qué vamos a hacer?”
Contento y obediente, me despojo de zapatos y calcetas. Me emociono, jamás imaginé estar descalzo en una función de teatro, y menos en el auditorio de un museo; es algo que va contra los cánones culturales. Al entrar, otra sorpresa: el suelo del auditorio está cubierto de pequeñas semillas que, al pisarlas, se sienten como la arena de la playa. Tomo mi lugar, me acomodo y me pongo en posición de recibir.
es es
territorio, colectividad
Entre gritos de los asistentes, un DJ y luces impresionantes, comienza la clausura del FITU. En el escenario destacan siete letras enormes: FITUXXI. Los discursos –esta vez más cortos– dan paso al primer reconocimiento de la noche, el de la docencia teatral. Con una sonrisa llena de gratitud, la Mtra. Luisa termina su discurso “…pero más les agradezco por haberme premiado en vida”. Inmediatamente entiendo la importancia de eventos como este.
Los ánimos se elevan. El grandioso e irreverente Mtro. Parrot toma el micrófono y presenta cada una de las obras, en sus repectivas categorías. Al llegar a la categoría de Montajes de Teatro para las Infancias, sugiere con humor: “¿qué tal si para la próxima edición los jueces de esta categoría son los niños? se supone que para ellos son estas obras, ¿o no?”.
Turno del premio del Concurso de Escritura Teatral. La ganadora trata de contener su llanto mientras corre para recoger su premio. Frente a mí, su familia –conmocionada– se abraza dulcemente. Detrás, una señora no deja de gritarle al DJ que le baje a la música. Él, divertido, finge esconderse tras bambalinas, los que lo notamos reímos.
Se entregan las menciones honoríficas, el teatro se desborda entre aplausos y gritos. La señora de atrás ya no pelea, ha recibido su premio y ahora pide que le suban a la música. Entre tanta locura, ya no sabemos a quién celebramos exactamente –bueno, sí–, celebramos al teatro; celebramos al FITU.
Y ahora sí, llegan los premios a las obras. El Mtro. Parrot pide silencio, pero a estas alturas, ya no es opción. Los aplausos y gritos no cesan. Lo ganadores corren al escenario; se abrazan, gritan, saltan y lloran. En medio de la euforia, algunos olvidan recoger su reconocimiento —una preciosa placa con el nombre de su obra—, pero eso ahora es lo de menos. Ya han ganado, ya se han inmortalizado.
Es imposible no contagiarse del virus del teatro.
“Larga vida a las obras, ¡qué viva el FITU!”.