Primer lugar del Tercer Premio de Crónica Cultural, Festival CulturaUNAM.
María José está frente a nosotros. Tiene los ojos muy grandes, una sonrisa de esperanza, y su vestido de mangas cortas con líneas de colores —donde resalta el rojo— se ve impecable. Está descalza. Atrás de ella, una silla de aluminio y un par de luces que parecen ojos, confrontan. La utilería es austera. Todos estamos en silencio. María inhala profundo. Cuando está punto de decir algo, escuchamos que se abre la puerta. Un grupo de personas entra. Ella, amablemente les dice que pasen. Les sonríe y les dice que pasen. Jared Olson, mi amigo, se recorre para hacer espacio a las personas que acaban de entrar. De nuevo todo en silencio.
—Si tuvieras que partir, partir, partir de verdad. ¿Qué te llevarías contigo?
María hace la pregunta despacio, puntualizando con sus manos, mirando a cada uno de nosotros. Jared, que partió de su país hace más de cuatro años, seguro lo entiende mejor que yo.
—Pero en verdad. Si tuvieras que partir… partir… partir…
La palabra se diluye mientras las luces se vuelven tenues. María tiene aproximadamente cuarenta años, pero advierte una cosa: nos contará la historia de una niña del otro lado del mundo, que hace años partiría a otro país. A partir de ese momento María será María, y La niña, de manera intercalada. La niña, juega con zapatos, en una caja de un camión, con sus ilusiones. María juega en un salón de danza, en un escenario. María está en México, la han traído para esta obra de teatro.
La niña es de algún país muy frío de Europa. María nos cuenta cómo ella también vivió en un camión, en Bélgica, con su esposo y su hijo, mientras fueron actores circenses. La niña partió de su país con su madre, su padre, y también hubiera partido con su hermana, pero ella y su vida se quedaron. María vivió en una casa rodante durante varios meses. La niña durante algunos días. María nos cuenta sobre su amiga, a quien extraña, porque vive lejos. La niña sobre Bigotes, el chofer del camión, el hombre grande y rudo. Jared a veces me pregunta por el significado de algunas palabras. Me siento mal por tener que contestar.
—¿Qué llevarían? Hablo de lo que realmente hace falta. No hablo de objetos como libros o joyas.
Durante la obra interrumpen grabaciones de personas de otros países. Sus voces viajaron de muy lejos y nadie las detuvo. Las dejamos pasar. Todas esas personas hablan de querer viajar. Tienen ese tono de ilusión y ganas por conocer el mundo. Jared está quieto, muy quieto y ha dejado de preguntar por el significado de las palabras. Las luces titilan. La niña dice que viaja en una nave espacial. María deja algunas fotos en el suelo, son de su aventura en la casa rodante, en todas está sonriendo. La niña saca zapatos de una bolsa grande, que coloca por todo el suelo.
Afuera llueve. Hacía frío. Adentro está cálido. Para La niña no. Saca un abrigo grande y un ushanka. Tiene, y tuvo frío. De repente: Se sienta en la silla. Todo se oscurece. Menos ella. Tira de un cordón que cuelga del techo. Caen pequeñas esferas de nieve. Blancas. Redondas. Ruedan por el suelo y entre sus pies. ¿Por qué no se derriten con el clima cálido del salón? Sigue lloviendo. O nevando. Ya no distingo. Truena. Aquí y donde está La niña, truena. Truena otra vez. En Ciudad Universitaria y en el país de La niña, truena. Sincronicidad. Me olvido dónde estoy.
—Y entonces continuamos el viaje espacial sin papá —dijo La niña.
María jala una cinta —de esas amarillas con negro, criminales— para dividir el suelo del escenario. Los zapatos y zapatillas están por todos lados. ¿Cómo sonarán los pasos de cada uno? Todo se oscurece. Las luces que están al fondo se encienden, amenazantes, en medio de la noche, gruñendo como el camión que representan. La nave espacial, diría La niña, alumbrando el espacio exterior,
lleno de estrellas por pares tiradas, con tacones, suelas y cordones. María cada vez dice menos. La niña habla de jugar, de jugar con la única muñeca que lleva, de jugar con más niños, con su madre, de cómo jugaba con su hermana, que su juego favorito siempre fueron las escondidas. La niña saca de la bolsa un traje de astronauta que se pone.
—Hay gente que es tan buena para jugar a las escondidas que jamás aparecen —dice de nuevo La niña. María sigue en silencio.
La niña se trepa a la silla. Una luz la ilumina desde abajo. Dice que es momento de iniciar el viaje. La puerta de la caja del camión se abre. Ella mira hacia arriba, levanta los brazos, e inicia el viaje a ese país que parece nunca existió.
Mañana es otro país se presentó durante el Festival Internacional de Teatro de la UNAM 2024, bajo la producción de la compañía Teatro Real Flamenco de Bruselas y Fundación Teatro a Mil, con el texto y la dirección de Michael De Cock, y la conmovedora interpretación la actriz chilena María José Parga Saavedra. Es una obra de teatro sobre dejar nuestro hogar. El desplazamiento y la migración forzada —por todas sus razones— es universal. Esta obra nació en Europa, la conoció, y llegó a nuestro continente. Es una realidad que las niñas y niños siguen huyendo de sus hogares. En camiones, lanchas, coches, camionetas, barcos. En América Latina lo es. En México. Jared, un periodista que salió de su país para cubrir los conflictos en Honduras, y que actualmente cubre casos de violencia aquí, en México, me preguntó al final de la obra:
—¿Cuántos casos de niños…
Seguía lloviendo. Ya no nevaba. En el mundo hay inundaciones. Se están perdiendo barrios, selvas, bosques. El flujo migrante parece seguir las mismas leyes que las corrientes. Ellas continúan, por donde se abran camino, y algunas veces se desvían hasta perderse y llegar al mar y nada más que al mar. ¿Cuándo simplemente dejaremos pasar?