La ola violeta salió a las calles este #8 de marzo con las distintas voces que sostienen la lucha por los derechos de las mujeres. En ella conviven una diversidad de corrientes, a veces con posturas radicalmente opuestas.
La periodista feminista Laura Castellanos, propone en este contexto la búsqueda del diálogo para seguir en construcción y desarrollo de la defensa de los derechos de las mujeres:
-Yo propongo la creación de espacios seguros en los que se puedan expresar las distintas posiciones. Sin censura, con capacidad de escucha, reflexión, empatía, respeto a disentir, respeto a la diferencia. Que haya intención de crear una convergencia de afinidades. Espacios en los que no olvidemos que el enemigo es el orden patriarcal.
La pluralidad de convocatorias, puntos de encuentro y motivos de lucha son una muestra de las distintas discusiones que se dan. En más de un momento, estas posturas se han enfrentado. “En el feminismo ha habido disputas” admite Lucía Núñez, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (Cieg) de la UNAM: “No es un movimiento uniforme; de lo contrario seríamos un dogma”.
“No se tiene que evitar la confrontación. Obviamente, las confrontaciones físicas, por supuesto que sí. Pero, en realidad, yo creo que la fortaleza radica en que sus integrantes o sus participantes logran generar condiciones para el desacuerdo sin que esto comprometa la lucha”, comenta Marisol Anzo Escobar, feminista y doctora en Estudios Culturales por el Colegio de la Frontera Norte, en entrevista para Corriente Alterna.
“Negar identidad de personas trans reproduce discursos de odio”
Núñez reconoce que dentro del feminismo hay puntos en común que no están a discusión. Uno de los debates más álgidos, explica, es nombrar al “sujeto político del feminismo”. Es decir, quién o quiénes son parte del movimiento. Este conflicto se centra en la identificación de las mujeres trans como mujeres.
Los grupos feministas “transexcluyentes”, explica Núñez quien también es especialista en criminología con perspectiva de género, reproducen la idea de que la opresión de las mujeres se da por el hecho de serlo. “Esto te remite a los órganos sexuales como la vagina, la vulva y, pues, el útero, que están simbolizados de esa manera en un pensamiento heterosexual reproductivista. Y creo que, al final, ellas tienen esa visión: la visión esencialista”.
–La confrontación es posible pero hay que marcar ciertos límites, creo –dice Alice, una mujer trans que marcha por Reforma junto al contingente de la Tianguis Disidente de la Glorieta de Insurgentes–. Yo estoy en contra de la violencia, por ejemplo, pero hay muchas mujeres hoy aquí presentes que están enojadas porque les han arrebatado a sus hijas, a sus hermanas, a sus amigas. Hay que tener empatía con esas personas: a veces es necesaria la violencia para expresar todo ese dolor.
Sandra Ivette González Ruiz, quien se define como feminista anticapitalista, anticolonialista, anti cis-heteronormado y antiespecista, asume una postura clara:
–Para mí, las luchas feministas que nieguen la identidad de las personas trans, que nieguen la participación de las mujeres trans en la lucha feminista, son feminismos que atentan contra los derechos, que reproducen discursos de odio, que atentan contra la libertad y que, en ese sentido, oprimen. No sé cómo podemos marcar eso en el feminismo. Para mí, el feminismo tiene que ser un feminismo que no oprima a ninguna. Todas libres. Todas juntas.
–La lucha feminista no es exclusiva de las mujeres cis –precisa Navani Pereira, quien marca con un contingente conformado por las colectivas de la revista Malvestida, la librería Volcánica y la organización Casa de Muñecas Tiresias–. Sino más bien es en contra de sistemas que han marcado esas diferencias y esas divisiones, que nos violentan, y que quieran invisibilizar a una parte de la población.
Por su parte, Patricia Olamendi, abogada y fundadora de Nosotras Tenemos Otros Datos, quien se identifica como feminista abolicionista y ha sido criticada por su postura frente a la inclusión de personas gestantes. Señala que el movimiento feminista “no ha acabado de lograr su independencia ni concluir la subordinación ni discriminación” puesto que aún existen mujeres víctimas de la trata de personas. El 20 de enero de este año, el secretario de la Defensa Nacional (Sedena), Luis Cresencio Sandoval, informó que la Ciudad de México ocupa el primer lugar en el delito de trata de personas.
Por eso, Olamendi se identifica como feminista abolicionista. Este movimiento se opone a la prostitución al considerarlo una forma de control del cuerpo de las mujeres o la renta de vientres, por considerarlo una forma más de explotación de los cuerpos femeninos. “Yo no puedo concebir la idea de que mi cuerpo sea vendido, utilizado y demás, porque es lo mismo que pasaba en la esclavitud”, explica.
Esta postura se confronta con la del feminismo regulacionista, que sostiene que el trabajo sexual debe ser reconocido como tal, otorgando derechos laborales y seguridad social a las mujeres que lo practican.
¿Cómo incentivar el diálogo dentro del feminismo?
Cerca de Avenida Reforma, un grupo de mujeres hace sonar caracoles, quema copal y le saca ritmo a algunas percusiones prehispánicas. Tienen lazos rojos alrededor de su frente y cascabeles en los tobillos. Adriana del Moral viene desde Azcapotzalco y explica que este contingente de tambores busca promover el respeto entre los distintas posturas y contingentes que se dan cita este 8M.
–Es una cuestión de empatía, de fortalecernos y apoyarnos –dice–. Que no sea nada más el día de hoy. Cuesta trabajo: hay compañeras con cierto carácter que, pues sí, nos sacan de balance. Pero es una cuestión de congruencia.
La diversidad de posturas parece, en efecto, un camino difícil de recorrer. Por ello, la socióloga y doctora en Estudios Culturales, Marisol Anzo, invita a generar herramientas y a construir espacios en los que se pueda disentir, expresarse con toda libertad y sin censura.
“La idea de vivir en el feminismo se ha cristalizado como un fundamentalismo –advierte Anzo–. No es que se deba vivir de una forma sino considerar su propia diversidad. Hay que realizar un ejercicio de escucha radical. Se tendrían que activar dos procesos. El primero sería un proceso de reflexión individual; después, llevar esa reflexión al diálogo”.
Para Ximena Cobos Cruz, la confrontación es un reflejo del cambio: “En este momento de mi vida me atraviesa el feminismo decolonial. La diferencia es inevitable: es síntoma de que hay un proceso de transformación sucediendo, múltiples voces resonando y siendo contrastadas”.
Es el caso de Mag Mantilla, socióloga, maestra en estudios de la mujer y fundadora de la página de Facebook Tallercitas Feministas. Ella considera que, para fortalecer la lucha, se necesita “reconocer la genealogía de las mujeres, dialogar y escuchar activamente mirándonos a los ojos con ternura. Despojadas del patriarcado, acordar en el desacuerdo. Esto se suscita a partir del estudio profundo del pensamiento de las mujeres y la teoría feminista”.
Laura Castellanos, periodista independiente y feminista, propone también la búsqueda del diálogo. “Yo propongo la creación de espacios seguros en los que se puedan expresar las distintas posiciones. Sin censura, con capacidad de escucha, reflexión, empatía, respeto a disentir, respeto a la diferencia. Que haya intención de crear una convergencia de afinidades. Espacios en los que no olvidemos que el enemigo es el orden patriarcal”.
Patinetas y Perreo
Belén Guzmán es parte de la colectiva U Can Skate. Dice que está aquí porque es importante apoyarse entre mujeres para sobresalir en espacios que han acaparado, históricamente los varones. Como el skateboarding o la producción audiovisual, que es a lo que ella se dedica.
–Todas venimos de historias peculiares, diferentes –dice–. Es necesario entender que cada una de nosotras tiene su propia perspectiva. No podemos hacer que otra mujer piense igual que yo. Aunque tal vez vivimos opresiones muy parecidas, habrá cosas en las que no coincidimos. Pero eso es lo que hace mucho más rica la lucha: es un mar de distintas visiones. Eso hay que abrazarlo.
Más allá, en medio de las protestas, el humo violeta y las consignas del 8 de marzo, un grupo de mujeres mueve las caderas al compás de Una gatita que le gusta el Mambo de Bellakath. El nombre del contingente es Twerkeo subversivo y está encabezado por La Policía del Perreo, una colectiva que revindica el reggaetón y el perreo como una expresión de la autonomía de las mujeres sobre su cuerpo.
–A veces nos dicen que el reggaetón sexualiza a la mujer –dice Betsabé, una de las chicas que forma parte del contingente más animado de esta tarde–. ¡Por supuesta! Toda la música y casi toda la cultura sexualiza a la mujer. Pero el twerking, el perreo, también puede ser y es una forma de apropiarnos de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad. Estos movimientos sensuales son para nosotras: no para la mirada masculina.
–Nosotras creemos que nuestros compañeros trabajadores y estudiantes son un aliado clave para la lucha feminista –dice Flora–. Hemos tenido conflictos con contingentes separatistas. Pero tenemos claro que el objetivo es denunciar en conjunto la violencia: el enemigo no está entre nosotras y nuestras distintas posturas. El enemigo es el Estado y la violencia machista.
La policía ha quedado atrás. Son casi las cinco de la tarde y la multitud de mujeres de pañoleta verde y camisas moradas mantiene la marcha sobre Avenida Reforma. Un contingente que porta carteles azules con la frase “Ternura Radical” en letras rosas avanza a paso lento hacia Avenida Juárez: entre sus integrantes hay mujeres de la tercera edad que llevan décadas participando en la marcha.
–Esta marcha es realmente heterogénea –dice Isabel, una de las integrantes del contingente–. Eso se siente: hay bebés, hay niñas, hay mujeres trans. ¡Hay de todo! Eso es lo que queremos: eso es la vida. Eso es lo que defendemos.
Alrededor de las seis de la tarde, sobre la calle 5 de mayo, un sujeto comienza a agredir a las manifestantes. Las insulta, les mienta la madre y hace ademanes de golpearlas. Las mujeres reaccionan, lo confrontan –”¡Fuera hombres! ¡Fuera hombres!”– y comienzan a arrojarle objetos: algunos restos de basura, botellas de agua, poco más. Él se quita la playera y golpea su pecho en un gesto altivo. “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”, gritan las manifestantes cuando un escuadrón de policías llega a encapsularlo.
Mientras aquel sujeto sin playera es escoltado por un batallón de policías antimotines, un grupo de mujeres embozadas intenta derribar las vallas que protegen la Catedral Metropolitana y Palacio Nacional. Ya antes, este mismo grupo de encapuchadas, había rociado con aerosol a un contingente de mujeres trans.
El gas pimienta se extiende por momentos en la la plancha del Zócalo, donde hay mujeres de la tercera edad, niñas, familiares de víctimas de feminicidio, todas se retiran, sofocadas por el gas. Sólo quedan algunas manifestantes quienes proceden a quemar sus pancartas y carteles, como una manera simbólica de conjurar la violencia.