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Nancy Cárdenas, icono del feminismo y la diversidad sexual

Foto: Alberto Rea.

Médicos de farmacia, primera línea –invisible y porosa– ante el coronavirus

Con los sistemas de salud estatales precarizados por décadas, la mayoría de la gente opta por pagar una consulta de entre 35 a 50 pesos en la farmacia privada de su barrio. Esto es en ocasiones el único acceso a la salud. Muchos médicos de farmacia se han ganado a pulso una reputación positiva; otros, en cambio son de credenciales dudosas o han tenido un rol oscuro en venta inapropiada de medicamento. Para bien o para mal, han jugado un papel relevante (y silenciado) en la emergencia sanitaria, aunque no fueron contemplados en la estrategia nacional de atención.

Lydiette Carrión Rivera, reportera / Corriente Alterna el 10 de junio, 2020

Con los sistemas de salud estatales precarizados por décadas, la mayoría de la gente opta por pagar una consulta de entre 35 a 50 pesos en la farmacia privada de su barrio. Esto es en ocasiones el único acceso a la salud. Muchos médicos de farmacia se han ganado a pulso una reputación positiva; otros, en cambio son de credenciales dudosas o han tenido un rol oscuro en venta inapropiada de medicamento. Para bien o para mal, han jugado un papel relevante (y silenciado) en la emergencia sanitaria, aunque no fueron contemplados en la estrategia nacional de atención.

10 de junio de 2020. Fernanda Cortés* (no es su verdadero nombre) se graduó como médica en la UNAM a los 37 años. Era su segunda carrera. Antes había estudiado Letras Hispánicas en la UAM. Cuando estudiaba medicina algunos profesores le decían en tono de burla que por su edad no la aceptarían en ninguna especialidad y terminaría como doctora de farmacia. 

Así fue. Es doctora en una farmacia de la avenida Javier Rojo Gómez, en Iztapalapa, muy cerca de la Central de Abasto, donde trabaja desde hace seis años. “Antes me daba pena. Pero hoy sé que mis pacientes no podrían ver a ningún otro médico”. Iztapalapa presenta uno de los mayores focos de contagio de la capital. Antes de la pandemia, Fernanda daba de 25 a 38 consultas al día. A inicios y mediados de abril las consultas bajaron a entre 10 y 20. 

“Quiero pensar que es por que la gente se guarda; aunque la población varía entre la que no cree y la que de plano va asustada pensando que tiene coronavirus”.

En aquellos primeros días la farmacia le dio algunos cubrebocas para protección y una solución de cloro al cinco por ciento para desinfectar superficies. El establecimiento se comprometió a realizar limpieza cada tres horas, pero sólo se hizo dos veces al día. 

De inicios de abril Fernanda recuerda un caso: un hombre con todos los síntomas de Covid-19 que se negaba a dejar de trabajar. Era cargador de la Central de Abastos. 

–¿Por qué no se aisló?

–Se había quedado sin trabajo y recién lo habían aceptado en ése. Imagino la presión que debía tener. Pero para cuando fue a revisión, su esposa ya se había contagiado.

Los síntomas remitieron y ellos pasaron probablemente por la Covid-19 sin haberse hecho prueba alguna y sin precauciones. 

A fines de abril, la Central de Abastos se convirtió en uno de los principales focos de infección de la Ciudad de México. Muchos locales debieron cerrar, lo que generó desabasto en diversos mercados del Valle de México. El Gobierno de la ciudad puso carpas y puntos de inspección, aunque posiblemente su reacción fue tardía. 

Fallecimiento en consultorio de médicos de farmacia
Una mujer fallece mientras esperaba ser atendida en un consultorio de farmacia en el puerto de Veracruz el pasado 9 de mayo. Foto: Félix Márquez/Cuartoscuro.

Los consultorios de los pobres

Desde 1998, los franquiciatarios del entonces Dr. Simi implementaron un modelo de negocio. Junto a sus farmacias de genéricos abrieron consultorios médicos de bajo costo. Para entonces, las instituciones de salud pública tenían varias décadas de recibir menos presupuesto del necesario para una atención óptima. Los empleos sin seguridad social iban al alza, y los consultorios en farmacias proliferaron como hongos bajo la lluvia.

De acuerdo con la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios, hasta 2015, había más de 28 mil farmacias, de las cuales, 15 mil (53.5 % del total) cuentan con consultorio anexo. Entre 2010 y 2014 las farmacias con consultorio en México crecieron casi en un 340 por ciento.

Las propias estadísticas de Fundación Best –la figura legal que administra los consultorios médicos de Farmacias Similares– advierten un crecimiento exponencial: En 1998 registraron poco menos de 260 mil consultas. En el 2018, hubo 100 millones 116 mil 81 consultas en todo el país a través de los cuartitos anexados a las Farmacias de Similares. 

El modelo lo replicaron diversas cadenas farmacéuticas del país: Farmacias del Ahorro, Benavides, San Pedro, entre otras, además de incluso algunos establecimientos familiares. 

Esto ha propiciado que la calidad de la atención en todos estos negocios sea variable y con poco o ningún control. Sin embargo, algunos médicos de farmacia se han ganado el respeto y el cariño de sus pacientes. Mucha gente prefiere ir a la farmacia de su barrio y así ahorrarse ser atendido con prisas en un sistema público de salud saturado. 

Médicos de farmacia en la CDMX
Hombres esperan a ser atendidos en un consultorio adyacente a Villa de Cortés. Foto: Alberto Rea.

La presión del negocio

Roberto Pérez Correa, médico cirujano, explica el otro lado de la moneda. Él tenía 27 años y apenas unos meses de haberse titulado como médico general por la UNAM. Esa frase, tan fácil de escribirse, implica seis años y medio de estudios y prácticas en hospitales, que no son compatibles con un trabajo de medio tiempo. La mayoría de los estudiantes de medicina deben ser sostenidos por sus familias hasta que terminen la carrera y, de preferencia, hasta que acaben la especialidad. 

Muchos recién egresados necesitan trabajar pronto. Así fue como Roberto llegó a ese consultorio: aunque no tenía una presión económica fuerte, necesitaba hacer experiencia. A inicios de septiembre pidió el empleo en una Farmacia de Similares relativamente cerca de su casa, en la alcaldía de Xochimilco.

“Como en muchos actos de corrupción, es muy difícil tener evidencia física. Pero lo que yo viví: a mí me presionaron para prescribir más medicamentos de los necesarios. Era el franquiciatario. Que yo prescribiera más medicamentos fuertes, porque, decía,  a veces ‘la gente no se iba contenta’”. 

Esto de recetar más fue una insistencia durante varios días. La presión aumentó y también comenzó el hostigamiento. Le quitó el acceso a internet, le dijo que algunos clientes se quejaron de él (lo cual no era cierto). Terminó por renunciar.

El médico de barrio

Daniela Campero trabaja en promoción de la lectura por toda la ciudad. Ella sólo confía en un doctor: Juan Luis Cruz Juárez, que la atiende desde hace 20 años. Hace un tiempo le perdió la pista y lo buscó hasta que dio con él en su nuevo consultorio: junto a una farmacia en Pedregal de San Nicolás, primera sección, en Tlalpan, al sur de la Ciudad. Esta es otra colonia popular con servicios precarios: escasez de agua, lejanía de los servicios de transporte público y de salud. Localizada en el extremo opuesto a Iztapalapa, comparte las carencias y pobrezas del consultorio de Fernanda. 

Daniela presume a su médico: “Es super empático y te revisa de punta a punta”. Y remata: “es un super médico”.  

Cruz Juárez: “Desafortunadamente en la comunidad donde estoy yo hay gente que no cree en la pandemia. Piensan que es un complot del gobierno. Y les digo: ‘La noticia la dio la Organización Mundial de la Salud. No la dijo el Peje, ni la jefa de Gobierno’. Entonces a partir de ese momento, y como me ven con cubrebocas, con careta, aceptan. Les digo: ‘ Yo me tengo que cubrir porque es mi salud. Así como yo, ustedes lo tienen que hacer’.

Cruz se toma muy en serio la higiene. Advierte: los médicos de farmacia son en realidad médicos privados. Depende de ellos y no de la farmacia su actuar. Él está siguiendo todas las normas posibles para la higiene. Esto, por cierto, causó molestia entre sus pacientes al inicio: el hecho de que sólo pase una persona a consulta. El evitar las aglomeraciones. Pero eso le ha permitido seguir trabajando con cierta seguridad, sobre todo cuando, en la última semana de abril, la epidemia se mostró con fuerza en su colonia.

“Diagnosticamos seis. De esos, dos se fueron al hospital”. Presentaban una saturación de oxígeno muy baja, de 57 y 69 por ciento: un estado crítico. Otros médicos de farmacia refieren que han llegado pacientes quejándose únicamente de dolor de garganta; cuando midieron la saturación presentaban niveles tan bajos como de 30 por ciento.

Uno de los hospitalizados era un paciente que trabaja en mercados sobre ruedas: de esos que se colocan cada día de la semana en un punto distinto de la ciudad. 

“Él no creía en la Covid. Pero cuando le haces ver la saturación de oxígeno, pues fue peor. En el ramo donde él se mueve, le dijeron que no fuera a hospitales porque ahí los iban a matar. Se decía que habían pagado a los médicos para que los mataran”.

El trabajador de mercados no es uno de los pacientes usuales del doctor. Llegó a él de casualidad porque muchos consultorios están cerrados, tanto de farmacias como consultorios privados tradicionales. 

–¿Por qué han cerrado tantos?

–Porque también hay temor entre los propios médicos. Finalmente está en riesgo tu vida y la de tu familia. Además hay muchos médicos que rebasan los 60 años y son población vulnerable. 

Cruz Juárez se duele. “Nuestra población tiene que crecer en cuanto a cultura. Nuestro rezago educativo es abismal. Y eso hace que seamos muy inconscientes. No puede ser que tengamos una fase dos, y en Semana Santa se haya llenado La Viga. Y los mercados repletos. Finalmente llegamos a la fase 3 y sólo entonces retiraron de los tianguis la ropa y los tenis. Pero seguimos sin protección, seguimos sin conciencia. Entre mejor educada esté la población, mejor va a responder frente a una emergencia así.” 

Consultorio de médicos de farmacia
Aspecto de un consultorio en Benito Juárez. Foto: Alberto Rea.

Cuando el médico de barrio debe vender recetas

Lorena Díaz tiene una médica de farmacia en la que confía plenamente. Da consulta en uno de los tres consultorios de farmacia que existen en la colonia Nueva Atzacoalco, alcaldía Gustavo A. Madero.

“Trabaja de una manera muy metódica, te manda estudios de laboratorio, y sobre eso es la medicación. Lo hace por amor a su carrera, ¿sabes? Le pagan 40 pesos la consulta en la farmacia. Y ella en su consultorio particular cobra 400. Ella me lo decía: ‘aquí en farmacias te dan una comisión extra si tú vendes más medicamento. Pero yo a mis pacientes les mando lo justo’. E incluso, en cuanto a estudios clínicos, me dijo: ‘no te los hagas en farmacias porque no son buenos’.”

En 2010, el gobierno dispuso que las farmacias no podrían vender antibiótico sin receta médica. Fue ahí que el crecimiento de consultorios aledaños se disparó. Pero nadie los verificaba. La Cofepris comenzó a inspeccionarlos hasta 2013. Para 2015 reportó un total de 6 mil 939 visitas y como resultado suspendió 374 consultorios de farmacia. Para ese año había alrededor de 15 mil farmacias con médico en el país, de acuerdo con sus propios datos oficiales

Un mundo ideal y el mundo real

Rodolfo Cruz Rodríguez es químico farmacéutico biólogo de la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán. 

Como académico, considera conveniente voltear a ver lo que ocurre en estos consultorios. “Ya de entrada surgen a raíz de un crecimiento de las grandes cadenas de farmacias”. Y al inicio el control que había de este modelo era casi nulo. Pero, matiza: “A lo largo del tiempo han ido cambiando, se ha ido estableciendo un marco normativo; por ejemplo, que estén físicamente separados de la farmacia”. 

Pero aún así, “no podemos asegurar la calidad de servicios de esos lugares. Por lo general te atiende un médico general. No podemos asegurar que el diagnóstico sea el adecuado”. 

Estos espacios “pretenden apoyar [en el servicio de salud, pero], evidentemente con un interés asociado a las farmacias. Pero sí, satisfacer la demanda creciente de salud”. Porque, explica, el IMSS, el ISSSTE, el Insabi, están rebasados. “Nosotros sabemos que el sistema de salud ha sido golpeado con la reducción de presupuestos. Esto ha ido impactando en la calidad y cobertura del servicio. Algunas personas con tal de no ir al servicio social o ir al ISSSTE y no tener que sacar la ficha, pues van a estos consultorios de farmacia”. 

Y ahí, en esos cuartitos junto a la farmacia: “te puedes encontrar de todo: excelentes médicos generales, y otros que no estén ofertando servicio de calidad”.

Y estos momentos de pandemia (a finales de abril), se puede observar que en algunos consultorios ha aumentado la demanda. Algunos tratan hasta cierto punto de cumplir las recomendaciones: “cubrebocas, el no amontonamiento de personas y eso. Pero a veces se les escapa de las manos.” 

“Estos lugares se pueden convertir en lo que sería uno de los primeros frentes de contacto del médico con pacientes infectados. Podría permitir establecer una zona de contención del padecimiento”, concede el académico. Todo esto se podría hacer un mundo ideal, donde haya control de servicios. Pero en este mundo real, la diversidad en calidad de los servicios conlleva otros riesgos: los consultorios de farmacia pueden convertirse en focos de contagio, pueden retardar un diagnóstico oportuno. Además simplemente en la estrategia jamás fueron contemplados.

*Con información de Alberto Rea