Con una selección de más de 200 imágenes captadas por el fotógrafo mexicano, a propósito del centenario de su nacimiento, el Museo del Estanquillo abre al público la muestra ¿Qué me ves? Héctor García, cronista de la lente
“Saludos enormes para Mary y los chilpayates. Para ti, como siempre, afecto, afecto y más afecto. Tu cuate. Carlos”. Con estas palabras, el cronista mexicano Carlos Monsiváis concluía una carta fechada el 6 de abril de 1971. El destinatario: Héctor García Cobo, amigo y colaborador recurrente a quien hizo célebre como el “fotógrafo de la ciudad”.
La posdata dice así: “Yo estoy entusiasmado. […] Además y finalmente y como lo veas, llevamos dos libros en compañía”. Uno de esos dos libros fue Días de Guardar, el primer volumen de crónicas de Monsiváis (1938-2010), publicado por Ediciones Era y cuya narración visual estuvo a cargo de García Cobo (1923-2012).
La carta, incluida en el número 26 de la revista Luna Córnea, dedicada hace 20 años a la obra del fotógrafo nacido en de la Ciudad de México, da testimonio del fuerte lazo de amistad y complicidad para desarrollar proyectos en torno al registro escrito y gráfico de época que terminaron por ser referencia, memorable e indispensable, de la historia de la gran metrópoli.
Ese vínculo entre ambos es el hilo conductor de la exposición ¿Qué me ves? Héctor García, cronista de la lente, abierta al público el 19 de agosto en el Museo del Estanquillo. Con ella iniciaron las diversas actividades para celebrar el centenario de su natalicio, que se cumple este 23 de agosto.
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Para Alejandro Brito, gestor cultural y director del Estanquillo, García y Monsiváis “eran dos almas gemelas”. Lo fueron en razón de variadas coincidencias: el amor que profesaban a la Ciudad de México; sus recurrentes inmersiones a la vida nocturna de la capital o la ironía y la vagancia compartida por ambos.
El Museo del Estanquillo se fundó en 2006 como un esfuerzo por compartir el vasto acervo que comprenden las colecciones de Monsi —como le llamaban sus amigos—, y que dan cuenta de diversos pasajes de la historia política, social y cultural del país. Todos ellos, ámbitos donde García Cobo hizo registros de, al menos, medio siglo de historia del siglo XX.
De hecho, en casi todas las exposiciones del museo hay fotografías de Héctor García, destaca Evelio Álvarez, subdirector del recinto ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad de México y museógrafo de ¿Qué me ves?…, integrada por más de 200 impresiones originales divididas en 11 núcleos temáticos que atraviesan las diversas inquietudes que caracterizaron el trabajo del fotógrafo, quien también fue bracero (trabajador jornalero en Estados Unidos), barrendero y office boy (mensajero).
Oficios que no excluyen su formación como creador visual en la Academia de Artes fotográficas de Nueva York y la Academia de Artes Cinematográficas en México, antes de iniciarse como fotorreportero en Celuloide, semanario de promoción de las “estrellas”, y la revista Cine Mundial, para luego llegar a otras publicaciones con imágenes de la vida social, política y cultural del país.
La infancia y el humor en Héctor García
“Los niños son una parte fundamental para la obra de Héctor García”, señala Ana Catalina Valenzuela González, asistente curatorial de la exposición en el Estanquillo.
Tumultuosas y aventureras, así fueron las infancias que retrató el fotógrafo. Como la propia. Durante sus primeros años de vida en la colonia La Candelaria de los Patos, García Cobo miraba a su madre salir a trabajar temprano. Como el niño era inquieto y vigoroso, la señora lo dejaba amarrado a una de las patas del catre en que dormía, para impedirle que saliera a la calle en su ausencia.
Desde esa habitación, aquel niño de corta edad sólo podía ver del exterior las sombras que se proyectaban en medio de la penumbra. Antes de cumplir siete años abandonó su casa. En aquel tiempo, el pequeño Héctor desempeñó un sinnúmero de oficios e, incluso, terminó en un reformatorio de menores acusado de robar comida.
Los niños en la obra fotográfica de García Cobo no son personajes ausentes. Forman parte de los paisajes citadinos. Sentados en las banquetas, vendiendo periódicos o acarreando agua, recorren una nación difícil de vivir.
“México es un país ideal para el fotógrafo por su mosaico de seres y formas de ser”, narró el propio fotoperiodista en el libro biográfico Pata de Perro.
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En tiempos en que el llamado “milagro mexicano” —un periodo de crecimiento económico entre los años cincuenta y setentas del siglo XX— acaparaba las rotativas, el trabajo del “fotógrafo de la ciudad” puso la lente sobre aquellos que no fueron tocados por el milagro: campesinos, vagabundos, personas en situación de pobreza. El otro lado del desarrollo económico.
La ciudad es una de las grandes protagonistas en la muestra del Estanquillo. Paisajes cotidianos en la gran ciudad, así como hechos que la cimbraron. El Movimiento Estudiantil de 1968 y la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, cobertura por la cual García Cobo recibió el Premio Nacional de Periodismo; reconocimiento que ya había recibido en 1958 por su reportaje sobre el Movimiento Ferrocarrilero; y, más tarde, en 1979, por un trabajo realizado en Medio Oriente.
El fotógrafo miró también hacia la periferia: los ojos insólitos, los hombres zapatistas, los tejidos de palma, los campos de henequén, las comunidades indígenas y el campesinado.
Todo ello presente en esta exposición, lo mismo que figuras de la escena artística como Silvia Pinal, Irma Dorantes, Luis Buñuel, Resortes, Pedro Infante o Mario Moreno, Cantinflas; intelectuales del México del siglo XX como el propio Monsi, a quien puede verse vestido de Santa Claus y “alcoholizado”, como apareció en la clásica cinta Los Caifanes.
También hay imágenes del poeta Jaime García Terrés, el narrador Juan Rulfo y los periodistas Fernando Benítez y Elena Poniatowska; así como los muralistas José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, de quien se presenta su famoso retrato tras las rejas de la penitenciaría de Lecumberri y otra instantánea poco conocida de cuando está saliendo de la prisión.
El humor también se respira en la muestra. No faltan las imágenes que arrancan la sonrisa, aunque en otro tiempo fueron un escándalo, como aquellas que tomó a otro de sus grandes amigos, el actor mexicano Germán Valdés, Tin Tan, quien no se molestó al ser sorprendido por la cámara de García Cobo mientras tomaba una ducha en un hotel de La Habana, Cuba (1953).
A lo largo de toda la exposición, se percibe el afecto y la complicidad entre ambos cronistas. En palabras de Andrea Martínez, asistente de investigación para la muestra, una vez revisadas las obras e identificados los núcleos a desarrollar para la exposición, fue mucho más interesante definir los epígrafes, “porque muchas de las fotografías que tomó Héctor García dialogan muy bien con lo que decía o escribía Carlos Monsiváis”.
Incluso, algunas palabras del fotógrafo —siempre jocoso y de buen humor— parecieran resonar entre tantas imágenes, como el recordar el “reteharto gusto” que le dio enterarse de que su “muy buen cuate” Monsiváis había ganado el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 2006.
En Chiles Verdes, libro que recopila algunos de sus escritos para una columna homónima que publicó varios años en Gentesur, y que por iniciativa del poeta Dionicio Morales se convirtió en libro, Héctor García también cuenta:
“Lo conocí hace un chorro de años, cuando él era un estudiante de la Universidad de México y yo le daba aventones, porque ya desde entonces éramos amigos. Me acuerdo bien que el camino se nos hacía cortito porque platicábamos de todo.
“Carlos ha sido siempre simpático y el trayecto era una continua risa. Carlos es testigo indispensable dentro de la realidad mexicana contemporánea y un verdadero erudito que lo mismo habla de arte como de la farándula o la política. Es una buena ficha, pero sobre todo, muy buen cuate”.
Por los pasillos del Estanquillo, Monsiváis y Héctor García dialogan. Como lo hicieron en los tiempos en que retrataron los recovecos de la ciudad. Sus crónicas, la palabra y la imagen, se entrecruzan.