El primero de enero de 2012 hubo una gran fiesta en Santa María Tlahuitoltepec, municipio de 10 mil habitantes en lo alto de la Sierra Mixe de Oaxaca. Frente al quiosco, una multitud de vecinos rodeó la cancha de la escuela primaria, corazón de la comunidad. La ceremonia daba la bienvenida a Sofía Robles Hernández. La primera mujer presidenta municipal en más de 500 años de historia de aquel pueblo vecino de las nubes.
La nueva edil no era originaria de Tlahui, como le llaman cariñosamente sus habitantes, sino de San Francisco Cajonos, a unos 21 kilómetros de distancia. Su lengua materna no era el ayuuk sino el zapoteco. No faltó quien pusiera en duda sus capacidades políticas por ser mujer. Pero, sobre todo, se le cuestionaba el no haberse defendido cuando fue notificada del nombramiento por la asamblea comunitaria.
Tlahuitoltepec es uno de los 417 municipios de Oaxaca que se rigen por Sistema Normativo Indígena (antes Usos y costumbres). Es un cabildo popular autónomo quien asigna cargos rotativos entre todos los pobladores y no hay campañas ni partidos políticos. Dicen que se manda obedeciendo. No se busca el poder sino que se evita. No se paga a gobernantes y la ambición política es castigada con severidad. De hecho, cuando alguien es nombrado por el cabildo debe argumentar (o defenderse) para rechazar el puesto. Sin embargo, cuando su cuñada le preguntó a Sofía por qué no se había defendido, ella respondió: “Si estamos buscando que haya participación de las mujeres, no puedo ser incongruente”.
Hablante de zapoteco, ayuuk y español, Sofía Robles es pionera desde la década de los ochenta en la defensa de los derechos de las mujeres indígenas. Asumió la presidencia municipal a sus 50 años, después de un largo andar de lucha que le llevó a establecerse en ese pueblo casi tres décadas antes.
¿Y las mujeres cuándo?
Quinta de seis hijos, Sofía fue la primera en su familia que terminó la primaria sin salir de su comunidad. Sus padres ejercían el oficio de la jarciería (trabajaban el ixtle). Los días libres de su infancia, a finales de los años sesenta, fueron de tornear y mover la carreta para que sus padres hilaran.
El trabajo, cuenta, era parejo entre el hombre y la mujer, pero en los cargos de gobierno era distinto. El que iba a las asambleas era el hombre, quien ejercía cargos era el hombre y sólo donde había que preparar comida era donde las mujeres se reunían.
Trabajar con autoridades desde que terminó el bachillerato despertó su interés por acompañar las luchas de los pueblos y pronto se vio involucrada en organizaciones y asambleas de distintas comunidades donde encontró la misma constante: “Las mujeres de la comunidad, generalmente, estaban haciendo la comida para autoridades. Yo pensaba: ‘¿Y las mujeres cuándo estarán en este espacio, cuándo llegarán a estos espacios?’”.
Fue una joven inquieta, pero reconoce que en ese entonces casi no hablaba. “Si acaso, una vez o dos, pero me daba mucho temor. Pensaba cosas y de repente ya las había dicho otro y yo decía: ‘Ay, sí, eso mismo estaba pensando’”, cuenta entre risas. “Pensaba en los hombres que siempre había: ‘¿Cuándo llegará el tiempo en que las mujeres estemos aquí?’ Entonces me entró la idea de trabajar con las mujeres. Empezó desde ahí”.
Más tarde trabajó para la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (actualmente Sader) como encargada del almacén que atendía la cordillera de Villa Alta, distrito de la Sierra Norte de Oaxaca. Acababa de terminar la preparatoria y su trabajo era promover entre autoridades y campesinos toda clase de programas de gobierno: desde campañas de vacunación hasta entrega de fertilizantes. Esta labor implicaba reunirse con autoridades, quienes aprovechaban para conversar sobre problemáticas comunes entre sus pueblos.
Sofía se involucró con maestros y promotores indígenas para elaborar un boletín de difusión independiente. Se reunían en la ciudad de Oaxaca y ahí, entre mimeógrafos y esténciles, forjó su primera amistad con mixes de Tlahuitoltepec. Uno de ellos era Floriberto Díaz Gómez, ahora considerado el máximo exponente del pensamiento mixe y teórico del concepto de comunalidad, que el músico y pensador zapoteco Jaime Martínez Luna explica como “lo opuesto a individualidad: territorio comunal, no propiedad privada; politeísmo, no monoteísmo; intercambio, no negocio; diversidad, no igualdad; autoridades, no monarcas”.
Sofía y Floriberto se casaron años más tarde y se establecieron en Tlahui, de donde era originario Floriberto. Así, por el sistema de cargos compartidos, los primeros servicios de gobierno que dio Sofía fueron en nombramiento como pareja.
Desafiar (y respetar) la tradición
Lo cierto es que el trabajo de Sofía ya era pionero antes de conocer a su compañero en aquellas asambleas de juventud. También es verdad que el trabajo de Floriberto se vio nutrido por la influencia intelectual de Sofía, quien ha continuado en la lucha por las mujeres y los pueblos tras enviudar en 1995. No obstante, resulta innegable que la relación facilitó algunas de las rupturas que caracterizan su vida.
Sofía Robles ostenta una virtud atípica: tiene el don, muy poco habitual, de equilibrar respeto y desafío a la tradición. Protestó desde joven por la falta de espacios políticos para las mujeres de Cajonos y contradijo la voluntad de su padre para terminar el bachillerato. A los 20 años ya se la vivía, como dice, trabajando en asambleas populares. Aunque el papel de la mujer se reducía a cocinar para las autoridades, siempre hombres, ella consiguió participar activamente y al mismo tiempo llevar una relación de respeto con los ediles. Don insólito. Así son las conquistas de Sofía.
En palabras de la abogada feminista oaxaqueña Yésica Sánchez Maya, Sofía Robles ha abierto muchas puertas para las indígenas de Oaxaca sin ser una mujer que grite o azote la mesa. Describe sus pasos como suaves, firmes y contundentes. Referente entre nuevas generaciones de mujeres, Sofía es respetada por rebeldes y tradicionalistas. El motivo se hace patente al escucharla: si existe quien no puede hablar sin ofender, Sofía es todo lo contrario. Y no porque calle lo que piensa sino porque sabe bien cómo decirlo.
Es conocida entre los pueblos de la Sierra Mixe no solo por haber sido la primera presidenta municipal de Tlahuitoltepec, donde fundó la Casa de la Mujer, sino por la creación de la Asamblea de Mujeres Indígenas de Oaxaca y el Departamento de Género de Servicios del Pueblo Mixe. También por su viaje a China representando a las indígenas de México en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1995, un encuentro que marcaría su vida porque el contacto con mujeres de todo el mundo enriquecería sus estrategias de trabajo en Oaxaca.
Pero no ha sido fácil. Luchar por la equidad de género en un sistema patriarcal en el que, por definición, es mal visto aspirar a cargos supone otro nivel de complejidad. Si buscar el poder está mal, ¿cómo impulsar la presencia de mujeres en espacios de mando?
Acaso con pasos suaves, firmes y contundentes.
El nombramiento de Sofía Robles como presidenta municipal fue noticia en todo el país. Si bien se trató de un cambio histórico en términos de equidad de género para la Sierra Mixe, también fue ampliamente mal interpretado como logro personal. Para Sofía fue sólo un servicio al pueblo que le fue asignado “como a cualquiera”.
Como a cualquiera porque cambios más profundos habían sido alcanzados..
No acostumbra pensar su vida en términos de “logros personales”, pero si tuviera que buscar uno sería el haber sido pioneras —en plural— en el trabajo como mujeres en la región. “Impulsar ese trabajo, que después se fue conectando con mujeres de otros lados, pienso que puede ser un logro… pienso… pienso…”, concluye entre risas.
Territorio y comunidad
Aquel primer día de 2012 el lugar estaba lleno. La banda de alientos apareció entre aplausos interpretando la Marcha Nueva Generación, del compositor mixe Luis Gutiérrez Vásquez. Con el toque de bandera ingresó la escolta de autoridades salientes que marchó enarbolando el emblema mexicano.
Tres hombres al frente. Detrás, un hombre y una mujer.
Resonaba la lengua ayuuk en el micrófono cuando, al mismo son, ingresó una nueva escolta, esta vez con dos mujeres al frente y otra en la fila de atrás. Tres mujeres. Una de ellas, abanderada. La primera presidenta municipal de Santa María Tlahuitoltepec. Era Sofía Robles.
Mientras la banda interpretaba el Himno Nacional y el pueblo asistente entonaba las estrofas, Sofía permanecía en silencio. Frente a su escolta, en el centro de la cancha, inclinaba suavemente la bandera a un lado y al otro. El lienzo ondeaba ante su mirada.
Dice que su año de gobierno lo vivió “muy apoyada”. Recuerda su experiencia con la tranquilidad de haber cumplido a su pueblo. En su mirada se aprecia un destello peculiar, acaso la satisfacción de una vida dedicada a la construcción de otro mundo posible. Trabajo y congruencia que le ha valido respeto entre los pueblos de la región.
Yásnaya Aguilar, lingüista, escritora y activista mixe, la describe como “una gran líder orgánica que siempre está en el trabajo; siendo la presidenta municipal o envolviendo tamales para apoyar cuando a su hija le tocó cargo… Se ha involucrado en hacer cremas, trabajar con el cacao; siempre está trabajando”.
Hoy sigue impulsando cambios y generando iniciativas. En últimos años ha sido clave en acciones por la defensa del territorio, los valores comunitarios y la libre autodeterminación, en movimientos por el derecho a la salud. Se le ha visto alzar la voz para denunciar problemáticas relacionadas con el narcotráfico y daños al medio ambiente por parte de mineras extranjeras. Además, como integrante de la Red Nacional por los Derechos Sexuales y Reproductivos en México (de la que forma parte desde hace 17 años) o como presidenta de Servicios del Pueblo Mixe AC, desde su casa en la ciudad de Oaxaca o en los pueblos serranos, doña Sofía sigue trabajando en la causa central donde convergen los esfuerzos de toda su vida: los derechos de las mujeres.
Pensar en sí misma
“Ya son muchos años”, dice, “estoy llegando a una tercera edad y pienso: ¿ahora qué voy a hacer?”. Un batallar que alcanza madurez en el umbral de su sexta década de vida y plantea interrogantes sobre el futuro.
No tiene pensión, pues su trabajo en organizaciones siempre fue independiente y admite haber descuidado ese aspecto. “Casi siempre uno dice: ‘voy a hacer esto para las comunidades o para las mujeres, a ver cómo avanzamos’. Siempre pensando en el otro. A veces uno deja de pensar en uno mismo”.
No sabe lo que hará cuando llegue el momento de retirarse. “Creo que tengo que pensar más en mí. En los últimos años he estado metida en la medicina natural, cosas así. Entonces digo, bueno, a lo mejor es eso…”
Bromea con sus compañeros, a propósito de la pandemia de COVID-19, que ya está viviendo su “viejitud”; que, por su edad, el encierro y el trabajo desde casa están por convertirse en su estilo de vida.
Le apasiona leer novelas. Dice que tendrá más tiempo para la lectura.
Pero dice también que aún no sabe cuándo va a retirarse.
Aún queda mucho por hacer.