El derecho de las infancias mayas a crecer felices y en un entorno ambiental sano se encuentra comprometido por la construcción y operación del proyecto Tren Maya, afirma el activista Ángel Sulub, integrante del Congreso Nacional Indígena (CNI), una organización de comunidades originarias en resistencia.
Sulub reside en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, municipio conformado en un 70.2% por población indígena, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). El porcentaje es menor que diez años atrás, cuando era de 74.04%.
La migración de la zona maya a las ciudades turísticas como Tulum, Playa del Carmen y Cancún, en búsqueda de empleo, ha impactado no solo a la estadística sino a los núcleos familiares, las tradiciones y la identidad indígena.
Esta situación, asegura, se potencia con el Tren Maya, el proyecto de desarrollo turístico del gobierno federal con el que se pretende conectar el sureste de México por medio de 1,500 kilómetros de vías férreas.
Según Sulub, el proyecto insignia del presidente Andrés Manuel López Obrador, el Tren Maya, condena a las y los niños mayas a depender de una industria que devasta sus territorios, les explota y discrimina.
Coinciden con esa lectura Sara López González, del Consejo Regional Indígena y Popular de Xpujil (CRIPX), y Pedro Uc Be, de la Asamblea de Defensores del Territorio Maya Muuch Xiinbal.
En el caso de las comunidades mayas de Quintana Roo, apunta Sulub, las consecuencias del desarrollo turístico ya existente son notables: destrucción de selva, despojo de tierras, inseguridad.
Esta situación, sostiene, podría agravarse con el incremento en el flujo de turistas.
El activista maya asevera, también, que las cadenas hoteleras, agencias de viaje y parques temáticos han mercantilizado su cultura, vestimentas, rituales y lugares sagrados a cambio de beneficios económicos.
Los activistas temen que eso ocurra en toda la Península de Yucatán, que la presión de la vida “occidental” termine con la lengua y las formas de vida indígena.
“Con la llegada del turismo va a ser peor, la lengua materna se va a acabar. Van a querer hablar inglés y vamos a dejar el maya, el chol, el tzotzil, el tzeltal; o sea, todas esas lenguas nativas. Eso es una lucha para nosotros”, dice Sara López.
De acuerdo con las proyecciones del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), la dependencia encargada de la obra, en 2053 el Tren Maya tendrá capacidad para movilizar hasta 3 millones 300 mil pasajeros mensualmente.
La llegada de turistas y nuevos pobladores no indígenas supone un cambio en las dinámicas sociales de una comunidad, concuerdan. Por ejemplo, el abandono de empleos tradicionales como la apicultura para dedicarse a prestar servicios en hoteles y restaurantes, o la imposición de educación en una lengua distinta a la nativa.
El derecho a una vida sana
Desde que los niños y las niñas mayas nacen, su salud ya se encuentra comprometida, alega Pedro Uc Be.
Cuenta que en algunas comunidades mayas de la Península la leche materna está contaminada, al igual que el agua de los acuíferos, por los residuos de glifosato, un herbicida utilizado en las siembras industriales.
Un estudio publicado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en 2020 confirma lo dicho por Pedro Uc: hay presencia de glifosato en fluidos como la sangre, la orina y la leche materna, en infantes, adolescentes y adultos en comunidades de los estados de Campeche, Yucatán y Jalisco.
“Son los costos del progreso y el desarrollo”, ironiza.
Para Uc, también poeta, el proyecto ferroviario representa la continuidad de la imposición de un modelo de vida “neoliberal” que acaba con la salud y la tranquilidad de las comunidades. Es el futuro para las infancias.
“Nosotros siempre reclamamos que la vida tiene que ver con comer bien, tiene que ver con descansar bien y tiene que ver con conversar bien. Si una de estas cosas no está, pues nuestra vida está amenazada”, indicó.
Otra preocupación para las comunidades, dice Sara López, es la exposición de las y los niños y adolescentes mayas al alcohol y las drogas, mercados que florecen en las zonas turísticas, aun cuando se trate de poblados pequeños como Mahahual y Bacalar.
También temen la llegada del crimen organizado y la violencia.
La niñez maya frente al deterioro ambiental
El pasado 13 de marzo, el Tribunal Internacional de los Derechos de la Naturaleza realizó su octava edición en Valladolid, Yucatán. Durante la audiencia, el jurado alertó “grave peligro de destrucción a ecosistemas y comunidades mayas” con la construcción del tren.
“Es una aberración lo que están haciendo con ese proyecto”, dijo Fray Raúl Vera, integrante del jurado.
Sulub y López, por su parte, explican que el Tren Maya ha generado afectaciones ambientales que van desde la destrucción de la selva hasta el relleno de humedales.
De acuerdo con información de Fonatur, hasta el momento se han talado 3 millones 444 mil árboles a lo largo de la ruta, de los cuales 2 millones 239 mil corresponden al Tramo 5, que va de Cancún a Tulum, en Quintana Roo.
Roberto Rojo, integrante del Círculo Espeleológico del Mayab y líder del colectivo “Sélvame del Tren”, pone énfasis en las afectaciones al acuífero regional, que por su naturaleza kárstica (un tipo de suelo poroso compuesto de roca carbonatada) es extremadamente sensible.
Además de su relevancia ecológica, expone Rojo, el gran acuífero maya resguarda cientos de miles de piezas arqueológicas, dado que los cenotes eran considerados sitios sagrados donde se depositaban ofrendas o se realizaban sacrificios.
Pero no solo se trata de los impactos visibles durante la etapa de construcción, como la tala de árboles. César Enrique Pineda Ramírez, especialista en conflictos territoriales, indica que las problemáticas ambientales y sociales asociadas al megaproyecto Tren Maya deben pensarse a futuro.
El académico advierte que cambiará la “carga ecológica” que pueden resistir los ecosistemas. Explica que en puntos turísticos como Bacalar, por citar un ejemplo, ya hay una carga ecológica que está siendo rebasada, aun sin Tren Maya, debido a la urbanización descontrolada.
“El impacto ecológico que va a implicar duplicar, triplicar, sextuplicar, la afluencia de turistas es lo que debe verse. El problema de construcción que, insisto, podría tener un mecanismo de mitigación, no es el meollo; sino la transformación radical de toda la Península”, subraya.
Sara López, Pedro Uc y Ángel Sulub concuerdan en que las infancias son el eslabón más vulnerable en la población maya, pues su futuro es incierto. No conocerán las riquezas naturales de sus comunidades ni la cultura tal como se representa ahora.
Coinciden en una idea: la generación de empleos no justifica el deterioro del territorio.
Corriente Alterna solicitó conocer la postura de Fonatur ante las afirmaciones de los activistas mayas, pero la institución, a través de su oficina de Comunicación Social, optó por no emitir una opinión.
“No solo están devastando: nos están conectando con un mundo sucio, un mundo grosero, un mundo violento, un mundo que amenaza la vida. A ese mundo nos están conectando”, concluye Pedro Uc.