Leer a Ibargüengoitia para sobrevivir al México de todos los días
Jorge Ibargüengoitia, quien murió en un accidente de avión en 1983, es uno de los escritores más influyentes (Ilustración: René Zubieta).

Si viviera Jorge Ibargüengoitia, tendríamos dos veces a la semana, la literatura que se hace en periodismo “para seguir riéndonos del  hartazgo, la amnesia cíclica, la imbecilidad y el recurrente mal gusto, hasta en los calcetines, de los políticos en turno”, considera el escritor mexicano Jorge F. Hernández.

Ibargüengoitia nació en Guanajuato en 1928 y durante su trayectoria como escritor, además de publicar distintas obras literarias, fue un colaborador regular en distintos medios de la época.

En Excélsior, considerado entonces uno de los diarios más importantes del país, publicó entre 1969 y 1976 dos artículos a la semana.

Su narrativa destaca porque es considerada una de las más subversivas e irónicas, al retratar y criticar la realidad social y política del país.

“Si viviera Ibargüengoitia lo leeríamos tal cual hay que leerlo hoy, para sobrevivir  el México de todos los días”, afirma Hernández, quien participó, junto con la escritora Ana García Bergua, en el Homenaje a Jorge Ibargüengoitia que se realizó durante la Fiesta del Libro y la Rosa el pasado 20 de abril en el Centro Cultural Universitario.

Ibargüengoitia es considerado uno de los grandes autores latinoamericanos por su obra literaria y periodística, que incluye clásicos como Las muertas, Dos crímenes, La Ley de Herodes y Los relámpagos de agosto.  

“Los artículos que escribí, buenos o malos, son los únicos que puedo escribir. Si son ingeniosos es porque tengo ingenio, si son arbitrarios es porque soy arbitrario y si son humorísticos es porque así veo las cosas, que esto no es virtud ni defecto, sino peculiaridad. Ni modo, quién creyó que todo lo que dije fue en serio es un cándido y quien creyó que todo fue broma es un imbécil”.

Con esta cita al propio Ibargüengoitia, traída a la mesa por García Bergua, arrancó el homenaje al cronista, recordando el humor y sarcasmo que siempre lo acompañó.

Ana García Bergua y Jorge F. Hernández recordando el humor de Ibargüengoitia en sus primeras obras (Foto: Karla Hernández).

Desde sus inicios escribiendo obras como El atentado, Clotilde en su casa, Susana y los jóvenes publicadas en la década de los 50´s, Ibargüengoitia marcó su estilo: partir de hechos de vida cotidiana para retratar su el impacto social o político de su tiempo.

Hernández narró algunas anécdotas y experiencias cercanas por la amistad que su familia tuvo con Ibargüengoitia.

“Me llama la atención que estudió ingeniería, pues en realidad el propósito era sacar adelante un rancho que había heredado la familia, la tía Lulú, sobre todo que era la parte mayoritaria, y era prácticamente imposible sacar adelante ese pinche rancho, entonces cuando él se cambia de bando, creo que la mamá entró en luto, es decir no paraban de llorar porque había dejado un oficio productivo por irse a estudiar teatro, y aparte, con todos los dolores de cabeza que le causó estudiar con (Rodolfo) Usigli, que empezó por decirle: ‘Ibargüengoitia, usted tendrá que buscar otro nombre, un seudónimo porque el apellido Ibargüengoitia esta muy largo para ponerlo en los teatros’”.

Conforme se iban narrando las anécdotas en el homenaje, Hernández contó que su familia conoció a Ibargüengoitia. 

“Mi padre fue amigo de Jorge (Ibargüengoitia) y compañero de escuela en la primaria. Y mi abuelo materno estuvo en La Bombilla, en la comida que ofrecen los guanajuatenses a (Álvaro) Obregón, donde su frase célebre fue, ya cuando le metieron los balazos: ‘¡No más cabrito!’. Mi abuelo estuvo ahí, vio el cadáver y todo… Y entonces, a Ibargüengoitia para la obra de teatro le interesaba mucho conocer a testigos oculares de los hechos, porque hay que destacar que también es cronista, pero que de la literatura que se publica en prensa, si, no era periodista, es novelista, es cuentista, pero sobre todo es dramaturgo”.

Leer a Ibargüengoitia es entrar a su mundo, porque escribía tal cómo veía las cosas, enfatizó  Hernández, y añadio: “tenía habilidades para transcribir diálogos, que todos son muy creíbles, sus personajes son palpables, porque prácticamente los estás oyendo hablar”.

No ha existido escritor alguno que confíe en su ingenio y utilice cada experiencia y situación cotidiana para crear personajes ficticios, como Ibargüengoitia, enfatizó el también historiador.

Aunque la industria cinematográfica y teatral aspire y busque la manera de reproducir algunas de sus obras, sería imposible retratar de forma completa los elementos que las caracterizan, coincidieron Hernández y García Bergua.

Ambos pidieron mantener viva la memoria de Ibargüengoitia y convocaron a imitar la manera poco convencional de contar historias, no pensando en escribir con las palabras más exquisitas y ostentosas, sino simplemente en escribir lo que “nos toque vivir”, porque de ahí pueden surgir las mejores.

“Él analizaba lo que leía, pero con gracia, con humor y se hacía pedazos…. Porque en realidad, lo que quería era sacar lo ridículo, risible, lo absolutamente burlable, de quienes creen que siempre tienen la razón, de los que van por el mundo mirándonos por encima del hombro, incluso de la tía que se cree Wikipedia”, concluyó Jorge F. Hernández.

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