Un sismo —además de un fenómeno natural— es siempre una historia personal. Dónde estabas, qué hiciste, ¿estás bien? Becarios y reporteros de la Unidad de Investigaciones Periodísticas entregan un recorrido por la megalópolis a partir del temblor del 23 de junio. De Valle de Chalco a Ecatepec —en donde no se oyen las alertas sísmicas— al Centro Histórico y la colonia Juárez, se confeccionó esta crónica coral de un sismo que nos pilló en plena pandemia por el coronavirus.
Guadalupana, Valle de Chalco
Todas estas colonias eran antes un lago. Por eso los temblores son especialmente movidos aquí. Mi hermana corre a cerrar la llave de gas de la cocina. Pasan 10 segundos y ya está indicándome en qué lugar del patio ponerme, me abraza, repite que todo va a estar bien. Yo quiero que se calle: me asusta que se asuste y desde aquí escuchamos crujir los cimientos y chirriar la puerta. Veo los tinacos de los vecinos derramar agua y a mis perros saltar de un lado a otro, divertidos por el movimiento. A lo lejos alguien grita: “¡salgan!” Esa es nuestra alerta sísmica. El vaivén parece interminable, cada vez más intenso hasta llegar a un clímax, la calma tarda en llegar más tiempo del que quisiera. Pasarán dos horas antes de que la electricidad se restablezca y con ella el internet y los mensajes: ¿cómo estás? ¿todo bien? ¿por qué no contestas? Taquicardia, sudor en las palmas de las manos, risa nerviosa, llanto tímido. Repito para mí misma las palabras que se les dicen a quienes solicitan servicio psicológico por teléfono: respira, es normal sentirse así, eventualmente volverá la calma.
La Morita, Tultepec
Desde que comenzó el confinamiento duermo cada vez menos, así que por un momento pensé que simplemente estaba mareado. Salimos a la calle: el bamboleo de unos tenis colgados de un cable sirvieron de sismógrafo. Aquí en Tultepec las calles están desiertas: la antigua y arraigada tradición pirotécnica ha instalado otro tipo de alerta en nuestra vida cotidiana. Son las explosiones lo que nos hace salir de casa en un segundo, buscar el origen del estallido y alguna forma de ayudar. El sonido de la alerta sísmica se escucha solo por la televisión. Los tultepequenses bromean con sus vecinos respecto al sismo: un ligero mareo, un jalón, todo normal.
Tlalpizahuac, Ixtapaluca
Aquí no sonó la alerta sísmica. No hay. Supe que la tierra se movía porque el profesor de la clase en línea lo avisó. Salí con mi hija y mi familia a la calle, la prisa nos hizo olvidar el cubrebocas. Tuvimos miedo: Ixtapaluca ha sido uno de los municipios más afectados por la epidemia. Por fortuna, pocos notaron el sismo o pocos tuvieron la precaución de salir. El barrio entero se quedó sin electricidad. Algo se quiebra después de tantos días de confinamiento, tormentas que parecen bíblicas, la noticia de una masacre en Oaxaca o de feminicidios en Nuevo Léon: cada día resulta más difícil sortear la desesperanza.
Los Reyes, La Paz
En Los Reyes, La Paz, Estado de México, no hay trompetas de alertamiento. Hoy, en mi casa, tuvimos suerte de enterarnos de la alerta porque estábamos en reunión editorial a distancia. Antes de sentir el bamboleo de la tierra nos reunimos en el patio, en piyama y en ropa de gimnasia. Esperábamos. Pasó algún tiempo, no sé cuánto, y escuchamos crujir la casa, un trozo del aplanado de la pared del segundo piso rodó hasta las macetas del jardín y como siempre mi madre perdió la calma y empezó a gritar. Violamos algunas reglas del confinamiento, nos juntamos tanto como pudimos, gritamos en la cara del otro, nos tomamos de las manos para guiarnos y para sostenernos hasta que dejamos de tener miedo. Perdónanos, doctor Gatell, ya no sabemos cómo vivir.
Bosques de Ixtacala, Atizapán de Zaragoza
En la casa tenemos dos lámparas colgantes. Vivimos “en cerrito” y aunque la hora y media que hacemos a la Ciudad de México siempre nos parece una desventaja, al norte del Estado las ondas telúricas tardan en llegar y el movimiento es menos brusco. Mientras mirábamos la televisión, mi mamá dijo: “Ya, ahí viene, apenas se va a sentir” y las lámparas se movieron de un lado a otro, como si fuera un deja vú. Salimos con mi cuñada y dos bebés en brazos, sin reparar en los cubrebocas. Al salir, los postes y cables seguían moviéndose. Al regresar a casa, el WhatsApp se llenó de dos palabras que nos recuerdan lo frágiles que somos: “¿Están bien?”.
Las Golondrinas, Ecatepec
Nos encontrábamos conversando sobre los desaciertos de la presidencia de López Portillo en una clase digital. La profesora informó de la alerta sísmica. Al salir, vecinos observaban al grupo de albañiles que estaban en una construcción inacabada de tres pisos. Reían. Cuando terminó el movimiento, regresamos a nuestros hogares para seguir disfrutando la comodidad de las piyamas. El Estado de México no tiene alertas sísmicas por todas partes. En mi colonia, enterarse de los sismos depende de si estás viendo programas en vivo en ese momento . Papá nos informó que en la fábrica todo estaba bien. Lo bueno de esto es que después de varias semanas de cuarentena los perritos de mi calle y yo nos volvimos a saludar.
Aragón Inguarán, Gustavo A. Madero
Está temblando: hay que salir pronto, pero, ¡cómo que no traigo el cubrebocas!, mejor me regreso, seguro ni es nada, oh no, ya comienza a moverse el piso, no, no, este no es un sismito, ya se está moviendo más, lo bueno es que ya traigo el cubrebocas, lo malo es que ya no me da tiempo de salir, mejor me subo a la azotea, ¿qué fue ese estallido?, tal vez reventó un transformador eléctrico, desde aquí se puede ver a los vecinos, casi todos salieron pero casi nadie trae cubrebocas, pasan los minutos, qué vértigo aunque todo parece en orden, tranquilo, pero el temor sigue y hace aflorar nuestros recuerdos de septiembre 19, 2017, de este susto quedará la anécdota y esperar que los contagios de Covid-19 no se hayan incrementado. ¿Qué nos atemoriza más: un virus o un sismo?
Tlatilco, Azcapotzalco
El espectacular se agita con el aire, cuando tiembla se mueve más abruptamente. Si hay algo tan fuerte que pueda derribar semejante armatoste, esa fuerza acabaría antes con mi casa, pues mi papá la ha ido construyendo a su gusto. Creíamos que era una falsa alarma. Después sentimos el temblor y nos pusimos debajo de la columna más fuerte de la casa. Mi hermano, mi mamá, mi mascota y yo nos quedamos ahí, abrazados hasta que pasó el sismo, solo escuchábamos el ruido de las cosas moviéndose y los rezos veloces de mi mamá. Nos comimos un bolillo todos juntos. Decidimos hacer nuestro plan de acción ante un sismo. Decimos eso siempre que tiembla pero nunca lo concretamos, tal vez ahora solamente pongamos los cubrebocas más cerca de la puerta.
Santa María la Ribera, Cuauhtémoc
No ha sido el mejor año para empezar a vivir sola. La pandemia, la ansiedad, las tormentas, ahora el sismo; todo me ha tocado sola. La alerta nos dio 62 segundos para evacuar. Dejé abierto el departamento. Me di cuenta de que salí sin cubrebocas hasta que estaba parada en la banqueta. Pensé en las lecciones que no aprendí el 2017 (¿dónde está mi mochila de seguridad?, ¿traigo identificaciones?, ¿por qué no pedí el dictamen de seguridad estructural de mi edificio antes de rentar?) y en las que deberé recordar a partir del 2020 (el cubrebocas, la careta, el gel antibacterial). El sismo se detuvo y, minutos después, volvimos a entrar al edificio. Saqué un gancho autoadherible y lo pegué junto a la puerta para colgarle un cubrebocas. Apenas ayer me despertó una tormenta eléctrica, con truenos que en mi sopor sonaban a derrumbe. “Al menos no ha temblado”, pensé.
Centro Histórico, Cuauhtémoc
Vivo en un edificio catalogado con riesgo de derrumbe. Así consta en el censo de vivienda realizado por la Comisión para la Reconstrucción, aunque ninguna institución se hace responsable del dictamen: no se sabe siquiera quién lo emitió. Los caseros se limitan a cobrar la renta y a negar el peligro. Pero bastan dos segundos de alerta sísmica para que salgamos en estampida. Afuera una multitud observa el vaivén del edificio y los postes de electricidad. En medio de ancianas que lloran y tiemblan, damos gracias que nuestra casa siga en pie después de dos, tres minutos. Hemos pasado meses confinados en ella, enclaustrados para evitar un contagio. Hoy, de pronto, volvemos a mirarnos los rostros: salvo los comerciantes –quienes jamás cerraron sus negocios– todos hemos olvidado el cubrebocas.
San Andrés Totoltepec, Tlalpan
Salimos perro en brazos y pies descalzos. De las 10 casas del lote, solo cuatro familias evacuaron. Nadie llevaba cubrebocas. La vecina de al lado lloraba mientras abrazaba a su hijo. Estuvimos cinco minutos fuera y entramos para desayunar. Los cohetes de la iglesia de San Andrés Totoltepec reanudaron a las 11: mañana (hoy) será la fiesta de San Juan Bautista.
Estación del metro Balderas
Realizaba el transbordo de Balderas para dirigirme a la línea rosa cuando los policías comenzaron a gritar ¡Repliéguense a los muros! Bajo tierra no se escucha la alerta sísmica, por lo que no podíamos comprender qué estaba sucediendo. A lado mío una muchacha de unos 30 años comenzó con un ataque de ansiedad. El piso comenzó a balancearse. La señora se puso a rezar. Con el cuerpo tembloroso, marqué a mi mamá para asegurarme de que se había resguardado. El suelo seguía moviéndose y nos mantuvimos pegados a las paredes con cubrebocas puestos. Pasaron al menos cinco minutos para que el metro continuara en funcionamiento y pudiera dirigirme hacia el trabajo.
General Anaya, Benito Juárez
Tras escuchar la alerta sísmica bajé tres pisos, no sin antes tomar mi mascarilla N95. La alerta cesó y comenzó el movimiento. A mi derecha, la Alberca Olímpica movía su imponente estructura y sus ventanas parecían a punto de estallar. Aquellos que tenían perros más grandes tardaron más en salir. Otros sacaron un maletín donde seguramente traían un kit de supervivencia y documentos importantes. Las familias se agruparon procurando la sana distancia. No todos usaron cubrebocas, pero tampoco hubo interacción.
Colonia Juárez, Cuauhtémoc
¿Cuantás veces tiene uno que morirse en vida? ¿Por qué vivo muriendo del susto? ¡Cómo suena esa alerta! Ya, ya, ya voy. ¿Las llaves, dónde están las llaves? ¿Y el pocillo? ¿Me lo llevo o no me lo llevo? Estoy casi desnuda. ¡Esto era lo único que faltaba! Y apenas voy en el cuarto piso. Si me hubiera quedado en Nueva York ahorita estaría muerta de coronavirus como mis amigos. O muerta de la rabia. O de la tristeza. El edificio se está emborrachando pero tengo que guardar la calma. ¿No ve que las escaleras son angostas? Toca de a uno, sin empujarse. ¡Uy, hola! Si hubiera sabido antes que tenía este vecino… una morboseadita después de tanto encierro, nunca cae mal. A ver, por fin, por fin. ¿Por aquí? ¿sí? Bueno, ¡pero no griten! ¿No se supone que los mexicanos deberían estar acostumbrados?
(Por Diego Alvarado, Sandra Ramírez, Juan Gómez, Pablo Padilla, Karina Feliciano, Fernanda Vega, Jorge Cruz, Asunción Cabrera, Xareni Márquez, Metztli Molina y Justine Monter, becarios; Isabella Portilla, Marcela Vargas y Carlos Acuña, reporteros)