Mujeres que aman a las mujeres recuperan los archivos de sus predecesoras; construyen espacios lésbicos y exposiciones sólo de mujeres sáficas; forman espacios de ternura y sensibilidad comunitaria. En diversas iniciativas cobra fuerza el principio de “lo personal es político”, pues, como afirma la editora Mariana Pérez Ocaña, “el lesbianismo es transgresor por el simple hecho de no priorizar el amor o las relaciones con los hombres”.
Hace muchos años que Julia Nava, una educadora popular, dejó de ver películas con temática lésbica. Le molestaba que, la mayoría de las veces, retrataran tragedias. “Todas, siempre, son historias bien tristes”, dice.
Está dentro de una sala pequeña con algunos huacales llenos de libros y publicaciones, sentada junto a Ely Santini, Alejandra Rivera y Yadira del Mar. Todas ríen mientras alistan preparativos para convocar a la próxima actividad de Espacia Lavanda: una convivencia nocturna de lesbianas donde esperan compartir, con registro previo, un micrófono abierto para contar historias de terror y relatos de experiencias paranormales.
Espacia Lavanda es uno de los proyectos desarrollados en el Espacio Cultural Casasola: una casa adaptada como foro feminista, dirigido por Julia y Alejandra, en la colonia Granada, muy cerca del museo Soumaya, en la alcaldía Miguel Hidalgo de la Ciudad de México. Aquí hay clínicas de box, sesiones de stand-up, talleres de fanzines y círculos de bordado.
Ocurrió durante la pandemia. En el momento de la crisis sanitaria y el confinamiento, Alejandra y Julia, Ely y Yadira, dos matrimonios lésbicos, se dieron cuenta de que un lugar feminista no era suficiente. Necesitaban espacios lésbicos y momentos exclusivos para hablar entre mujeres que aman a otras mujeres, lejos de las dinámicas heterosexuales.
—Hay muchos espacios para las morras heterosexuales —explica Yadira—. Existe esa crítica que, de pronto, hacemos hacia los espacios feministas en donde se reproduce mucho la lesbofobia, ¿no?
Chistes ofensivos contra las lesbianas, no tomar en serio los problemas o la vida cotidiana entre mujeres, compararlas constantemente con los hombres, etcétera. Espacia Lavanda, en cambio, representa un esfuerzo por generar momentos de acompañamiento y refugio no sólo entre mujeres sino, exclusivamente, entre mujeres lesbianas.
Si las narrativas cinematográficas y populares sobre el lesbianismo suelen hacer énfasis en el dolor, el sufrimiento y la tragedia, el objetivo de Espacia Lavanda es propiciar el goce. Estos lugares son necesarios. Por ejemplo, Ely, una psicóloga social, no tenía amigas lesbianas hasta antes de llegar a Casasola.
—Necesitamos trabajar muchas heridas que todas tenemos, porque hemos aprendido de la heterosexualidad a relacionarnos. Espacia Lavanda es un sitio donde apostamos por la sanación, por hablar de eso que nos duele; pero, también, sanarlo desde el gozo.
Y la palabra es un asunto importante para Yadira, poeta indígena, y para Espacia Lavanda. No se trata solamente del placer erótico sino de fomentar una sensibilidad comunitaria: el afecto cotidiano entre lesbianas.
Para ello, Espacia Lavanda organiza lo habitual: conversatorios y charlas en donde abordan temas como los estereotipos del mundo lésbico, cuestiones de identidad y empoderamiento o problemáticas sociales, presentaciones de libros de autoras lesbianas. Pero, sobre todo, Espacia Lavanda apuesta por organizar “tlayudizas”, tardes de juegos —jenga, ajedrez, maratón, futbolito, lotería, cartas—, expediciones para bailar en los salones de baile cercanos o noches para compartir experiencias paranormales y reírse hasta que el dolor en las costillas lo permita.
—¿Y por qué le apuestan al gozo?
—Pues porque hacemos activismo —dice Alejandra, quien también es fotógrafa—, somos activistas.
—La violencia es muy grande —secunda Julia—. Nos dimos cuenta de que tampoco teníamos espacios lésbicos, lugares donde ir a divertirnos y que no todo podía hacerse desde nuestro activismo: eso agota y cansa. Yaz y yo tuvimos un contacto con la Iniciativa Mesoamericana de Defensores de Derechos Humanos. Ahí nos dejaron ver que necesitábamos hacer autocuidado y procurar espacio para ser felices; gozar, también, de nuestra vida. Y por eso le apostamos, sí, a hacer talleres y hablar de cosas dolorosas… pero, también, se viene aquí a abrazarse.
Durante toda la charla suenan canciones de Ana Gabriel en una pequeña bocina al fondo: “Cuánto daría por gritarles nuestro amor”.
—Ana Gabriel: la reina de las lesbianas —dice Alejandra y todas estallan en carcajadas.
Archivo Histórico de Lesbianas Feministas
Un grabado del Grupo G.A.M.U (Grupo Autónomo de Mujeres Universitarias) ilustra en un pedazo de papel, ya amarillo por el tiempo, a una mujer en cuclillas sostenida por hilos en sus articulaciones a modo de títere. Al lado, un recorte de periódico muestra a las mujeres del colectivo OIKABETH, la sigla de una frase en maya que significa: “Mujeres guerreras que abren caminos y esparcen flores”. Se trata de mujeres que participaban en las actividades del Sindicato de Trabajadores de la UNAM (STUNAM). La fotografía retrata una de las primeras apariciones y participaciones públicas de mujeres lesbianas organizadas en México en 1979.
—El movimiento gay invisibiliza siempre a las lesbianas. Siempre que las mujeres trabajan junto con hombres te invisibilizan o te subordinan a su discurso. ¿Tú ves el movimiento gay ahora? Completamente mercantil. Todos están en quién es más guapo, quién tiene mejor cuerpo, quién se viste mejor, quién logra escalar en la esfera social más alta.
Es la opinión de Yan María Yaoyolotl, activista feminista y lesbiana creadora del Archivo Histórico de Lesbianas Feministas: un acervo de más de cinco mil documentos, entre fotografías, recortes de periódico, fanzines, minutas de asambleas, copias de faxes, serigrafías, revistas, entre otros papeles resguardados en medio centenar de carpetas blancas que documentan la historia de los movimientos lésbicos de 1976 a la actualidad.
Sobre la mesita de centro de su sala, Yan María coloca la carpeta identificada con el año de 1979. “Un año clave”, afirma, “para los movimientos sexo-políticos, el alma del movimiento de lesbianas feministas. Es muy importante”. En ese año las organizaciones políticas conformadas por mujeres lesbianas comenzaron a hacer apariciones públicas de manera más contundente; comenzaron a ligarse con organizaciones internacionales. Es el año en el que comienza a usarse el concepto “Tercer Mundo Gay”, por ejemplo, para referirse a los esfuerzos políticos de la comunidad de la diversidad sexual por visibilizarse en África, Asia y América Latina.
Estas carpetas son el único archivo de lesbianas feministas en México, dice Yan María, quien resguarda la memoria, experiencia y trayectoria del movimiento lésbico feminista. En el archivo quedan reflejados los constantes intentos para romper la invisibilización ejercida por el régimen heterosexual o patriarcal; y, en ocasiones, reproducida también por los movimientos homosexuales masculinos.
—Los periodistas entrevistaban a los homosexuales, no a las lesbianas —lamenta—. No les parecíamos interesantes. Enchamarradas, con el pelo corto, zapato liso, no éramos interesantes.
Hoy, Yan María viste una chaqueta vino, pantalón café y botas del mismo tono. De pelo cano y corto, usa unos lentes de pasta gruesa. Además de resguardar estos documentos, ella es artista visual. En el archivo de aquel “año clave” resguarda una serigrafía de su autoría. En ella aparecen dos mujeres vestidas de faldas largas, rebozos sobre sus cabezas, ambas armadas con una escopeta. Fechada en 1979, sobre las mujeres, en primer plano se lee la siguiente leyenda:
Tú, que sabes amar a otras mujeres, que miras altiva la condición servil que es fuerza, tu presencia misma, que conoces tu sexualidad, tú, lesbiana, eres un brazo indispensable para LA REVOLUCIÓN.
LesVOZ: una editorial que no prioriza la lectura hetero
Su voz suena imponente: firme y seria, sin un sólo temblor en su timbre, casi sin dudas. Como si fuera una oradora ofreciendo un discurso ante un auditorio lleno y no una editora que, por ahora, sólo responde preguntas por teléfono.
—Las mujeres son discriminadas y rechazadas en los espacios literarios por el hecho de ser mujeres —dice—. Pero las lesbianas enfrentan un doble rechazo por no mantener cercanía y relaciones de vida con los hombres, atravesando también su sexualidad.
Mariana Pérez Ocaña tiene 55 años, es licenciada en Administración Pública y programadora analista de cómputo. También es lesbiana, activista, fundadora y directora de la Prensa Editorial LesVOZ: una organización no lucrativa dedicada a la publicación y edición de literatura lésbica desde 1994.
Insiste en que la literatura escrita por mujeres y lesbianas concibe otras miradas de conocer y reconocer el mundo: miradas no dominantes, no heterosexuales, que no siempre dialogan o interpelan a los hombres; lo cual —como ha ocurrido a lo largo de la historia— puede producir desinterés, menosprecio, rechazo e invisibilización.
Mariana repite la idea sobre la cual fundó su propia editorial, lo que muchas ya intuyen, que “el lesbianismo es transgresor por el simple hecho de no priorizar el amor o las relaciones con los hombres”.
Más aún, Mariana describe la creación de LesVOZ como una necesidad de contar con lugares comunitarios: espacios lésbicos donde gestionar alianzas, trabajo, saberes.
—No nada más es el bar o el espacio de “ligue” —dice y deja abierto un silencio, dando a entender que ser lesbiana implica muchas más cosas que la mera preferencia sexual—. Y tú tienes derecho a escribir, a sentirte bien contigo misma, a que tu familia te acepte, a que vean que eres una persona creativa, que sale adelante con su trabajo.
Buena parte de su juventud, durante los años 90, Mariana convivió y se hizo acompañar de colectivos punks y anarquistas de la capital. En algún momento comenzó a editar y publicar fanzines lésbicos: publicaciones artesanales y económicas que distribuía en donde podía; de mano en mano, generalmente. Le molestaba que las lesbianas fueran vistas como una minoría “curiosa”, que no hubiera espacios donde escucharlas como una población politizada, con necesidades, demandas y exigencias propias.
—Siempre estábamos (las lesbianas) dentro de una revista feminista en general, o como un artículo en alguna revista de hombres gay.
Fue en 1998 que logró constituirse legalmente como asociación civil: quería construir un espacio sólo para mujeres lesbianas. Actualmente LesVOZ trabaja a través de la edición y la publicación de una revista bimestral que lleva el mismo nombre. Se trata de la única revista hecha por y para lesbianas en México, asegura Mariana. Además, declarando un sitio de autonomía fuera de las prácticas institucionales que rechazan temas lésbicos e, incluso, fuera de las propias lógicas del movimiento LGTB.
A pesar de la constante falta de recursos y la literatura hetero y masculina —muchas veces violenta y estereotipada— que domina buena parte de la escena literaria, celebra que LesVOZ haya logrado mantenerse vigente.
En el proyecto editorial destacan los libros de las escritoras lesbianas que conforman el consejo editorial. Mujeres como Rosamaría Roffiel, Reyna Barrera, Victoria Enríquez y Alma Rosa González; además de novelas y cuentos como género predilecto, con tirajes breves: de no más de 500 ejemplares por edición.
De su catálogo actual destaca una reedición de Amora, novela autobiográfica de la periodista y escritora Rosamaría Roffiel. Publicada en 1989, es considerada la primera novela lesbiana y feminista escrita en México:
“Mi padre dejó su huella psíquica en mí, silente, intensa, imperdonable —escribió Roffiel—. Pero la suya fue una presencia distante. Son las imágenes de mujeres flameantes cual antorchas, las que adornan y definen las fronteras de mi jornada, las que se yerguen como diques entre mi ser y el caos. Son las imágenes de mujeres, bondadosas y crueles, las que me conducen al hogar”.
Al leer estas palabras entiendo un poco de lo que Mariana quiere decir. El silencio que ha rodeado la voz de las mujeres lesbianas en distintos momentos de la historia ha implicado, también, la pérdida de una sensibilidad. Una manera singular para dejarse afectar por las palabras y las cosas ha sido marginada.
Uno de los libros más recientes se titula Estrella de la Mar, poemario de Yadira del Mar, poeta lesbiana e indígena perteneciente al colectivo lésbico Espacia Lavanda. En su trabajo poético Yadira escribe: “Nguiu, es la enagua colorida y la guayabera re bien planchada (…) / Nguiu, es aquella que llegó en pantalón y sin maquillaje a la vela / Nguiu, es el baúl heredado de la abuela/ Nguiu, es la flor de mayo/ Nguiu, es la totopera caminado por las calles de la novena sección/ Nguiu, es el polvo de chintul/ Nguiu, es el armadillo que corrió junto al mar cuando nací (…)”.
Nguiu es un vocablo zapoteca usado para referirse a las mujeres lesbianas.
De arte y lesbianas: Lolita Pank
Entre marzo y agosto de 2023, el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México albergó la exposición Imaginaciones Radicales. Se trataba de una muestra que se jactaba de reunir 200 piezas de artistas disidentes de la norma heterosexual y binaria; esculturas, pinturas y fotografías que, en palabras de la institución, representaban una “aproximación al acervo con perspectiva de género”. Sin embargo, de esas 200 obras solo una retrataba a una pareja de lesbianas: Retrato de Estudio y Luisa (1918), de autor —o autora— desconocido.
Larisa Escobedo, artista lesbiana, puntualizó en Facebook: “Las demás obras son falos, dragas y músculos masculinos”. De las pocas mujeres artistas que fueron seleccionadas para la muestra, ninguna era lesbiana.
—Quizá la posición de ser lesbiana no me interesa tanto. Si una chica se define como lesbiana, su trabajo no tiene que ser necesariamente a lo sexual, a su identidad: ya está integrada ahí.
Quien habla es Alma Camelia, artista visual lesbiana y mexiquense. Lleva el cabello larguísimo y muy lacio. Usa unos mocasines de charol que, con sus calcetas blancas, la hacen destacar en medio de todos los colores que la rodean. Es coordinadora del proyecto Lolita Pank: un espacio cultural independiente ubicado en la colonia Santa María la Ribera.
Muchos espacios lésbicos se han asumido como lugares exclusivos para las mujeres que aman a otras mujeres; algunos, además, han asumido políticas y discursos que excluyen de sus actividades a personas trans, no binarias o bisexuales. No es el caso de Lolita Pank: un espacio que busca construir comunidad con toda la diversidad sexo-genérica, aunque priorizando a mujeres lesbianas.
El día en que visito el espacio, la galería exhibe una exposición curada por Doreen Ríos. Fuera de la pantalla, lejos del teclado es una pieza que abarca todas las salas de la galería, carteles impresos en fondos coloridos, deslavados, que exhiben mensajes: “Expresión codificada: fuerza no binaria, innovación obsesiva”, “Dispositivos que empoderan, más no sin responsabilidad. Perspectiva crítica”, etcétera.
Me recuerda lo que dice Donna Haraway –una filósofa y bióloga estadounidense autora de Cyborg Manifesto– sobre el mito de las identidades en las mujeres. “En la ciencia ficción feminista –escribió– los cuerpos son mapas de poder e identidad y los cíborgs no son una excepción. Un cuerpo cyborg no es inocente, no nació en un jardín; no busca una identidad unitaria y, por lo tanto, genera dualismos antagónicos sin fin, se toma en serio la ironía. Uno es poco y dos es solo una posibilidad”.
Lolita Pank no es sólo una galería sino un espacio donde se brinda hospedaje a artistas nacionales e internacionales, sobre todo mujeres lesbianas y disidencias sexogenéricas. Esto a través de programas educativos y residencias artísticas que, cada año, generan exposiciones, piezas y proyectos.
—Lolita Pank nació como una plataforma en línea. Justo, por la falta de espacio dentro del arte que sigue siendo muy centralizado y heterosexual —dice Alma Camelia—. Las mujeres seguimos en una brecha muy drástica, laboralmente. En cuanto a la participación de artistas mujeres lesbianas dentro del campo cultural, no hay artistas lesbianas que dirijan [los proyectos, los espacios]. Para mí era un tema latente.
La diversidad, insiste, enriquece el quehacer cultural y artístico. Sin embargo, espacios lésbicos como Lolita Pank son todavía pocos, limitados; muchas veces enfocados en contextos privilegiados. La falta de políticas públicas y proyectos artísticos que contemplen a las mujeres y a las mujeres lesbianas en lugares como Tecámac, Estado de México, de donde Camelia es originaria, hacen de este tipo de lugares una rareza.
—En la industria creativa, específicamente de las artes visuales, casi no hay artistas lesbianas —dice—. Hay una brecha, siendo mujer, para entrar al arte; y cuando eres lesbiana, esa brecha parece que se hace más grande.
Recientemente, Lolita Pank inauguró el espacio físico de su galería, junto con una tienda de productos: obra, impresiones, fotografías, stickers y ropa. Todo manufacturado por mujeres y personas de la diversidad sexogenérica. Sobre un estante blanco se exhibe, por ejemplo, una colección de dildos fosforescentes y de apariencia alienígena, de la marca Lascivah, un proyecto de mujeres lesbianas y personas no binarias.