El festival Resonancias del Caracol celebra la existencia del EZLN a 40 años de su nacimiento, en medio de un momento de violencia y asedio judicial contra las comunidades zapatistas.
Antes de hacer música, la guatemalteca Rebeca Lane se concentraba en el activismo. Tenía 15 años cuando, por primera vez, tuvo contacto directo con el zapatismo. Gracias a una alianza con estudiantes de la UNAM, visitó el Caracol III “La Garrucha” y apoyó en labores de promoción educativa durante varias semanas en 2005, el mismo año en que se emitió la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.
–A inicios de los años noventa, hubo un millón de personas desplazadas de Guatemala en Chiapas. y Para mí era interesante ver cómo el zapatismo hacía un reconocimiento importante a las experiencias de organización que llegaron de Guatemala.
En entrevista con Corriente Alterna, Lane cuenta que en aquellos años se identificaba sobre todo con el anarquismo y sus prácticas emancipatorias. Pero el zapatismo era el movimiento más inmediato, y también el más potente, que en América Latina pugnaba por la autogestión, la libertad y la dignidad de todas las personas.
–De aquellos días yo aprendí a escuchar. Los zapatistas nos decían: “Ustedes vienen a apoyarnos pero los que vienen a aprender son ustedes; aunque vengan de una universidad, ustedes no nos vienen a dar clases: vienen a escuchar”. Eso cambió mi historia de vida. Como mestiza de ciudad, aunque yo no provengo de una clase acomodada, es fácil pensar que una sabe más que los otros. Los zapatistas no permiten eso. Esa experiencia de escucha cambió mi relación hacia cómo me conozco y cómo reconozco las experiencias ajenas.
Rebeca Lane se ha distinguido, entre otras cosas, por denunciar a ritmo de hip-hop la crisis de feminicidios y violencia contra las mujeres en Guatemala. Hoy, sábado 18 de noviembre, encabeza el festival Resonancias del Caracol con el cual se celebran, en Ciudad de México, los 40 años de la fundación del EZLN, 30 de su levantamiento y 20 de la fundación de los Caracoles –los puntos de entrada a las regiones zapatistas que sirven, a su vez, como instrumentos de organización y de comunicación con la comunidad externa–.
–¿Ha influido el zapatismo en el contexto político de Guatemala?
–Cuando territorialmente hay una resistencia compartida, esa resistencia se alimenta. Toda esta región maya es una región que ha estado en resistencia en contra de la colonización europea y luego en contra de los Estados-Nación convertidos en instrumento para recolonizar. Durante los años de la guerra hubo unas comunidades que se llamaban CPR: Comunidades de Pobladores en Resistencia. Era gente que aprendió a resistir en la montaña. No sé si el zapatismo influyó en línea directa a esos movimientos guatemaltecos pero sí hubo un compartir de saberes y experiencias de organización. En Guatemala también existen organizaciones de pueblos originarios que datan de hace cientos de años y que hoy se plantean como las salvaguardas de lo que nos queda de democracia. Son los pueblos originarios, los 48 cantones de Totonicapán y las autoridades indígenas quienes hoy por hoy mantienen la resistencia en contra del golpe de Estado que se quiere perpetrar en Guatemala.
Rebeca aparece en la pantalla de Zoom mientras amamanta a su hija. Ícono feminista de Centroamérica, con canciones y versos que directamente citan las cifras de la violencia de género, resulta inevitable preguntarle cómo es que ella, desde su experiencia y trabajo artístico, conecta el feminismo con el zapatismo.
—Las mujeres dentro de las comunidades zapatistas han sostenido dos encuentros que han sido históricos. Estos encuentros no han sido convocadas desde el feminismo ni para el feminismo. La convocatoria es a “mujeres que están en la lucha”. Esa es una cosa tan importante: nosotras venimos replicando una lógica del feminismo occidental y que se replica sobre todo en las urbes más europeizadas de América Latina en donde se parte de una visión antagonista: “Nuestro enemigo es el hombre. Por tanto nuestra lucha tiene que ser llegar a ser igual que ellos”. Las lógicas comunitarias, porque no todas las mujeres que luchan se denominan a sí mismas “feministas”, cuestionan esta lógica: ¿realmente queremos ser iguales que los hombres?, ¿queremos ir a la guerra igual que ellos?, ¿queremos ser explotadas igual que ellos?, ¿queremos tener una relación de explotación con el ambiente igual que ellos? Nosotras lo que queremos es vivir bien y vivir bien sólo es posible en comunidad. No es un luchar solo por nosotras y para nosotras sino por todas las personas que conformamos la sociedad. Esas son lecciones profundamente enriquecedoras para los feminismos. Con lo cual no quiero decir que las luchas desde las mujeres no sean importantes. Estamos en una región en la que los feminicidios tienen una tasa altísima, los embarazos adolescentes tienen una tasa altísima, y existe una violencia muy específica en contra de las mujeres que necesita ser resuelta.
Resonancias del Caracol: del sureste a la ciudad
A Libertad Huerta, 25 años y estudiante de sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, le sigue pareciendo curioso lo ocurrido en 2018. En marzo de ese año las mujeres zapatistas convocaron al Primer Encuentro de Mujeres que Luchan. Más de dos mil mujeres zapatistas se congregaron en Chiapas, en el Caracol IV de Morelia, junto a otras cinco mil invitadas de todas las latitudes. Durante tres días se ofrecieron talleres y pláticas, se celebraron actividades deportivas, culturales y políticas, con el único fin de imaginar cómo construir un otro mundo posible.
–Yo estuve allí –dice Libertad–. En ese momento, ya participaba en una colectiva en la Facultad . Estábamos en este boom del feminismo y de la lucha anti-patriarcal pero el Primer Encuentro de Mujeres definió muchas cosas. Pienso que todas estas tomas feministas de las facultades estuvieron muy inspiradas por esos días. De ahí salieron muchas consignas claras y, sobre todo, la invitación a organizarnos desde nuestros propios espacios.
Su primer acercamiento con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) fue hace ya muchos años, cuando ella era niña. Su hermana mayor se había mudado a Chiapas desde donde le envió una postal con la ilustración de una niña usando un pasamontañas. Le llamó la atención eso: una niña de su edad con la cara cubierta. Atesoró la imagen en su memoria y, de a poco, fue enterándose de la relación entre el zapatismo y el feminismo; supo de la Ley Revolucionaria de Mujeres –que en 1993 incorporó a las mujeres en la organización zapatista “en el lugar y grado que su voluntad y capacidad determinen”–, supo de la comandanta Ramona y también de los municipio autónomos; la Sexta Declaración por la Lacandona, la Guerra contra el Olvido. Todo eso.
Libertad es hoy integrante de la Red Universitaria Anticapitalesta (RUA), una de las muchas organizaciones que convocan a Resonancias del Caracol. El festival tiene ese nombre, explica, porque les parece importante generar un eco en la ciudad de lo que ha pasado y de lo que ocurre hoy en las comunidades zapatistas.
–No sólo la militancia o los análisis académicos son importantes para un proyecto político –sentencia Libertad–. La música también importa. En este contexto lleno de guerras, tristezas, dolores y rabias nos parece importante recuperar las “alegres rebeldías”. Estamos muy contentas con el cartel. Que lo encabece una mujer como Rebeca Lane quien desde el rap denuncia la violencia contra las mujeres en Guatemala o México es ideal. Más cuando tenemos tantos festivales en donde la presencia de mujeres es siempre secundaria, por cuota o de relleno.
No sólo eso. Con artistas como Lengualerta, Los Cojolites, Los Cogelones, DJ Guapis, a las integrantes de la RUA les enorgullece haber logrado en Resonancias del Caracol un festival de artistas politizados por distintas causas, con mismo porcentaje de hombre y mujeres, que incluye a artistas trans o de distintas regiones de México y haberlo hecho “de manera natural, sin forzar nada”.
–En el cartel se reflejan distintos ejes de lucha: lo antipatriarcal, la defensa del territorio, la comunidad LGBTQ+.
Antes de que existieran los festivales masivos como el Corona Fest, que también se celebra este fin de semana, los conciertos organizados en los noventa en apoyo al EZLN por bandas como Santa Sabina, Maldita Vecindad y Caifanes inauguraron el formato de eventos masivos de música en México. Tocadas como “De la Raza pa’ la Raza” o “Serpiente Sobre Ruedas” sirvieron de cimiento a lo que después sería el Vive Latino.
Resonancias del Caracol es también una forma de rememorar aquellos años en que decenas de artistas se identificaron con el levantamiento de las comunidades indígenas en el sur del país. Además de las bandas ya mencionadas, el cartel incluye a las Musas Sonideras, Vicente Jáuregui, Zeiba Kuikani & la Mala Mata, Colectivo Altepee, Audry Funk y más. La entrada al festival (que se celebrará en el Deportivo Villacoapa del Sindicato Mexicano de Electricistas, ubicado en Calzada del Hueso 380), costará 200 pesos. El dinero recaudado será donado a las comunidades zapatistas.
“No les aconsejamos que vengan”
Con motivo de su 40 aniversario, el EZLN anunció cambios en su estructura y formas de organización a través de una serie de comunicados publicados durante los últimos días, subrayando el crecimiento de la violencia en la frontera sur:
“Haremos una celebración con motivo de los 30 años del inicio de la guerra contra el olvido (…) Sin embargo, es nuestro deber, al mismo tiempo que se les invita, desalentarles: las principales ciudades del suroriental estado mexicano de Chiapas están en un completo caos. Hay bloqueos, asaltos, secuestros, cobro de piso, reclutamiento forzado, balaceras (…) Entonces, pues no les aconsejamos que vengan. A menos, claro, que se organicen muy bien para hacerlo”.
–Es la continuidad de las tácticas de contrainsurgencia. Después de la masacre de Acteal quedó una muy mala imagen sobre las lógicas tradicionales de los paramilitares. Desde entonces el Estado empezó a apostar a la cooptación de organizaciones, muchas regidas por usos y costumbres, a quienes se les ha permitido que hostiguen a las comunidades zapatistas, incluso se les ha fomentado a ello. Las llamamos “organizaciones corporativistas armadas”. Es justo lo que vemos que ocurre en Ocosingo, por ejemplo.
Quien habla en entrevista con Corriente Alterna es Mario Ortega, coordinador del equipo de Incidencia Internacional del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas. En su informe Chiapas, un desastre el CDH Fray Bartolomé de Las Casas hace un recuento de la reconfiguración del territorio chiapaneco. En cinco años se han instalado 16 nuevos cuarteles y 71 campamentos militares de la Guardia Nacional, nuevas células criminales se disputan con violencia el control de la trata de personas, el narcotráfico o cualquier negocio ilícito. Todo mientras se mantiene una estrategia de asedio y fabricación de delitos contra ciertos actores políticos.
“Las personas son detenidas en cateos ilegales o de alguna otra manera ilícita. Se fabrican informes donde se asienta una detención que no corresponde con la realidad”, reza el informe que también documenta torturas y el abuso de la figura de prisión preventiva oficiosa para mantener personas inocentes encarceladas.
–Tenemos documentados más de 60 casos en Chiapas –dice Mario Ortega–. No todos son zapatistas pero sí existe un patrón contra personas defensoras y actores que tienen algún perfil político. El caso de Manuel (Gómez) es ahora uno de los más visibles, por ser el más reciente.
Manuel Gómez Vázquez es un muchacho tseltal de 23 años y parte de las bases de apoyo al EZLN en el municipio de Ocosingo. Fue acusado de homicidio hace tres años. Desde entonces y hasta hace unos días y desde hace casi tres años permaneció encarcelado sin recibir sentencia. Su historia sirve para ilustrar la crispación que se vive en la región. El 4 de diciembre de 2020, un hombre fue asesinado en El Censo, ejido del municipio de Ocosingo. Antes de morir, alcanzó a señalar a sus agresores quienes fueron detenidos por la policía comunitaria local. Durante la detención un disparo hirió a uno de los agentes, que murió dos días después. Indignados, algunos habitantes se reunieron para sacar de prisión a los asesinos y prenderles fuego.
Manuel estaba en casa de su madre durante los hechos pero, después del linchamiento, autoridades comunitarias lo detuvieron y responsabilizaron de lo ocurrido. Se le obligó a cargar los cuerpos de los hermanos calcinados y se le mantuvo incomunicado durante días, mientras se fabricaban testimonios en su contra. Sin juicio de por medio, sin un traductor que lo asistiera, sin un testigo presencial que lo incriminara, Manuel fue recluido en el Centro Estatal de Reinserción Social de Sentenciados número 16 en Ocosingo. Su audiencia fue cancelada tres veces pues ningún testigo acudía a presentar declaración o pruebas en su contra.
“Lo atacan por ser zapatista, es la verdad”, expresó en un comunicado la Junta de Buen Gobierno Zapatista “El Pensamiento Rebelde de los Pueblos Originarios”.
–En definitiva hablamos de que la Fiscalía General del Estado de Chiapas está participando en estos casos de persecución, en contubernio con la Fiscalía Indígena. Es una contradicción que una fiscalía creada para defender a una población indígena se haya convertido en un aparato represor más dedicado a criminalizar y fabricar pruebas.
El pasado martes 14 se celebró por fin la audiencia de Manuel Gómez. Como pruebas en su contra se presentó un testimonio de un tercero que afirmaba que Manuel era culpable, “de oídas, porque se lo dijo alguien, aunque él no había estado presente”. También una fotografía del policía comunitario asesinado y un peritaje que concluía que este había muerto por disparo de arma de fuego. En suma, nada concluyente. El pasado jueves se emitió una sentencia absolutoria en su favor. Se ordenó su libertad inmediata al no comprobarse ninguna responsabilidad en el asesinato.
El EZLN tiene razones para festejar, a pesar de todo.