El activismo de Lía García apuesta por el afecto. Esta joven trans –poeta y performer– se ha propuesto hablar con las infancias sobre identidad de género y enseñarles que no hay nada más radical que atreverse a amar en medio de la violencia.
Hay un recuerdo fijo: tiene cuatro años y está dentro de una alberquita. Lleva en la mano un muñeco Ken, que le trajeron los Reyes Magos. Otros niños y niñas observan su cuerpo con extrañeza. Ella no entiende por qué y se sumerge en el agua e imagina que ella y su muñeco son dos sirenas que nadan en el mar.
Lía García tiene hoy 31 años. Chilanga, licenciada en Pedagogía y Artes Visuales, es una mujer trans afromexicana, activista y performancera. Todavía le gusta decir que es una sirena, que ayuda a las niñas y a los niños, a les niñes, a entender lo que sucede con sus cuerpos y su identidad. Es como una especie de superpoder: la ternura radical.
Amar a las cucarachas
Lía García vive en la colonia Santa María La Ribera, viejo barrio de la Ciudad de México. Allí cría 25 cucarachas gigantes de Madagascar, un insecto que llega a medir siete centímetros. Son un regalo de su pareja, Canuto Roldán, también activista, poeta y performer.
“Quiero hablar de Lía honrándola abiertamente con una confesión –dice Canu–: al inicio su amor me parecía escandaloso. Por su manera de hackear lo cursi, la ternura, la ilusión: a quienes disentimos del amor y la sexualidad normativos, estas expresiones nos han sido negadas”.
Canu colabora en el proyecto “Librobús en tu escuela” del Fondo de Cultura Económica. También participa en la coordinación de talleres juveniles en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Lía y Canuto han reunido un acervo de literatura infantil con alrededor de 200 títulos que abordan el racismo, el abuso infantil y la diversidad sexual. Por ejemplo: “La niña que no veían”, del uruguayo Gastón Rosa, el primer cuento latinoamericano con una niña trans como protagonista.
Lía también escribe. Sus cuentos –“La sirena bigobarbita”, “El niñe desayuno”– son metáforas de su vida: “Necesitaba sanar lo que me habían callado en la infancia, lo sueños que tuve; todas esas ganas de expresar las situaciones violentas que viví, las sano escribiendo cuentos para niños”, dice.
Un insecto que daba mucho miedo a los humanos. Un insecto que aparecía por las noches en las cocinas. Un insecto que aparecía debajo de las coladeras de la gran ciudad. Un insecto que sólo podía ser amado por aquella sirena.
“La cucaracha y el chino”, otro de sus relatos. Lo suyo, insiste, es una escritura trans. Su vida como mujer trans afrodescendiente impregna sus cuentos, sus poemas, su performance. Decirlo abiertamente significa visibilizar las violencias que atraviesa: la transfobia, el racismo, la exotización de su cuerpo.
“Las cucarachas están. Existen en el mundo. Son parte de nosotras, pero ¿quién podría amar lo que socialmente te han dicho que no es amable?”, comenta en entrevista telefónica con Corriente Alterna. Luego de una pausa, revira: “¿Quién puede amar a las mujeres trans?”
Las consecuencias de la ternura
La palabra radical viene del latín radicalis, que significa “lo perteneciente a la raíz, lo esencial”. Lía García entiende la ternura como una raíz desde la que cual puede florecer el afecto. La lucha contra la violencia que vive la comunidad LGBT+ sólo puede librarse desde allí, desde los abrazos, el cariño y el afecto.
“La ternura radical es decirle al mundo que yo también puedo ser amada, puedo ser querida, reconocida; y también amo aun con todas las heridas, con todo el dolor”.
En México, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el 80% de las personas trans asesinadas tenían menos de 35 años. En el sexenio pasado (2013-2018), 261 mujeres trans fueron asesinadas, registra la organización Letra S en un informe reciente. México es el segundo país de América Latina con mayor tasa de transfeminicidios; le antecede Brasil, de acuerdo con Transgender Europe, una organización pro derechos trans fundada en 2005.
La transfobia no sólo limita los años de vida de la comunidad trans; también acota su calidad de vida y el acceso a derechos educativos, laborales y de salud. En “La situación de acceso a derechos de las personas trans en México”, un estudio coordinado por la organización Almas Cautivas, la realidad se traduce en cifras: apenas 25% de los hombres trans y sólo 5% de las mujeres trans concluye la preparatoria. En tanto, la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans, consigna que en los países de América Latina el porcentaje de población trans que es expulsada de su hogar antes de los 17 años oscila entre un porcentaje entre 44% y 70% . Y, finalmente, sólo 15% de las personas trans no han sido discriminados en su trabajo por su identidad de género, según el Diagnóstico Nacional sobre la Discriminación hacia personas LGBTI en México.
Lía García suele repetir estas cifras casi de memoria. Dice, y cita a Rita Segato, que nuestras crianzas se basan –casi siempre– en una “pedagogía de la crueldad”. La lógica del poder exige que se discipline cuerpos e identidades disidentes. De ahí el rechazo a personas como ellas. Apostar por la ternura, por lo cursi, es una forma de visibilizar que hay otras formas de vida desde la identidad trans, que ser asesinada no es el único destino.
“Ningún cambio en las leyes y políticas públicas garantiza el fin de las violencias que vivimos cotidianamente –dice ella–. Por eso es importante llevar la lucha y la ternura justo a los espacios donde nos violentan. Si el odio tiene consecuencias, ¿por qué la ternura no?”.
Nombrar sus afectos con fuerza –su relación con Canuto, por ejemplo– ayuda a romper los paradigmas del sistema transfeminicida. “Amarme es saber que vas a combatir la violencia conmigo”.
Une niñe desayune
Esta es la historia de alguien que no era niña ni era niño, que despierta una mañana transformada en una sirena diminuta, nadando en el plato de cereal de su padre, quien se la come de un bocado. La sirena nada de un órgano a otro hasta llegar al corazón. Se queda a vivir allí para purificar cada latido y depurar el odio, los insultos, el rechazo del padre hacia su hija, la sirena trans.
Más de una vez, Lía ha contado “El niñe desayuno” caracterizada como una sirena, con una cola multicolor, mientras con su voz, profunda y grave, explica por qué la discriminación es un problema.
Desde hace 11 años, Lía emplea la poesía, la narrativa y el performance para defender y visibilizar a las personas trans. Pero sus actos no siempre resultan cómodos. La sirena cuenta-cuentos fue vista por última vez el 21 de noviembre de 2019 en la Feria Internacional del Libro Juvenil e Infantil que se celebró en el Centro Nacional de las Artes, en la Ciudad de México. Allí, narrando “El niñe desayuno” dentro de una pequeña piscina inflable, sostenía una bandera con un mensaje escrito entre franjas azules y rosas: “No + muertes trans”.
Al final del relato Lía invita a su público a entrar con ella en la alberca y tocar sus brazos y su cola: comprobar que ella no es una figura mítica sino una mujer de carne y hueso. A algunos les pregunta si puede besarlos en lo frente y lo hace con ternura. Algunas madres y padres reaccionan de inmediato: no les parece “sano” que exista un contacto físico entre sus hijes y la sirena. Pero los infantes se rebelan: “Queremos estar aquí, déjenos jugar”.
En opinión de la socióloga Josefina Alcázar, especialista en performance, “los niños actúan de manera natural y sin prejuicios; el problema son los padres; en estos casos se suele pedir su autorización para evitar conflictos”.
Daniela Correa, abogada especializada en derechos sexuales y reproductivos, comenta que “este tipo de performance, donde la población trans habla sobre sus vivencias y experiencias, hace que la niñez y adolescencia trans se sepa acompañada; esto libera angustia y presión.
”Hay quien opina que la información a la que acceden tus hijes debe ser controlada por la mamá, por el papá, por el tutor legal. A mí me parece que esto es miedo a lo diverso. La niñez tiene derecho a que se respete su integridad corporal, pero las propuestas afectivas (siempre y cuando le niñe esté de acuerdo) son muy valiosas”.
Lía se ha adelantado a este debate y llama a este tipo de performance “encuentros afectivos”. Con ello busca cuestionar las formas en que se intenta normar los cuerpos, los afectos, las disidencias de género, las infinitas maneras de definirse o entenderse.
—¿Cual es el problema? ¿Por qué el afecto se ha sexualizado? Hay que hablar del afecto y del contacto desexualizante: el afecto no es sinónimo de sexualidad ni de violación. Hay otros afectos que son posibles y las infancias deben tener acceso a ello. No todo gira en torno a un afecto erótico patriarcal. El tacto, el con-tacto, puede también usarse en un sentido transformador.
Lía García: pedazos de varias vidas
Lía colecciona trastes rotos. Sentada frente a una mesita, ataviada con un vestido rosa de princesa, Lía deja caer frente a la cámara platos y tazas de juguete. “¿Cuánto tiempo de espera para venir a esta mesa de las rupturas? –dice–. A esta mesa que una y otra vez recuerda a las nuestras: las rotas. ¿Quien no se ha sentido como un traste roto siendo mujer en este país?”.
Este es el primer primer performance virtual en el que participa. Fue presentado en la tercera edición del Micro Festival de Performance Online, el 3 de mayo, vía Facebook. El confinamiento ha puesto límites a su actividad artística. “Hay un reto muy grande”, señala en entrevista. “Ahora lo que me queda es mi voz, porque mi piel está en pausa. Cuando yo hablo de mi piel estoy hablando de una piel colectiva”. Pero, ahora, con su cuerpo y su piel en aislamiento, se pregunta: “¿Cómo puedo yo conmover y enternecer a las personas?”.
Lía extrae de un pañuelo blanco platos de vidrio hechos trizas, tazas agrietadas, pedazos de lo que antes fue una copa de vino. Los abraza mientras habla: “Invitar a la memoria es volverse a romper, una y otra vez, para recoger todos los fragmentos y tejer una historia. Volverse a romper es, simplemente, mirarse en miles de facetas”.
Lía misma ha optado por construir su propia identidad a través de los retazos de sus múltiples facetas: la mujer trans, la activista, la poeta, la escritora de cuentos infantiles. O en los diferentes papeles que encarna durante su faceta de performancera.
Cuando se pone su vestido blanco y da vida a La Novia, por ejemplo. Con un velo que le cubre la cara y un ramo de flores en mano, la prometida se prepara para demoler la idea de matrimonio y la forma en que se han construido las relaciones amorosas.
O cuando encarna a La Sirena, inspirada en el personaje de la película, más de una vez se ha preguntado por qué Úrsula, la bruja del mar, le quita la voz a la sirena Ariel, quien deseaba convertirse en humano. La respuesta es terrible: “En el mundo de los humanos las mujeres no necesitan voz”.
“Cuando me visto de sirena me hago justicia –explica–. Le digo al mundo: sí, puedo ser una sirena y esta es mi voz”.
(Con información de Sujaila Miranda)