El día que Cuarzo Negro debutó en la lucha libre mexicana no le quitaba el sueño convertirse en leyenda, como sus ídolos Mano Negra y el Perro Aguayo. A sus escasos 11 años de edad, la máxima preocupación de Christian Ramos era salir a tiempo de la escuela primaria Rafael Molina Betancourt, en la entonces delegación Gustavo A. Madero, para que su mamá lo llevara a la Arena Tepito, en la colonia Morelos. Era un luchador diferente: apenas era un niño.
Ahora, con más de 12 años de experiencia en el ring, Cuarzo Negro, de un metro con noventa centímetros y 95 kilogramos de peso, aspira a convertirse en un referente dentro de la cultura popular de la Ciudad de México.
Pero dedicarse a un deporte de manera profesional, como ocurre con el boxeo, la natación o cualquier otra disciplina, implica tiempo, dedicación y constancia. Y Cuarzo Negro lleva la doble vida de trabajador y estudiante. De cualquier manera, a sus 21 años todavía anhela tener la oportunidad de sobresalir en este deporte-espectáculo que, desde hace años, sobrevive en condiciones precarias y profundizó su crisis con la pandemia de covid-19.
Del oficio familiar (relojería) al cuadrilátero
“Desde que tengo memoria, siendo muy pequeño, me llevaban a las luchas. Mi hermana, que en paz descanse, era muy fanática y su sueño siempre fue entrenar como una profesional”, cuenta el luchador a Corriente Alterna.
Para él, dice, la familia es lo más importante en su carrera como luchador. Desde niño incursionó en la lucha libre, como también lo hizo en el antiguo oficio de la relojería. Su nombre de luchador surgió de ahí. “Fíjate que es una historia un poco curiosa. Nostálgica, más bien. Todos en mi familia son relojeros. Mi papá y mi abuelo reparaban relojes en Tepito. A mi abuelo lo conocían como Black Quartz porque muchos relojes usan maquinaria de cuarzo y él era el mejor para arreglarlos”.
Así que, cuando buscaba un apodo para luchar, su papá le dijo: “Ponte Black Quartz. ¡Suena cool!” Aunque Christian Ramos estaba contento con el mote, los presentadores no sabían pronunciarlo bien. “Por eso lo cambiamos a Cuarzo Negro”, cuenta mientras se coloca su máscara negra, con detalles en blanco alrededor de los ojos y el contorno iridiscente de un cuarzo a la altura de la frente.
La máscara también es una idea original. Explica que los luchadores amateurs tienen que aprender a coser para elaborar su vestimenta. Su vestuario es el resultado de la combinación de prendas viejas y usadas, una muestra de que la creatividad es necesaria dentro y fuera del cuadrilátero.
Pero no se trata únicamente de tener imaginación. Una de las necesidades más apremiantes para los deportistas en México es costear su entrenamiento.
Para cubrir sus gastos personales y deportivos, desde muy joven trabajó como comerciante con sus padres vendiendo o reparando relojes en los tianguis. A sus 14 años repartió publicidad de la tienda Coppel y, tiempo después, laboró en una empresa archivando documentos. En la actualidad trabaja como armador de cuadriláteros de lucha libre. Su “trabajo de ensueño”, define él, “pues me pagan por armar los ring y puedo ver las luchas gratis”.
Un día de trabajo para Cuarzo Negro comienza a las 6:30 am. Aunque suelen ser diferentes, por lo regular inician con el armado del puesto para vender en el tianguis: relojes, lentes, pilas y uno que otro cachivache. A las 9:30 llega la hora del desayuno. El desayuno siempre resulta difícil, pues lo que se puede comer en un tianguis arriesga mucho el físico. Tortas, tamales, café y pan de dulce son los principales insumos de los que dispone la fuerza laboral en Ciudad de México. Después del desayuno viene el tiempo de la venta. La jornada laboral cubre de diez de la mañana a cinco de la tarde. Al acabar el trabajo, Cuarzo busca algún tiempo libre para ir a entrenar o verse con sus amigos.
“Lo que más me gusta es convivir con la gente. Poder convivir con la banda y los compañeros de trabajo”, ése sería “un día con el Cuarzo Negro”, comenta Christian con una risa asomando entre los labios.
El tianguis en el que trabaja Cuarzo Negro se ubica en la calle Darío Fernández, colonia Palmatitla, en Cuatepec, Ciudad de México. Aunque, en ocasiones, tiene que acudir a otro tianguis ubicado en avenida de la Nación, colonia La Laguna, en Ticoman. La inestabilidad laboral es otra característica de muchos jóvenes luchadores capitalinos que, como él, con tal de no abandonar su pasión por la lucha libre, ejercen trabajos informales o mal pagados.
La afición, alma del deporte-espectáculo
El 21 de julio de 2018, el gobierno de la Ciudad de México y su Secretaría de Cultura declararon a la lucha libre mexicana patrimonio cultural intangible de la capital del país. Con el anuncio también se reconocía a este deporte híbrido “como una gran expresión cultural que involucra a luchadores, historiadores, cronistas, réferis y a las familias que acompañan día a día a quienes construyen este gran espectáculo cultural”.
Las primeras funciones de lucha libre en México —según la plataforma digital Mexicana Cultura— sucedieron a mediados de 1800. Fue en 1863 cuando se reconoció a Enrique Ugartechea como el primer luchador mexicano y se crearon las primeras reglas de este deporte. En 1922, un exteniente de la Revolución mexicana, Salvador Lutteroth, fundó la primera empresa mexicana de lucha libre, conocida en la actualidad como el Consejo Mundial de Lucha Libre.
A partir de este momento se desarrolló el estilo que tanto caracteriza a la lucha libre mexicana. Dentro y fuera del ring se establecieron saltos y llaves como la huracarrana, hecha famosa por el Huracán Ramírez, que consiste en sentarse sobre el pecho del rival y abrazar sus piernas y manos en alto. Y, ya en los años cincuenta, surgieron las primeras estrellas de este deporte: El Santo, Blue Demon o El Rayo de Jalisco.
Alrededor de ellos también se formó el público, aquel que vive a flor de piel los triunfos y derrotas de sus ídolos de toda la vida y que no pierde la esperanza de que, algún día, este deporte recupere la gloria de que gozó hace siete décadas. La gran fiesta que adoraban tanto los capitalinos.
Más que un deporte o un espectáculo, para Cuarzo Negro la lucha libre mexicana es folclor. Una celebración. Su fuerza y vitalidad provienen de la afición: el público decide qué vale y qué no en el ring. Así que, para Cuarzo Negro, todos los luchadores inician como aficionados y así deberían terminar.
“Me gusta mucho convivir con las personas y creo que cuando eres un luchador el reconocimiento mayor te lo da el público. Se siente muy padre que se acerquen a ti y te digan: ‘¿Me regalas una foto?’”.
Es tal su satisfacción que, si no fuera por la presión económica, entregaría su vida de lleno a las luchas: “Lo seguiría haciendo una y otra vez si no tuviera que preocuparme por estudiar o trabajar de otra cosa”.
Pero el regreso a las arenas y cuadriláteros ha resultado lento y poco organizado; sobre todo en las arenas de barrio. Las medidas sanitarias, en ocasiones, son descuidadas y los asistentes, envueltos en las pasiones propias del espectáculo, toman poco cuidado del uso de cubrebocas y la “sana distancia”. Los luchadores, profesionales y amateurs, corren los mismos riesgos de contagio. La lista de bajas es larga: Aníbal Jr., Ice Killer, Ovett, Ángel o Demonio, Matemático II, son algunos de los luchadores que murieron durante la pandemia. Muchos de ellos por covid-19.
“Luchadores moleros”
Los sueños de Cuarzo Negro son contradictorios. Define la lucha libre como su pasión, a la vez que la asume como un simple pasatiempo; algo de lo que nunca dependería como medio de subsistencia.
Pilar Velasco Sinaca, madre de Cuarzo Negro, parece coincidir. Considera que la lucha libre es un deporte sin mucho futuro. Sin embargo, es más fuerte el amor por la lucha libre en su familia, pues deriva de un hecho doloroso.
“Christian comenzó a interesarse en la lucha libre por culpa de su hermanita, Jazzmin. Ella soñaba con ser luchadora profesional y luchar en la Arena México, pero falleció inesperadamente cuando tenía apenas 13 años. Christian se quedó con ese gusto por la lucha libre. A mí no me gusta, pero qué le vamos a hacer. Nosotros sólo podemos apoyarlo”, cuenta Pilar desde la sala de su casa. En la estancia principal encontramos varios retratos de su hija Jazzmin.
Y es que, para los luchadores amateurs, las pocas opciones que hay son los eventos en pequeñas arenas o en la calle. “Puede pasar un mes y nada. Ahora, con la pandemia, menos. A veces voy a luchar por 200 pesos”, dice Cuarzo Negro. Otras veces no hay paga en efectivo. “Lo único que recibimos es un plato de mole con arroz. Por eso, en el ambiente luchístico, nos conocen como los ‘luchadores moleros’, porque no cobramos nada, pero mínimo nos invitan un plato de comida para sobrevivir el día”.
El pasado domingo 27 de febrero, Cuarzo Negro fue citado para luchar en un bazar cerca del Parque Tezozomoc. La faena comenzó a las 12:00: cargar el camión con todos los elementos necesarios para el armado del ring. El traslado, más de 35 minutos, fue de la Lagunilla hasta el salón de fiestas Chikukis en la avenida Tezozomoc.
Al llegar al lugar, la función fue cancelada por incumplimiento de pago por parte del organizador, un hombre con un traje formal estilo italiano, cuya vestimenta contrastaba con la de los encargados de montar el ring. El organizador quería pagar sólo la mitad del precio por el servicio. Además, decía que las cosas estaban tan mal por la pandemia, que no podía correr con los honorarios de los luchadores. Que debían luchar sin paga el día de hoy. “Ya habrá tiempo de compensarlos en el futuro”, dijo, intentando convencer a don Rubén León, mejor conocido en el ámbito luchístico como Pequeño Guerrero, responsable del alquiler del servicio.
Además de la falta de eventos y los pagos mínimos, el riesgo físico es alto: si un luchador se lastima debe cubrir sus gastos, pues no cuenta con seguro médico.
Y eso no es todo. Para convertirse en profesional debe aprobar un examen físico y psicológico ante la Comisión de Lucha Libre Profesional de la Ciudad de México. La prueba consta de cinco partes: acondicionamiento físico, entradas y salidas del ring, lucha olímpica, lucha grecorromana y lucha libre mexicana. De cien luchadores que Cuarzo Negro veía que presentaban las pruebas, apenas pasaban cinco.
La licencia permite ejercer como luchador dentro y fuera de México. Sin ella, los luchadores mexicanos no podrían aspirar a presentarse en grandes arenas. “Es mucha exigencia para volverte un profesional. Le debes dedicar todo el tiempo”, lamenta Cuarzo Negro.
Por eso, al conocer la situación del pancracio en México, no apuesta todo por la lona. Su plan es convertirse en periodista deportivo para no alejarse del cuadrilátero.
“Ahorita voy a presentar mi examen para la UNAM. Quiero estudiar Comunicación y Periodismo en la FES Aragón. Además, me interesa la producción audiovisual. Me gustaría mucho desarrollarme en la crónica deportiva para mantenerse vinculado con el deporte”.
Recientemente, Christian concluyó el bachillerato en el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos Número 10 “Carlos Vallejo Márquez”, del Instituto Politécnico Nacional. Para él y para sus padres este evento representa el primer paso hacia un futuro mejor.
Más allá del ring, la vida es lucha
Pero no todos los sueños corren hacia el futuro. Orgulloso, Cuarzo Negro comenta que ya cumplió uno de sus sueños: conocer a su ídolo de la infancia, el luchador Mano Negra.
Cuando él tenía entre 10 y 11 años veía sus luchas por YouTube. Un día lo invitaron a un torneo en la Arena Tepito, dónde Mano Negra representaría a su escuela de lucha. “Llegamos al lugar y nos metimos a los vestidores. Llegó un señor y nos saludó a todos. Yo saludé como si nada. De repente lo veo cambiarse ahí, junto a nosotros, y fue como: ¡ah! Era Mano Negra. Fue algo muy emocionante.”
Este encuentro representó un impulso fundamental en su carrera. Significó, para él, que la lucha libre está más allá del ring: en la afición.
Cuando Cuarzo Negro no está luchando o trabajando suele tomar talleres en la FARO (Fábricas de Artes y Oficios) Indios Verdes. Los FARO son espacios de aprendizaje de diversas disciplinas artísticas y culturales con más de 20 años de existencia en la Ciudad de México.
Ahí, Christian se expresa como un joven que aspira a una vida más allá de la que se rige por el capitalismo, que cree en la posibilidad de otras satisfacciones.
Y en Cuarzo Negro, como su alter ego, ha configurado al perseguidor de su pasión: el luchador desde el cuadrilátero que se convierte en algo más que en un simple soñador.