La Ciudad de México está al borde del colapso sanitario por COVID-19. Miles de personas peregrinan en laboratorios, farmacias y hospitales para conseguir medicamentos, tanques de oxígeno o camas de terapia intensiva. Aun con el decreto de semáforo rojo en el Valle de México, el pasado 19 de diciembre de 2021, los contagios se han duplicado y, por primera vez, durante cinco jornadas seguidas se registraron más de mil muertos diarios a nivel nacional. Corriente Alterna revisó estadísticas, recabó testimonios, acudió a hospitales y recorrió el Centro Histórico, en donde los comercios se niegan a cerrar. Esta es la crónica de la desesperación y la angustia en medio del que podría convertirse en el mes más crítico de la pandemia del nuevo coronavirus.
Son las 11 de la noche del 7 de enero. Dos paramédicos estacionan su ambulancia en la zona de triage del Hospital General, en la colonia Doctores. Se bajan, estiran las piernas. Preguntan.
“No hay camas disponibles”, les responden.
En la ambulancia espera un paciente recostado en una camilla y con una máscara de oxígeno. Los paramédicos, vestidos de overol naranja, están acostumbrados a esperar una hora, dos horas. Se desocupa una cama —porque alguien se cura o fallece— y pueden dejar al paciente. A menos de que les digan, como aquí, que no tiene caso la espera.
Una mujer acompaña al enfermo. Asoma la cabeza, escucha el rechazo, mira a su familiar. Uno de los paramédicos regresa a su asiento, recarga las manos en el volante, ve el celular. El otro sube a la cabina de la ambulancia y cierra la puerta. Se dirigen con el paciente en busca de otro hospital.
Desde noviembre, cuando los contagios de COVID-19 repuntaron en el Valle de México, los enfermos batallan para conseguir una cama libre en hospitales públicos y privados, encontrar tanques de oxígeno disponibles o a precio razonable y comprar medicamentos. Sus historias ilustran que la capital está al borde del colapso sanitario por COVID-19, pese a que el gobierno federal anunció que aumentaría el número de camas en diversos hospitales.
En busca de un hospital
Saraí Peralta descansaba en su auto afuera del Hospital de Infectología La Raza del IMSS el 5 de enero, mientras esperaba noticias de dos familiares, su cuñado y suegro, vecinos de la alcaldía de Iztapalapa.
José Antonio y Rodrigo, padre e hijo, confirmaron el diagnóstico de COVID-19 el 27 y 23 de diciembre, respectivamente. Tenían seguro de gastos médicos mayores, pero los rechazaron de siete hospitales privados porque no había camas.
Desesperados, buscaron seguir el tratamiento en casa. Fueron a 15 establecimientos especializados en tanques de oxígeno, pero no encontraron. Compraron un concentrador de oxígeno de cinco litros en 30 mil pesos. Toda la familia se cooperó para adquirirlo.
Después, debido a que la fiebre no cedía, buscaron de nuevo camas en unidades médicas, esta vez públicas. Los rechazaron en tres hospitales. Al fin, a principios de enero, los admitieron en el Hospital de Infectología de La Raza.
“Fue mucha angustia. Todo está muy caro y no hay lugar en ningún lado”, contó la joven de 29 años.
Ni en los privados hay camas
Corriente Alterna revisó la disponibilidad de camas para enfermos de COVID-19 en diez hospitales privados de la Ciudad de México y todos reportaron saturación; es decir, que al momento de la consulta, el 7 de enero, no contaban con ninguna cama libre para pacientes graves.
Los costos de hospitalización por coronavirus se disparan en clínicas privadas. La mayoría exige un depósito inicial de 70 mil a 500 mil pesos para asignar una cama general. A esta cifra se suman los costos que se generan si el paciente es atendido, primero, en el área de Urgencias y trasladado, después, a terapia intermedia. Si requiere cuidados en terapia intensiva, el monto puede llegar hasta un millón de pesos.
Desde luego, uno de los requisitos es contar con tarjeta de crédito para “dar garantía de pago”, aunque se cuente con seguro de gastos médicos. Algunos de estos diez hospitales no aceptan pacientes de otras clínicas y pueden cobrar 8 mil 500 pesos por un traslado en ambulancia del norte de la ciudad a Tlalpan.
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La Raza: saturación y contagios
“Ya no hay camas para que podamos recibir a más pacientes. Me siento muy agotada, estresada y triste. El medicamento no alcanza. Cuando nos llegan a faltar los insumos, tenemos que avisar al jefe de piso para que cheque en otras áreas del hospital si lo tienen; si no lo conseguimos, el paciente se queda sin medicamento”, dice Abril Jiménez, una enfermera de 23 años.
Ella comenzó a trabajar en la Unidad Médica Temporal Autódromo Hermanos Rodríguez, acondicionada por el IMSS desde el 13 de mayo en este complejo deportivo para atender pacientes con COVID-19. Ahí cubre el turno de las siete de la mañana a las tres de la tarde. A fin de año le cambiaron adscripción y turno: la mandaron al Hospital General de La Raza, a la jornada de las ocho de la noche a las ocho y media de la mañana. Lo que vive a diario describe una ciudad a punto del colapso sanitario por la pandemia de COVID-19.
“Todos mis compañeros y yo ya nos contagiamos de COVID-19. No solo nosotros estamos en riesgo, también nuestras familias. Usar el equipo de protección 12 horas es agotador, te deshidratas cañón y, solo pensar que puedes contagiar a familiares, da miedo y tristeza.
“Los pacientes no dejan de llegar. Las 25 camas que tenemos por piso están llenas. La mayoría son personas de la tercera edad, aunque en el último mes he visto gente joven internada en situación grave. Ser jóvenes no nos vuelve inmunes, de eso me di cuenta cuando me tocó atender a un chavo de 18 años”, expresa.
Tres horas de oxígeno
Para que Michel Arizmendi respire sin dificultades durante tres horas, sus familiares tienen que hacer una fila de seis. Michel es policía y cuida las instalaciones del Metro de la Ciudad de México. Tiene 32 años. El 3 de enero dio positivo a COVID-19. En la clínica número 6 del IMSS, de La Merced Balbuena, le aplicaron el test diagnóstico y lo enviaron a su casa. Un día después desarrolló problemas para respirar.
Su familia quiso comprar un tanque de oxígeno. Recorrió siete establecimientos de venta de oxígeno medicinal y llamó por teléfono a otras cuatro tiendas. Sólo en una encontraron tanques en venta, pero no les alcanzaba: el más barato costaba siete mil pesos.
Un conocido de la familia les prestó un cilindro de 682 litros. Dos días después, el señor Anastasio Arizmendi, padre de Michel, y su hermana Alicia, buscaron un establecimiento para rellenarlo. Encontraron una sucursal de la empresa Infra, especializada en venta de oxígeno medicinal, en avenida Cuitláhuac. Ahí les rellenaban el tanque por 200 pesos. Llegaron a las 11 de la mañana, se formaron y les entregaron el cilindro lleno a las cinco de la tarde. Esa rutina la repetirán hasta que Michel mejore.
—¿Cuánto tiempo puede usar tu hermano ese tanque de oxígeno? —se le pregunta a Alicia.
—Solo le dura tres horas. Pero todo vale la pena para que mi hermano respire.
“Es el infierno”
El señor Rogelio Gasca trabajaba como guardia de seguridad en unos condominios de Polanco. No dejó de laborar por la emergencia sanitaria y la primera semana de diciembre enfermó de coronavirus. Entonces sí pudo irse a casa. Pasó siete días estable, pero el 15 de diciembre “se desató el infierno”, recuerda José Carlos Velasco, amigo de la familia.
Gasca respiraba con dificultad y se ahogaba en una tos seca. Su hijo Iván llamó al 911 y describió los síntomas de su padre. Le dijeron que una ambulancia iría a recogerlo para trasladarlo al Hospital La Raza, del IMSS. La aplicación sobre ocupación hospitalaria del gobierno capitalino mostraba que había camas disponibles ahí.
Dos horas y media se convirtieron en una eternidad. La ambulancia no llegó y el señor Gasca empeoraba. “Es bien angustiante estar en el teléfono y escuchar la desesperación de que no podía respirar, cómo tosía y se ahogaba”, cuenta José Carlos.
Los amigos de Gasca cooperaron y rentaron una ambulancia privada. Alrededor de las diez de la noche, el señor de 50 años fue trasladado de Múzquiz, Ecatepec, en el Estado de México, al Hospital La Raza, en Azcapotzalco, Ciudad de México. Durante el trayecto, los paramédicos dijeron que no convenía una ruta tan larga porque Gasca estaba muy grave. Pararon en el Hospital General de Zona Número 29 del IMSS, ubicado en San Juan de Aragón. Lo recibió el personal de salud, pero no hubo mucho que hacer. Falleció minutos después.
“Lo que más nos duele fue no movernos antes con la ambulancia privada, pero quisimos hacer lo correcto y llamar al 911”, lamenta José Carlos.
La saturación del servicio público de ambulancias se ha convertido en uno de los mayores problemas. Basta registrar que, al 27 de octubre de 2020, el Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM), de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, contaba con 63 ambulancias, de las cuales cuatro estaban en reparación. Esto significa que, en plena emergencia, el ERUM contaba solamente con 59 ambulancias para cubrir los traslados por todos los rumbos de la zona metropolitana que está al borde del colapso sanitario, de acuerdo con información entregada a Corriente Alterna a través de una solicitud de información.
Las ambulancias privadas de diez empresas consultadas por Corriente Alterna cobran entre cinco mil y nueve mil 500 pesos por trasladar a un enfermo de COVID-19 de Azcapotzalco al Hospital Gabriel Mancera del IMSS, en la Alcaldía Benito Juárez. Pero no es todo. Ante la saturación de los hospitales en el Valle de México agregaron una nueva tarifa: entre 500 y mil pesos extra por cada hora que deban esperar afuera de un hospital a que se libere una cama.
Sin oxígeno ni medicinas
Un día después de la muerte de Rogelio Gasca, se complicó la condición de su exesposa, madre de Iván. Enfermó porque, cuando Gasca resultó positivo a COVID-19, lo recibió en su casa para cuidarlo. Arriesgar la vida por otros. Durante dos días, Iván y sus amigos buscaron un concentrador de oxígeno para la señora. En internet les ofrecieron un tanque en 75 mil pesos. Encontraron una opción más barata, pero también muy onerosa: un cilindro de cinco litros por 23 mil pesos.
En marzo de 2020, cuenta José Carlos, una tía de él compró un concentrador de la misma capacidad en 15 mil pesos. La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) detectó que desde noviembre los precios de los tanques de oxígeno están entre 10 y 20 veces por arriba del precio establecido.
También recorrieron nueve farmacias porque no encontraban redoxon (unas tabletas de vitamina C) ni enoxaparina (ampolletas que evitan la formación de coágulos en pacientes inmóviles). Las tabletas sí las consiguieron en la Ciudad de México, pero las ampolletas no. Un familiar las encontró en Zacatecas y las trajo desde allá. Arriesgar la vida para cuidar a otros.
Algunos de los fármacos usados en el tratamiento de las personas con COVID-19 registran escasez en el Valle de México. Corriente Alterna revisó en distintas farmacias de cinco cadenas la existencia de enoxaparina: al 8 de enero, se encontraba agotada en todos los establecimientos consultados. El propofol, un sedante que se aplica a los enfermos en las unidades de cuidados intensivos o a quienes deben ser intubados, también estaba agotado en la mayoría de las farmacias.
El martes 5 de enero, en la conferencia de prensa para informar sobre el avance de la pandemia, Hugo López-Gatell, subsecretario de la Secretaría de Salud, reconoció que hubo escasez de esos sedantes en noviembre y diciembre de 2020. Explicó que, debido a la alta demanda mundial de estos fármacos, los fabricantes no se dan abasto. Por fortuna, concluyó, el problema ya estaba resuelto.
“En algunos casos, en instituciones públicas, se les sigue pidiendo a la familia: ‘Ve y compra propofol’, ‘ve y compra midasolan’. Esto no debe ocurrir porque ya no hay desabasto”, sostuvo.
Iván sigue cuidando a su madre debido a las secuelas que deja el coronavirus y, a 23 días del fallecimiento de su padre, espera todavía el acta de defunción. En México han muerto y enfermado tantas personas que la ciudad está al borde del colapso sanitario por COVID-19 y hasta los registros civiles se demoran en expedir un documento.
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