A la marcha en conmemoración por el aniversario de la masacre estudiantil de 1968 asistieron unas cinco mil personas. Esto es menos de la mitad de los que asistieron en 2019, antes de la pandemia de covid-19.
Encabezada por los líderes históricos del movimiento estudiantil, agrupados en torno al Comité 68, participaron también colectivos estudiantiles como la Unión de la Juventud Revolucionaria de México, el Comité de Lucha Estudiantil de la UPIICSA o la Agrupación Estudiantil Anticapitalista. Desde la Plaza de las Tres Culturas hasta el Zócalo de la Ciudad de México, los estudiantes fueron acompañados de agrupaciones sindicales, una representación de los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, además de familiares de víctimas de desaparición forzada y otros crímenes de estado.
Durante el mitin celebrado en Tlatelolco recordaron que lo ocurrido el 2 de octubre se trató de la culminación de una serie de delitos contra la humanidad perpetrados por el Estado y cuyas prácticas se extendieron durante las décadas siguientes.
–Un genocidio así no se puede ni ocultar ni dejar de paso –dice Isaac López, integrante del Comité 68–. Yo fui preso político cuando era integrante de la Preparatoria Popular Tacuba, una de las escuelas más reprimidas en los años 70 y 80, debido a su organización social.
En el contingente marcha también Delia, quien participó en el movimiento de 1968 desde la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. La mujer de pelo cano y gafas, cuenta que estuvo en todas las manifestaciones previas al 2 de octubre, la única a la que no asistió. Le “estruja” regresar a Tlatelolco cada año, visitar el lugar de la masacre.
—Quizá debido a la pandemia hubo menos asistentes, tampoco hubo mucha organización —dice Jimena de 20 años, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Jimena camina junto a Pablo, alumno de la Facultad de Ciencias. No es la primera vez que marchan. Nacidos después del 2000: la masacre de 1968, el “Halconazo” o los crímenes de la Guerra Sucia les resultan lejanos pero no ajenos. Recuerdan bien las agresiones a estudiantes frente a la Rectoría de la UNAM en 2018 y la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
–La represión sigue –afirman.
Brigada de Acción Mitotera
Los vecinos se asoman por los balcones, toman fotos. Trompetistas y tamborileros avanzan al ritmo del himno anti-fascista Bella ciao, un grupo de encapuchados bailan alrededor. Se trata de la Brigada de Acción Mitotera: “arte, danza y música contra la dictadura”.
Un hombre con un una kufiyya —pañuelo árabe— alza una bandera de Palestina. Nàssir Alí Assaf lleva cinco años viviendo en México con su familia, en calidad de refugiado. Desde entonces asiste a la marcha del 2 de octubre: “La lucha política es fundamental sin importar la nacionalidad”, dice.
Seis brasileños marchan con una manta enorme –“Bolsonaro Genocida”– y cargan una piñata del actual presidente de Brasil. “Siento emoción. Esta marcha es muy famosa en Brasil”, dice Rafael Lima. Lleva un año en México y es la primera vez que asiste a una marcha aquí.
Un grupo de granaderos se despliega sobre la calle República de Perú. Desde la acera, una mujer de la tercera edad les exige a gritos que detengan a los manifestantes: “son unos revoltosos”.
–¡Hagan su trabajo, de los impuestos se les paga!
A lo lejos, suenan petardos.
Comité ¡Eureka!, presente
Este diciembre se cumplirán 40 años de la desaparición forzada de Juan Carlos Mendoza Galoz, profesor disidente que transformó cinco basureros de Ecatepec y Nezahualcóyotl en escuelas. Su hijo, Juan Carlos, acompañan al Comité 68 en la vanguardia de la marcha del 2 de octubre.
Juan Carlos es de los pocos representantes del Comité ¡Eureka!, la organización de desaparecidos y presos políticos de la “Guerra Sucia”. “Las doñas” –como se les conoce a las mujeres y madres que durante décadas han exigido la presentación con vida de sus familiares desaparecidos– dejaron de marchar hace algunos años: rebasan los ochenta años de edad y ya no pueden caminar demasiado.
—El tiempo iba a llegar —admite Juan Carlos.
Señala con una risita a los policías que custodian la marcha. “Espíritus azules”, los llama. Vuelve a ponerse serio cuando habla sobre el contingente de padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Es lamentable, dice, que necesiten seguir marchando luego de tantos años.
Mientras en la retaguardia de la marcha la policía se enfrenta con grupos de manifestantes, Juan Carlos comenta que le resulta “raro” acompañar hoy al Comité 68. Aquí la manifestación es silenciosa: los integrantes del Comité 68 ni siquiera gritan consignas, solo marchan.
A 53 años de la masacre, el foco de la marcha hoy ya no recae sólo en los líderes del 68. Quienes más se hacen notar son los contingentes de normalistas, sus cánticos retumban a lo largo de toda la caminata. “Ni con tanques ni metrallas a las normales se les calla”, grita el contingente de la Escuela Normal Superior de Michoacán.
Juan Carlos menciona que es complicado para los familiares de las víctimas de la Guerra Sucia que Rosario Piedra Ibarra —hija de Rosario Ibarra de Piedra, fundadora del Comité ¡Eureka!— esté hoy al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
—A veces no sé si invitarla a una marcha o quejarme con ella sobre ciertas situaciones.
Ya en el Zócalo, Tania Ramírez, también representante de ¡Eureka!, señala a unos 400 policías que resguardan Palacio Nacional. Aprovecha para contarle a su hijo de seis años sobre la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el movimiento del 68.
—Es fundamental mostrarle a mi hijo, a pesar de su edad, que hay gente que lucha.
El papá de Tania es Rafael Ramírez Duarte, estudiante de la UNAM detenido en junio de 1977 por la “Brigada Blanca”, un grupo de la extinta Dirección Federal de Seguridad designado a cumplir tareas de terrorismo de Estado. El último lugar donde se le vio con vida fue en el Campo Militar Número Uno.
La mamá de Tania, Sara Hernández de Ramírez Duarte, y su abuela Delia Duarte son fundadoras de ¡Eureka! Tampoco ellas llegaron a la marcha. Pero Tania y Juan Carlos acuden en su nombre: las nuevas generaciones han tomado la estafeta; son ellos quienes exigen justicia y verdad por los crímenes de estado ocurridos hace décadas.
El bloque negro y la policía
Edificios históricos, monumentos y negocios amanecieron cercados a lo largo de toda la ruta de la marcha. Sitios como el Museo del Tequila y el Mezcal, en la Plaza Garibaldi, fueron protegidos por vallas de metal que todavía exhiben las pintas de las marchas recientes.
Elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) flanquean a los manifestantes en todo momento. La mayoría van uniformados, aunque se distinguen algunos elementos vestidos de civil. Resulta difícil saber la diferencia entre estos policías –equipados con cascos, botas, escudos, extintores– y el cuerpo de granaderos disuelto por la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum hace exactamente dos años, en el 51 aniversario de la masacre de estudiantes en Tlatelolco.
“La policía está para cuidar al pueblo y no se requieren cuerpos para reprimirlo”, dijo Sheinbaum en aquel momento. Meses después reasignó a los ex-granaderos a la Unidad Táctica de Auxilio a la Población y al Comando de Operaciones Especiales de la SSC.
Desde entonces, la técnica de contención más frecuente en las marchas de la capital es el encapsulamiento: grupos policiacos que rodean a grupos de manifestantes y les impiden avanzar con el resto de la marcha, en ocasiones reteniéndoles por horas.
Este 2 de octubre, cerca de las 17:30 horas, elementos de la SSC encapsulan alrededor de 60 jóvenes pertenecientes al bloque negro poco antes de llegar a Avenida Hidalgo, luego de que algunos manifestantes rompieran a pedradas los anuncios publicitarios de un puesto de periódicos.
Una nube se apodera de las calles alrededor del Palacio de Bellas Artes: gas lacrimógeno, denuncian algunos manifestantes.
Mientras esto sucede, la cuenta de Twitter del Gobierno de la Ciudad de México publica un video en el que la jefa de Gobierno describe al movimiento estudiantil de 1968 como la semilla de la Cuarta Transformación (encabezada por ella en la capital): “El primero de julio de 2018 triunfó un movimiento que surge de muchos lugares, pero que tiene un sello y es el movimiento estudiantil de 1968”.
“Así se cambia el rumbo de los países”
Romeo Cartagena, de 41 años, abre paso al camión que dirigirá la marcha. El activista forma parte del Comité 68, al que también perteneció su padre, el guerrillero Mario Álvaro Cartagena López El Guaymas. No son pocos quienes se acercan a darle el pésame: su padre murió en julio pasado y esta es la primera marcha en la que no caminan juntos.
Romeo ha asistido a manifestaciones como esta durante prácticamente toda su vida. A sus dos o tres años, sus padres lo cargaban en brazos mientras marchaban. Hoy lo acompañan su esposa e hijas para continuar la tradición. Dice sentirse honrado de ver a quienes, pese a las condiciones de salud, acuden a protestar.
Las pancartas en memoria del Guaymas abundan en el contingente del Comité 68. Aunque en 1968 tenía 16 años y no estuvo presente durante la masacre –estudiaba en la Escuela Vocacional en Guadalajara–, su militancia en la Liga Comunista 23 de Septiembre y su activismo por las víctimas de la “guerra sucia” lo hermanó con otros luchadores sociales.
Para Romeo Cartagena, la organización social en las calles sigue siendo urgente. Marchar así ayuda a tejer organización a través de una amplia diversidad de expresiones, exigencias y demandas de la sociedad civil: “Así se conforman los movimientos y así es como se ha cambiado el rumbo de los países”.
Tlatelolco: una herida sangrante
Sobre una tarima frente a Palacio Nacional, Félix Hernández Gamundi, integrante del Comité 68, toma el micrófono.
–No basta pedir perdón –dice–. Está bien que recordemos la historia para afianzar la memoria, pero es indispensable establecer procesos de justicia plena que garanticen la no repetición de este tipo de agresiones.
Son las 5:45 y al Zócalo llegan los últimos contingentes de la marcha. Cerca de un millar de policías custodian el Palacio Nacional detrás de rejas metálicas.
A principios de agosto, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció la creación de una comisión de la verdad para los crímenes de la “Guerra Sucia”, luego de reunirse con familiares y víctimas.
La mañana de este 2 de octubre de 2021, el presidente firmó el decreto para la creación de la Comisión de la Verdad por las violaciones a los derechos humanos cometidas entre 1965 y 1990. Con dicho mecanismo buscan reabrir las investigaciones y judicializar los crímenes de Estado perpetrados durante aquellos años, incluida la masacre de Tlatelolco.
–Cuando se habla de justicia transicional se parte de lo que Raúl Álvarez denominó la teoría de los dos demonios: dos fuerzas a la mitad del camino chocan, se piden perdón y se van por su camino lamiendo sus heridas –dice Hernández Gamundi–. Pero el movimiento del 68 no agredió a las fuerzas armadas. Nosotros no agredimos, no tenemos que pedir perdón a nadie.
En el mitin frente a Palacio Nacional, el Comité 68 exige justicia total para las víctimas y sus familiares a 53 años de la masacre y demandan que se presente el parte militar que obligatoriamente debió generar el ejército el mismo 2 de octubre, al volver los soldados a los cuarteles, y que sigue oculto.
—No podemos exigir menos. Tlatelolco es una herida sangrante.
A las 6:10, la hora a la que inició la matanza el 2 de octubre de 1968, el Comité 68 llama a guardar un minuto de silencio por los muertos.
Un helicóptero cruza el cielo, el ruido de su hélice se apodera de la plaza entera.